31/03/2017

Turistas

Parodia del turista decimonónico

Turistas. A menudo, en los tiempos que corren, se habla con cierto desdén de los turistas. Yo no quiero polemizar, prefiero hablar de los efectos positivos del turismo. A fin de cuentas todos somos turistas. Los intrépidos e inquietos vikingos viajaban con afán de conocer nuevos mundos. La curiosidad por lo desconocido anima a salir, a descubrir y a dejarse sorprender. A Lord Byron, el viajero romántico por excelencia, lo movió este mismo anhelo, al igual que al vizconde de Chateaubriand. Blasco Ibañez disfrutó de la enorme fama y fortuna que le dio el escribir best-sellers viajando por todo el mundo. El autor de «cañas y barro» nos dejó dos estupendos volúmenes que narran y describen vivencias fantástiscas en lujosos viajes y cruceros alrededor del globo.

Rudyard Kipling, el más aventajado escritor y explorador del Imperio Británico, nos ha legado un tesoro en forma de relatos de viajes y periodismo, que aún hoy leemos con avidez. Michael Palin. ¿Que quien es Michael Palin? Todos lo conocéis por las películas de Monthy Pyton. Palin es célebre por una serie de estupendos reportajes de grandes viajes, todos protagonizados por él. Fue el capitán James Cook quien acuñó eso de “me propongo ir lo más lejos posible que jamás haya logrado el ser humano.” ¡Y madre mía si lo logró!
Xuanzang. ¿Y ese quién es? Fue un monje chino que un buen día se propuso “la madre de todas las expediciones”: salir en busca de los orígenes del Budismo. Recorrió casi toda China, la India y Afganistán (en aquel entonces la Tierra de Gandara). Y aún le sobró tiempo para documentarlo todo, convirtiéndose en uno de los primeros escritores de viajes.
Ibn Battuta. La sociedad actual le debe mucho, pues gracias a sus viajes hoy sabemos algo -aunque sea poco- acerca del mundo Islámico de aquella época. Este aventurero del siglo XIV sobrevivió a asaltos, ataques de  corsarios y a un sinfín de calamidades. Viajó por 44 países; de Shangai a Timbuktu. Y por aquel entonces, no os cuento como era lo de «pasar por inmigración»…, un calvario.
Sir Richard Francis Burton. ¡Ah!, ese hombre me resulta fascinante. Anterior al gran Charles Darwin es, tal vez, el primer gran turista-naturalista. ¿Una nueva especie? Era antropólogo. Su gran motivación, raison d’etre, no era otra que de conocer cómo diantres se las ingeniaban para sobrevivir pueblos de lo más dispares. La mayoría de nosotros sufrimos para comunicarnos en nuestro propio (y a veces, único) idioma. Sir Richard dominaba 30 lenguas. Dicen, los que conocen bien su legado que fue el ser humano que mejor llegó a dominar el lenguaje de los primates. Tremenda curiosidad la de este turista, ¿no os parece? Y es que requiere tiempo y paciencia una cosa así.

