Los socialistas y los títulos nobiliarios en la Segunda República
Los títulos nobiliarios fueron abolidos por la Constitución de 1931. En su artículo 25, dentro del Capítulo Primero de Garantías individuales y políticas del Título III, referido a Derechos y deberes de los españoles, se establecía que no podrían ser fundamentos de privilegio jurídico: la naturaleza, la filiación, el sexo, la clase social, la riqueza, las ideas políticas ni las creencias religiosas, por lo que, a continuación se decía que el Estado no reconocía distinciones ni títulos nobiliarios. Pero antes, el Gobierno Provisional decretó que no se reconocerían los títulos nobiliarios, y no se podrían utilizar en documentos públicos.
Los socialistas comentaron este decreto en su órgano oficial, es decir, en El Socialista (3 de junio de 1931). El PSOE enmarcaba esta disposición dentro del objetivo general de democratizar el país. En este sentido, se seguía la política emprendida en otros estados, como el alemán (República de Weimar), buscando nivelar las jerarquías sociales. Aunque este decreto pudiera parecer algo secundario, los socialistas pensaban que poseía una gran carga moral. Acabar con los títulos era terminar también con los “lacayos y con las libreas”. Un criado era menos criado en casa de un rico que en la de un noble, aunque fuera pobre. Y eso era así, siempre, según el artículo de opinión, porque los títulos habían creado una especie de “superpersonaje” ante el cual la gente temblaba. Los títulos eran el penúltimo vestigio del feudalismo porque el último era la tierra, aunque también desaparecería. Cuando a la nobleza se le quitasen sus cotos de caza y sus títulos, como lo que se estaba haciendo en ese momento, desaparecería una “institución milenaria”.
En un régimen republicano los títulos nobiliarios suponían una ofensa porque eran un resto monárquico, un anacronismo.
El artículo aludía ácidamente a los títulos concedidos recientemente por Alfonso XIII por considerarlos un verdadero chiste. Así era calificado el título de duque concedido a Gabriel Maura, hijo de Antonio Maura, y que se habría dado supuestamente para halagarle. También se aludía al título concedido a Berenguer. El rey creía que dando títulos conservaría partidarios, es decir, fidelidad y apoyos a cambio de prebendas.
Ahora los nobles comprenderían que España era una República.
Al respecto, es muy interesante la consulta (en la red) del trabajo de Miguel Artola Blanco, “Los años sin rey. Imaginarios aristocráticos durante la Segunda República y el primer franquismo (1931-1950)”, en Historia y Política. Ideas, procesos y movimientos sociales (2016).