VII. En campaña

Con ilusión y entrega, las distintas opciones políticas de Ragón se lanzaron a la calle para predicar en la campaña electoral de las Cortes Generales. Los componentes de las listas de los partidos mayoritarios, en general, eran viejos conocidos en uno u otro puesto; bueno, “conocidos” en su organización, que los ciudadanos no tenían el gusto en muchos casos, puesto que, acabados los actos electorales, los elegidos no acostumbraban a preocuparse de sus votantes.

 

Dada la imposibilidad de describir la variopinta fauna pública en su totalidad, se comentan algunos ejemplos, tratados con ironía cariñosa.

En Zaragoza, Alegría de la Huerta ponía su mejor cara para vender el producto psocialista, como si fuera nueva, aunque llevara cuatro años ya en el Congreso de incógnito. Impulsada por el poder eclesial, cual clon de Evita, balbuceaba las consignas aprendidas  ante el despego del auditorio y consciente de que eran tiempos de infortunio; incluso, en un temerario descenso al ruedo del Mercado, tuvo que soportar que algún tendero cabreado le rechazara su colorista propaganda. Más oculta la segunda candidata, Susanita Of Lambi, también desconocida a pesar de ser nuestra senadora durante cuatro años, estaba desaparecida en combate sin nada que contar al respetable, al parecer. Por su parte, Juan Alberto, candidato a Alcalde hace cuatro dias, aspiraba también a senador, por lo que pudiera ocurrir.

También entre los populares-paristas, su cabecera de lista, el compañero Eloy, aspiraba a compartir concejalía y Congreso; menos mal que, además del viento de cara, contaría con el apoyo de uno de los gemelos morenos, incombustible desde pequeñito, año tras otro en su vocación de servicio. Para el Senado, Octavius, el conseguidor, reaparecía por fin a la luz de la vida pública, tras su etapa en la empresa privada, menos atractiva ahora. Impulsado siempre por la señorita Pepis, aun siendo aparentemente tan distintos siempre tan cercanos, dados los prometedores tiempos que se avecinaban para negocietes y repartos. ¿incluso llegaría a Delegado del Gobierno en Ragón?

Rosita Bendecida, en el cobijo de una lista compartida con la opción ganadora, se santiguaba a escondidas, esperando que el sistema electoral del Senado no permitiera que el electorado volviera a despreciarla, como en las municipales de Zarajota. La animaba su patrocinador, Tito Biello, quien no se conmovía ante los abucheos del pueblo y los gritos de “chupón” y las ironías de Felipe. Antes bien, reivindicaba con descaro la recuperación de la “principalidad perdida” de Ragón, olvidando que él contribuyó decisivamente a esa pérdida. Su laudatoria comparación de Marianico con el Conde de Aranda irritó a don Javi, que, con su estilo oratorio entre un doctorando y Monseñor Escrivá, le comparó con Chiquito de la Calzada por sus ocurrencias y su disposición a recoger migajas de poder.

En medio del fragor de los “mercados”, elevando el coste de nuestra deuda, del paro desbordado y de los graves problemas de la población, el Parlamento ragonés descansaba. Llevaban ya varios meses cobrando su generosa asignación sin un mal proyecto de ley que tramitar, dedicados a sus cosas. Pero Tito Biello tuvo una idea para elevar el tono político: discutir qué adorno (escudo o logotipo) debiera presidir el salón de sesiones, lo que daba mucho de sí y era cuestión de opinar sin estudiar. ¡Genial¡ Al fin y al cabo, todos los parlamentarios ragoneses tenían ya asegurados cuatro años de empleo retribuido y tenían que ponerse al tajo.