09/05/2011

Verdugos de la democracia

Las civilizaciones griegas y romanas mantenían la máxima de que no era lícito torturar al hombre libre. Sin embargo empleaban esta práctica de manera generosa con los que no catalogaban como tales. Es decir, no les dolían prendas en someter a toda clase de vejaciones y sufrimientos a esclavos, extranjeros, prisioneros de guerra y otros desgraciados a los que no se les concedía la misma gracia o derecho. Ya por aquellos tiempos surgieron críticas sobre esta clase de métodos porque se llegó a la conclusión de que las confesiones arrancadas así, eran inseguras. En el Digesto de Justiniano, un manual de tortura de la época, ya se advierte sobre este riesgo. No fue una reflexión ética, propia de lo que cabe esperar de una democracia civilizada como la nuestra, pero demostraba la escasa utilidad y el peligro que entrañan las declaraciones bajo tormento.

En el escenario actual, la democracia que presume de ser la más representativa del planeta, utiliza un razonamiento judicial muy similar al de los clásicos antepasados. La Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, la CIA de toda la vida, y el ejército estadounidense desplazado en el extranjero se pueden saltar todas las normas y convenios constitucionales y universales siempre que defequen convenientemente en casa del vecino. Tienen licencia para la tortura a condición de que ésta se realice fuera del territorio de Estados Unidos y que ningún ciudadano estadounidense se vea afectado. Son esos limbos legales en los que tan cómodamente se mueve el gobierno del imperio de occidente. Vacíos jurídicos prefabricados para poder alumbrar prisiones  ejemplarizantes donde no importe que el prisionero no haya cometido ningún delito.

Como los griegos o los romanos deciden quién merece ser considerado un hombre libre o a quién se le puede someter a 186 sesiones de waterboarding (ahogamientos al límite de la resistencia), humillaciones sexuales,  agotamiento físico, estrés o aislamiento sensorial. Y como ellos, conocen la escasa eficacia de estos procederes para conseguir una información válida. Aún más, cuando el noventa por ciento de los detenidos en Guantánamo no han podido ser acusados de ningún cargo durante diez años de confinamiento.

Casualmente, después de lo destapado por Weekeleaks sobre las torturas en Guantánamo, dicen ahora que la dirección de Bin Laden la cantó un confinado que fue sometido a múltiples suplicios. Perdonarán que no me ría porque me puede la nausea. Justifican un acto criminal con otro. Porque no hay que olvidar que, como dijo Llamazares en el Congreso, lo del líder integrista es una ejecución extra-judicial que vulnera los valores democráticos que presumimos defender en occidente. Pura venganza. Lo de decir que han tirado su cadáver al mar, aparte de rocambolesco y winchestero, se llama ocultación de pruebas. Y actuar militarmente en otro país sin su permiso es una violación del territorio.

Pero lo peor es el coro de palmeros europeos, incluidos los patrios. Ese Zapatero felicitando a un Obama satisfecho por la rentable ganancia electoral que le va a sacar al muerto. Ese rumor, casi general, de que «el fin justifica los medios». El aprovechamiento torticero que la derechona nacional está exprimiendo del asunto para darle otra vuelta de tuerca al 11-M y seguir arrojando su basura. Las voces de algunos que desde la prensa cavernícola alaban el uso de estos procedimientos ilegales y malvados. Periodistas que, amparados por la libertad de expresión que les ofrece un estado democrático, escupen su odio envenenado reclamando poder hacer lo propio con cualquier Josu Ternera que venga al pelo.

Son tiempos difíciles, de mucha confusión, pero hay unos principios fundamentales a los que los seres humanos no podemos renunciar, incluso por una cuestión de mera defensa propia. Sea cual sea el fin que se persiga, no merece algunos medios porque automáticamente lo denigran. Si lo que se está buscando es un mundo más libre y más seguro para los seres humanos, vamos por mal camino. Vencer a quienes consideramos enemigos a fuerza de brutalidad y de injusticia nos rebaja moralmente. Nos hace más villanos que los peores villanos.

En realidad, el mundo es más sórdido y tenebroso que antes. Todo vale en esta jungla que está imponiendo el nuevo orden. Esa idea se extiende como una epidemia haciendo temblar los pilares de la democracia.  Y tampoco es más seguro. La profanación de los valores elementales nos envilece y eso aviva el odio integrista.

Gracias a estos verdugos y a sus mascotas europeas, ahora mismo yo lo veo todo gris. Muy, muy gris.