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Sir Wilfred Thesiger

Wilfred Thesiger. Británico, aunque nacido en Etiopia. De padres diplomáticos, Sir Wilfred adolecía de algo cercano al aburrimiento terminal. Le hastiaba la sociedad de su tiempo. Él quería viajar, hacer turismo a lo bestia. Antes de reventar (tenía un humor de mil diablos) decidió poner en marcha su plan: organizar duras expediciones a los desiertos de la península Arábiga. No sólo por su exigencia consigo mismo, sino también por la naturaleza de estas: atravesó inhóspitos desiertos, recorrió lugares peligrosísimos. Todo para conocer a fondo a los pueblos nómadas, pueblos de beduinos, que por sus ancestrales y primitivas maneras corrían el riesgo de desaparecer. Logró su sueño de turista: Thesiger, afortunadamente para nosotros, aprovechó bien los viajes y lo dejó todo plasmado en estupendos libros. Otro extraordinario y ya desaparecido escritor de viajes y reportero de mil aventuras, Manu Leguineche, le dedicó un libro maravilloso. Describe con ese humor tan irrepetible de Manu las andanzas y desventuras del cascarrabias Sir Wilfred Thesiger. Paul Theroux, escritor de viajes y turista, lo incluyó en su libro “Mi lista de clásicos”.
Hubo turistas que aún habiendo viajado mucho nunca se reconocieron como turistas. Bruce Chatwin es un buen ejemplo. Creía poseer una curiosidad excepcional y única. Una curiosidad sólo al alcance de unos pocos privilegiados capaces de diseccionar y entrever hasta el más mínimo detalle. Con la mirada del ave rapaz y el corazón de hierro. Así era Chatwin. Y sin embargo, y muy a su pesar, nunca dejó su condición de turista. Estupendo y elegante turista.
La familia Nama que vive en un pueblo alejado de Damaraland hoy se ha levantado más temprano de lo acostumbrado ya que van a emprender un viaje de tres días para reunirse con sus primos. Es un viaje largo, sobretodo si se tiene en cuanta que hay que trasladarse en el carro y el burro. Esta familia es más pobre que otras de la misma aldea y lo único que poseen es un viejo carro hecho con tablones, cartones y una plancha de acero, que un buen día, Pieter, el cabeza de família, consiguió reunir con mucho esfuerzo. El día ha amanecido espléndido, como suele ser habitual en Damaraland, con un cielo azul intenso y un par de nubecillas solo para hacer bonito. Julius, el niño, va estirado en el carro. Tiene la vista puesta en el cielo a la espera de que aparezcan los primeros pájaros. Al cabo de lo que parece han sido tres horas (el tiempo cuenta poco para los Namas; no miran el reloj porque no tienen y porque esa medida de tiempo a ellos no les interesa) se cruzan con un vehículo muy grande. El vehículo grande ha parado justo a pocos metros. Julius se incorpora y exclama, ¡oh! Nunca antes había visto cosa igual. Es un monstruo de vehículo comparado con el carro de sus padres. Se trata de un camión todo-terreno con unas ruedas gigantescas. Y como carga lleva personas. Un grupo muy numeroso y a Julius eso de contar le lleva un tiempo. Son turistas. Hay de todo: alemanes, polacos, españoles, sudafricanos e italianos. A los italianos se les oye hablar más alto que al resto. Julius, claro, está fascinado. Los turistas están muy ocupados tomando fotos del carro con el burro y de la señora de Pieter. Resulta que Precious, que es así como se llama la señora de Pieter, hoy se ha puesto especialmente elegante. Lleva un vestido muy vistoso, de colores alegres. Y también lleva sombrero. Un sombrero a juego con el vestido y que recuerda algo al de las mujeres Herrero. Precious está feliz de que le hagan fotos con su vestido, que por cierto, se lo ha confeccionado ella sola. Julius, que se lo está pasando en grande con tanto revuelo, no pierde detalle de nada. Un ojo en los turistas y el camión y el otro en todo lo demás. En un cauce de un río seco, bastante lejos de donde ellos están, un gran elefante seguido de tres más pequeños, aparece en su campo de visión. Julius grita y señala para los elefantes. Pieter y Precious los ven al instante. ¡Qué maravilla, elefantes del desierto! Y es que aunque pueda parecer mentira esta familia Nama y que vive en territorio rico en fauna nunca antes habían visto elefantes. Los turistas del camión miran también para donde mira la familia Nama pero se desesperan porque no consiguen ver absolutamente nada. Unos y otros comparten la condición de turista. Podríamos decir turistas profesionales los que van en el camión y turistas accidentales, Pieter, Precious y el pequeño Julius. Turistas. Lo que no comparten, lo que les aleja los unos de los otros, es la actitud.

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Turistas en Sant Pol de Mar

En “La democracia en America”, Alexis de Tocqueville (1835) escribió, “¡Qué maravilla que en el Nuevo Mundo el hombre aún no tenga más enemigos que a sí mismo! Imaginaos… “ Tocqueville, que viajó de turista por la America del Far West, nos muestra una tierra de desolación y gran esperanza a la vez. Y en compañía de Tocqueville me detengo un instante. Esa sensación que describe Alexis de Tocqueville, Stendhal también la experimentó. Solo que a él lo que de verás le turbó hasta la desesperación fue la belleza. La insoportable belleza en el arte, en la naturaleza. El “mal de Stendhal” es una enfermedad benigna que la sufren aun hoy muchos turistas irremediablemente sensibles a la estética de las cosas. Afortunadamente no hay de qué temer. El mal se cura viajando mucho. Hacer turismo es no solo sanísimo, sino que nos libra de prejuicios. Con mentalidad desinhibida y despierta, nos abre a un mundo de infinitas posibilidades. Es como si de repente tuviéramos una gran puerta delante de nosotros. Una puerta preciosa. Miramos por el ojo de la cerradura… Abrimos de par en par… y un fantástico chorro de luz nos aturde de tal forma que nos sentimos envueltos en él y nos dejamos mecer suavemente. Sin darnos cuenta el viaje nos lleva por caminos desconocidos y enigmáticos. Nos adentramos con ánimo de perdernos sabiendo que es una tarea imposible. Vamos a llegar a alguna parte. Vamos a saborear manjares deliciosos, y son los del saber cosas nuevas, lugares prodigiosos y costumbres y modos de hacer, fascinantes. ¡Qué gozada es hacer turismo! Todos somos Turistas (así, con «t» mayúscula), le gustaba decir al entrañable Manu Leguineche.
En mi caso, lo poco que aprendido en esta vida no me lo ha proporcionado la escuela. Fui un pésimo estudiante. Me aburría como Thesiger. Me echaban de clase todos los días. ¡Bon, tu va dehors! me gritaba el profesor de francés, Monsieur Lefevre. Y yo, feliz. Bajaba corriendo a la biblioteca de la escuela y me sumergía, me perdía en lecturas de grandes expediciones, novelas históricas, relatos de aventuras, tebeos. La colección de Tintín. Historia y Vida. Geo. La revista Life. El National Gegraphic lo leíamos en casa y en inglés. Mis padres, ávidos lectores también, estaban subscritos a varias publicaciones. Y es así como yo empecé a viajar. En mi imaginación. El turista hace igual: primero se emociona con la perspectiva del viaje. Empieza a prepararse mentalmente. Esto es muy importante: prepararse mentalmente. Quiere decir informarse bien, pero también vaciar la mente. Vaciarla de prejuicios. Recuperar algo de nuestra inocencia infantil. Y ahora sí, ya estamos preparados para viajar y representar nuestro papel de turistas.