28/10/2014

Adíos, quedáis en buenas manos

Nos llega esta hermosa despedida que el profesor Agustín Ubieto, muy querido en esta Casa, hace al dejar su penúltima aventura cultural, la Universidad de la Experiencia. Y, al hacerlo, recorre su rica biografía. No sabríamos hacer mejor lo que, en nuestra intención, quiere ser un pequeño homenaje a quien tanto deben la Universidad de Zaragoza y la cultura aragonesa.

 

Agustin Ubieto

 

ADIÓS, QUEDÁIS EN BUENAS MANOS

En 1950 ya iba yo todos los días del curso a estudiar al Seminario de Historia Medieval bajo la mirada vigilante y poco compasiva de mi hermano, que no se fiaba de mi por lo mal estudiante que era. En el naciente campus de San Francisco sólo había un coche. En el 56, cuando los automóviles aparcados ya eran tres, me hice universitario, y los profesores Abbad, Beltrán, Blanco, Blecua, Canellas, Casas, Corona, Floristán, Frutos, Gastón, Lacarra, Olaechea, Solano e Yndurain, entre otros, me hicieron licenciado en 1961, conduciéndome Lacarra al doctorado, en 1964, cuando ya llevaba tres años de profesor de Historia Medieval y era subdirector del Colegio Mayor ‘Cerbuna’.

La falta de salidas en el campo medieval me llevó a obtener una cátedra de instituto, junto al profesor Carreras, cuando se convocaban menos de veinte para toda España. Los cinco años de distanciamiento en Calahorra (1965-1970) solo fueron un paréntesis, durante el que cada poco tiempo acudía al Departamento de Medieval en busca de documentos y bibliografía para elaborar buena parte de mis investigaciones. Allí no solo fui profesor de muchachos de diez a diecisiete años, que me hicieron madurar didácticamente, sino que aprendí, entre otras, dos cosas: a salir del aula para organizar actividades culturales para la gente corriente que no tenía acceso a la cultura y a cuestionar las decisiones injustas del poder establecido lo que me llevó al calabozo y casi a la excomunión. Más tarde, a ser un personaje molesto…

Regresé a Zaragoza en 1970 como inspector de enseñanza media y tuve la inmensa fortuna de que el rector Casas me rescatara pronto, fichándome en comisión de servicios como profesor del ICE, del que inmediatamente fui subdirector, primero, y director, después, tras la jubilación del doctor Cid. Fueron años magníficos. El ICE de Zaragoza se convirtió en referencia para toda España, sobrepasando los cuatro mil alumnos y creando una editorial propia, especializada en didácticas, que casi alcanzó los quinientos títulos, la más importante del país. En el campus todavía se podía aparcar. Y aún intenté en esos años setenta ser Agregado de Historia Medieval, pero uno de los profesores arriba indicados, cuando tenía a su disposición al menos cinco de los seis votos posibles, más de los precisos, decidió no otorgármela “porque ya era bastante con un Ubieto en la Facultad”.

En lugar de hundirme, me reconvertí y me especialicé en didáctica de la Historia, mi otra pasión, hasta lograr ser el primer profesor numerario de universidad de didáctica en España, aunque nunca abandoné del todo mi querencia por el medievo. Y explicando esa disciplina -con alumnos todos ellos licenciados y un campus saturado de coches- me jubilaron en 2008, aunque he seguido impartiendo clases hasta 2014, ahora a alumnos mayores de cincuenta y cinco años en la UEZ, de la que ahora me despido.

De los más de cincuenta años ligado a la Universidad de Zaragoza, me siento orgulloso de haber sido cuarenta y seis profesor en sus aulas, alcanzando, asimismo, los tramos reglamentarios de investigación. Y si los miles de evaluaciones anónimas de mis alumnos certifican haber cumplido satisfactoriamente mi cometido, lo que más me enorgullece es haber sido (y seguir siendo) su ‘maestro’, una de las palabras más bonitas y con mayor contenido del diccionario. El encuentro casual de cuando en cuando con alguno de ellos tras muchos años de desencuentro suele ser vivificante, rejuvenecedor, estímulo y acicate.

