Votar era un acto revolucionario. Fue un invento que implantaron las sucesivas revoluciones liberales inglesa, norteamericana, francesa, española… Sí, la revolución española fue la cuarta de la historia, cuando en Cádiz se aprobó en 1812 una Constitución que dividía los poderes para que nadie pudiera ejercer el despotismo e implantaba un sufragio universal masculino indirecto para elegir por primera vez tanto el poder legislativo como los poderes municipales y provinciales. Se propusieron terminar con siglos de poderes absolutos regidos exclusivamente por la ley del más violento, siglos marcados por esos Juegos de Tronos que inexplicablemente siguen hipnotizando a tantos, como si esas violencias explicasen la “condición humana”. Y no existe tal “condición” esencialista, sino que la historia demuestra que los humanos somos capaces de cambiar las condiciones que nos subordinan y crear nuevas condiciones de vida y de comportamiento. Por eso, frente a las violencias heredadas, hace más de dos siglos, los liberales implantaron los parlamentos como espacios donde “parlamentando”, hablando, se solventasen los conflictos.
Es un esquema básico de lo que ocurrió desde fines del siglo XVIII, y a lo largo del siglo XIX, en los países occidentales; y también en España. Quizás sirva para valorar la rigurosa y necesaria aportación que ha elaborado Carmelo Romero en una síntesis tan consistente como didáctica sobre la práctica del voto en la España contemporánea.
Los Gobiernos de concentración nacional, después de la triple crisis de 1917, supusieron el último intento de regeneración del régimen político español de la Restauración, pero llegaban en un momento en lo que solamente era viable ya la ruptura con el mismo. En principio, se pretendía que liberales y conservadores abandonasen sus enfrentamientos, tanto entre ellos como en el seno de sus formaciones que, en realidad, eran más intensos o virulentos. Además, se apostó por introducir en los engranajes del poder a la burguesía catalana, representada por una Lliga Regionalista que había protagonizado el fallido intento de profunda reforma política de la Asamblea de Parlamentarios de Barcelona y que ahora veía con espanto el auge de la presión anarcosindicalista en Cataluña. Era la hora de participar en el Gobierno del Estado. Eran momentos en los que pesó más el alma burguesa que la catalanista.
En este artículo analizamos la postura del PSOE ante el intento de reforma local que emprendió Antonio Maura a partir de 1907.
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Eduardo Dato fue una de las figuras fundamentales del conservadurismo español en las primeras décadas del siglo XX junto con su gran rival, Antonio Maura. En este artículo nos centraremos en la aportación del primero, que se destacó en el reformismo social.
En este artículo estudiamos la reforma local planteada por Antonio Maura en su denominado “gobierno largo”, sus objetivos, contenido, limitaciones y el resultado final.