La política exterior de Napoleón III
La política exterior de Napoleón III se caracterizó por dos líneas fundamentales. En primer lugar, el emperador se destacó por fomentar el intervencionismo en casi todos los conflictos internacionales importantes como un medio de engrandecer el prestigio de Francia. Pero, además, Napoleón III intervino en la defensa de los movimientos nacionalistas y liberales contra la obra de la Restauración, demostrando un mayor progresismo que en su política interior. La contrapartida de su intensa política intervencionista fue que contribuyó al desgaste del Imperio y a la caída del propio emperador.
En primer lugar, estaría la cuestión colonial. La búsqueda de la grandeza impulsó al Segundo Imperio a protagonizar expediciones y empresas coloniales especialmente en África. Se conquistó el Senegal y se avanzó en la conquista interior de Argelia. En el Extremo Oriente comenzó la penetración en China y en el Sudeste Asiático. En esa misma línea de búsqueda de prestigio se apoyó la construcción del Canal de Suez, obra del ingeniero francés Lesseps. Napoleón III sentó las bases del imperio colonial francés que se desarrollaría en tiempos de la Tercera República.
En América, Napoleón III impuso al príncipe Maximiliano de Habsburgo como emperador de México después de la expedición con Inglaterra y España para obligar a Benito Juárez a pagar la deuda contraída con los tres países europeos. Pero los ingleses y españoles se retiraron antes porque no tenían apetencias imperialistas en la zona, al contrario que Francia.
Napoleón III apoyó a los movimientos nacionalistas y contra la obra de la Santa Alianza. En primer lugar, Francia participó en la guerra de Crimea (1854-1856), junto con Inglaterra y Turquía contra Rusia, para frenar su expansionismo y su interés en llegar al mar Mediterráneo. Después se enfrentó, en 1859, al Imperio austro-húngaro en apoyo de los nacionalistas italianos, aunque no dudó en abandonarles por sus propios intereses. Napoleón III y Cavour acordaron secretamente el apoyo francés al proceso unificador italiano. Los piamonteses obtuvieron dos grandes éxitos en Magenta y Solferino, que les permitieron hacerse con la Lombardía, pero cuando estaban a punto de ocupar el Véneto, el emperador francés firmó el armisticio de Vilafranca con los austriacos sin el conocimiento de Turín. Estaríamos ante uno de los claros ejemplos de la personalidad política titubeante o cambiante de Napoleón III. Se barajan algunas hipótesis para entender este cambio: su horror ante el enorme coste humano de ambas batallas y/o la presión de los católicos franceses que temían que este avance perjudicase al papa. Pero lo que está claro es que los italianos tomaron buena nota de la “traición” de Napoleón III.
Toda esta intensa política internacional provocó el aislamiento de Napoleón III, aspecto que fue aprovechado por Bismarck en su interés por unificar Alemania. La guerra franco-prusiana en 1870 se desencadenó con el pretexto de la candidatura al trono español vacante después de la Revolución Gloriosa de 1868. Napoleón III no estaba dispuesto a que en Madrid hubiera un monarca de la dinastía prusiana. En principio, Berlín aceptó la exigencia francesa pero los franceses cometieron un error diplomático que fue aprovechado por Bismarck para manipular la situación. París insistió en que en adelante no hubiera candidatos alemanes. Esta exigencia fue remitida en un telegrama a Bismarck, que debidamente resumido se hizo público para demostrar al mundo que se trataba de un ultimátum cuando, realmente no lo era. Es el famoso telegrama de Ems. El canciller de hierro tenía la excusa perfecta para la guerra presentando como agresor al emperador de los franceses.
En Sedan la derrota francesa fue total. Prusia demostró en una corta guerra su superioridad militar, su rapidez y el uso de las nuevas tecnologías, como el ferrocarril, para movilizar a las tropas. Frente a un armamento mejor, unas tropas entrenadas y una movilización ejemplar, los franceses tardaron en movilizarse y tuvieron serias dificultades para maniobrar. La derrota hundió al Segundo Imperio y generaría un fuerte sentimiento revanchista en Francia para el futuro, especialmente por la pérdida de Alsacia y Lorena.