Pradilla en su laguna de oro y nácar
José Joaquín Beeme
Amplia biblioteca, exposiciones, tertulias, intensa y meritoria labor editorial… toda esta labor la lleva a cabo la ‘Fundación del Garabato’, dirigida desde la Lombardía italiana por José Joaquín Beeme y Malena Manrique. Sus intensas reflexiones sobre una nueva visión del arte se ejemplifican en este artículo de especial calidad. (Fundación del Garabato, cuadernoblues, Magazine, Jan-5):
La niebla de Bérgamo pegada aún a las costillas, rasgo con el Boeing 737-800 de Malta Air la del aeropuerto de Zaragoza, cerrada y plata como una Casablanca de espías mesetarios e improbables, y de ahí me rapta un taxi en volandas hasta la plaza de las catedrales, que hallo también cenicientas, luces mustias y casetas desangeladas, como ateridas de frío y covid.
La Lonja me brinda entonces un feliz reencuentro. Una antológica de Francisco Pradilla, junto a sus muy conocidas escenas históricas (que me privan por la soberbia minucia, el primor dibujístico, el lujo sensorial con que arma una escenografía moruna, la pompa de una corte medieval, el ámbito de la locura) o sus documentos costumbristas (mago aquí de la miniatura), no puede menos que fascinarme porque anuda y resume, con singular fuerza, mi ya signado destino hispano-italiano.
Tuve oportunidad de familiarizarme con Pradilla en el 150º aniversario de su nacimiento, 1998, cuando en Blax & Company ideamos un cartel para el homenaje que Diputación de Zaragoza y Ayuntamiento de Villanueva de Gállego, bajo el título Un pintor para la historia, organizaron en concomitancia con la exposición de Fuendetodos, también comisariada por el profesor Wifredo Rincón. Todavía circulan, entre libreros de viejo y coleccionistas, las postales conmemorativas que hicimos imprimir.
Mi propia biografía italiana, dos décadas repartidas, sobre todo, entre el lago Mayor y Roma, parece enlazarse con la de Pradilla y su larga estancia romana, en cuya Academia de España ingresó en el cupo de los primeros pensionados y cuya dirección asumió pero, al igual que Valle-Inclán, declinó hastiado de zancadillas políticas u ordenancistas. Yo estuve conviviendo con los becarios de la promoción 2007-2008, y precisamente el pasado año despedimos, ¡tan prematuramente!, a nuestra amiga la poeta Guadalupe Grande, con quien anduve recitando junto a las tumbas de Shelley y Keats.
Muchas fueron las frecuentaciones pradillescas en su país, y el mío, de adopción. Desde su primera propuesta mítica o mitologizante, El rapto de las sabinas, que como el Aníbal goyesco también enfrentaba un jurado académico, hasta captaciones de ambiente que van de la plaza de San Marcos, en los neblinosos nortes, al golfo de Nápoles, su excursión plenairista más meridional. Pero son sus óleos pontinos, de nuevo saboreados en este final del Año Pradilla, los que trabajando sobre el recuerdo le permitieron una experimentación paisajista de extraordinaria calidad lumínica y compositiva, y más poderosamente me interpelan.
Aquellas extensas marismas del Lacio, tan pintorescas como insalubres (no en vano se las llamaba paludes), representaron para Pradilla lo que Anticoli Corrado para Barbasán, de nuevo un viaje al pasado ancestral, al agro profundo, desde una Roma hirviente de cosmopolitismo y modernidad, algo parecido a lo que pudo representar Veruela para un Bécquer exhausto del tráfago madrileño. Colmatadas durante el Ventennio fascista, con un altísimo coste humano de braceros mal pagados y trabajos forzados de prisioneros políticos, las nuevas tierras se entregaron a ex combatientes de la Gran Guerra en una operación propagandística que pretendía cancelar un pozo de miseria e ignorancia donde floreció el culto a la niña María Goretti, hoy su santa patrona, violada y asesinada por uno de aquellos destripaterrones.
Poco imaginaba Pradilla que sobre esas lagunas miasmáticas, que él transfiguró en fantásticos espejos de luz argéntea y brumoso cañaveral de estampa japonesa, iban a surgir pueblos de colonización que, como los de nuestra última dictadura, promoverían una intensa migración interior: nuestra amiga Serena, nacida en Latina (ex Littorio), aún recordaba las consignas del régimen esculpidas en edificios públicos.
Nos queda sólo la ensoñación pictórica de nuestro paisano, que casi hermosea la tristeza y la fatiga de unas vidas condenadas, más fiel su visión lírica y compasiva, en su naturalismo sin énfasis, que la más contundente de las fotografías.