Durante todos estos largos años –por iniciativa propia o requerido por otros- he participado, asimismo, en aventuras culturales múltiples más allá de las paredes del aula, casi siempre con huella visible y testimonial sin obtener más beneficio personal que el de la satisfacción de haber sido útil a los demás. Sirvan de ejemplo las veintidós jornadas dirigidas sobre estudios e investigación sobre Aragón, vivero de múltiples investigadores aragoneses, o los cortometrajes didácticos de la serie ‘Comprender Aragón’, pensados para las aulas de los más pequeños.

Fuera del aula he podido hacer muchas cosas relacionadas con la educación, la cultura, el patrimonio, la infraestructura universitaria e incluso el deporte, algunas de las cuales aún perduran, sobre todo las relacionadas con los cuatro años en los que formé parte del equipo rectoral de Juan José Badiola. Si no recuerdo mal propuse, y el equipo aceptó, la creación de la Medalla de la Universidad que hace poco fue concedida a mi compañero de pupitre de instituto y de universidad José Manuel Blecua; propuse y se aceptó la creación del ‘bazar’, hoy tienda de la Universidad que sigue viva y vende cosas estupendas; recuperamos el equipo de fútbol que durante diecinueve años, con muchos sacrificios, llevó dignamente el nombre de la Universidad por pueblos y ciudades de Aragón y de España hasta ascenderlo a Segunda División B, en la que ahora milita la S.D. Huesca y casi nuestro Real Zaragoza, aunque por falta de recursos hubo que darle de baja hace dos años; como vicerrector competente conseguí la centralización de los convenios firmados en nombre de la Universidad, como ahora se hace, así como la centralización de los mecenazgos; propuse y fue aceptada la creación de Agraluz (vaya pitorreo con el nombre cuando lo propuse), primero como servicio universitario y luego como Asociación independiente, ligadas ambas mediante convenio de colaboración mutua, y a la que dedico ahora buena parte de mi tiempo tras casi veinte años de vida; propuse, asimismo, la creación de la Universidad de la Experiencia, de la que el mayor propagandista fue el propio rector, que no pudo nacer en 1996, aunque lo hizo cinco años después y me invitaron a ser su director hasta ahora.

Hay quienes -generalmente alineados entre los que nunca han dado ni un minuto para su Universidad más allá del aula- piensan que eso son solo ansias de poder que uno tiene… No tienen ni idea. Por eso he renunciado, entre otras muchas cosas de mayor fuste, a ser dos veces consejero de educación, inspector general de enseñanza media (el jefe de toda la inspección nacional) o rector de una universidad privada. No hay nada como ser segundón con ideas y que te las acepten para poder hacer algo con ellas por los demás.

Pues bien, tras varios meses intentándolo, hoy me despido de la dirección del que ha sido mi empeño más querido: la Universidad de la Experiencia. Está saneada económicamente (¡vaya dos años últimos!), reconocida por la propia Universidad como su programa estatutario para la educación permanente y, lo que es más importante, goza del reconocimiento de sus alumnos y profesores, los auténticos artífices del logro. Mi agradecimiento a los sucesivos equipos rectorales, a las autoridades educativas aragonesas, a los alumnos, a los profesores, a los colaboradores más directos que fueron y que son, siempre eficientes, leales y que han acabado siendo amigos, sin olvidarme de quienes han ayudado en la periferia (incluidos los alcaldes de las poblaciones que nos acogen), ni de los medios de comunicación que siempre nos han tratado con cariño.

Llegué a esta institución siendo un niño de doce años y la dejo camino de los ochenta. Seguiré colaborando a mi aire si se me requiere y me voy muy bien pagado: la institución universitaria me nombró profesor emérito, con el cien por cien de los votos, caso único en su historia. Ahora investigaré y escribiré, sin currículo alguno que me obligue. Incluso es posible que imparta algún curso, así que quizás nos veamos en algún aula, pues la cabeza aún me rige y todavía no necesito sentarme para impartir mi clase…

Me voy contento. Mi sucesor, Ernesto Arce, tiene fuerza, es un buen profesor, dialogante, comprensivo y mejor persona. Dadle vuestra ayuda, como habéis hecho conmigo. Gracias.

Agustín Ubieto Arteta, ex director de la UEZ