andalán 50 años » II. Des-velando Andalán » 2.2. Contextos
Cambió todo… y sigue cambiando
El otro día volví a ver a Pablo Larrañeta después de no sé cuantos años. Fue en el homenaje póstumo a Luis Granell que acaba de morir (en la montaña, donde él mismo había imaginado que la muerte puede ser hermosa). Ambos nos miramos para intentar reconocernos más allá de las obligadas mascarillas y de los profundos cambios que los años han impuesto a nuestras respectivas fisonomías. No nos dio tiempo sino a intercambiar saludos y a pensar, cada uno para nuestro propio coleto, cómo el paso del tiempo nos transforma y lo transforma todo. Pero yo me fui hacia mi casa con los mejores recuerdos flotando en la memoria: los años del cambio, aquella época en la que todo entró en ebullición y cada día aportaba interesantes novedades mientras el tardofranquismo daba paso a la Transición y esta a la consolidación de una democracia cuya evolución suponíamos que traería avances y más avances en un proceso sin límites ni tiempo tasado. Bueno, la verdad es que no llegamos a ser conscientes, conforme consumíamos los 80 y las libertades y derechos crecían en una florida primavera a la que siguió en los 90 un agradable verano, de que luego llegaría el otoño con el inicio del nuevo siglo, y ahora… el invierno. Porque nada es eterno ni previsible y el futuro ha estado siempre tan lleno de sorpresas como fuera de control. Sólo había que vernos a Larrañeta y a mí, tan mayores.
En Aragón, al igual que en el resto de España, entre 1972 y 1987 hubo muchas transiciones: la política, por supuesto, pero también la social, la económica, la cultural… Cambiaron (para bien) lo fundamental y lo accesorio, la vida y su contexto, lo inmediato y lo lejano.
Todo empezó, es verdad, hace medio siglo, en aquel 72 donde no solo se fundó Andalán, sino que el régimen franquista empezó a mostrar signos evidentes de agotamiento, se produjo una emocionante movilización en la Universidad de Zaragoza donde emergió una nueva generación de actores políticos, se evidenció que el Partido Comunista ya no era el protagonista único de la lucha contra la dictadura sino que a su alrededor aparecían otras organizaciones dispuestas a encarnar distintas versiones de la izquierda (¡y eso que todavía no habíamos visto resucitar al PSOE, cual Lázaro-Leviatán!) , y la sociedad aragonesa, lentamente al principio y luego a creciente velocidad, se fue sacudiendo el miedo, el muermo, la impersonalidad, el baturrismo y todas las lacras de cuarenta años de autoritarismo y vacío. Fue la guerra del bikini en las piscinas, el rock y las caricias en las discotecas, los cantautores, las melenas masculinas, las faldas cortas, el Colegio Menor de Teruel, el Centro Pignatelli de Zaragoza, las convocatorias culturales en Huesca, las primeras reuniones en los pueblos, las asambleas en la Universidad, los convenios del Metal, la Construcción y la Madera negociados cara de perro, la asamblea autonomista en Caspe, los guateques y una nueva visión de lo que Aragón era y lo que debía ser.

Baiget, El vell camí
Aragón salió muy maltrecho de la Guerra Civil. Como cualquier otro lugar de España, se dirá. Pero no exactamente, porque aquí a la extrema abrasión causada por el enfrentamiento bélico y la represión (sobre todo la de los vencedores, que fue implacable desde el primer momento y a lo largo de los años posteriores) se sumó de inmediato la emigración del campo a la ciudad, la sensación de que destacarse de cualquier manera (“darse a entender”) podía ser muy perjudicial, y la ruptura total con la trayectoria previa, la de los años 20 y la primera mitad de los 30, cuando la animosa “Edad de Plata” había producido pasión republicana, arquitecturas, cafés modernos, librerías, cineastas, poetas, ateneos, bandas de jazz, revueltas anarquistas, sublevaciones en Jaca, impresionantes mítines socialistas en las Cinco Villas, estrenos de la Xirgú en el Principal zaragozano y escándalos sicalípticos en los locales dedicados a las varietés.
Tras el 39, de aquello no quedó nada. Así que fue preciso reconstruirlo todo. Desde las fiestas del Pilar (o las del Ángel o las de San Lorenzo o todas las que recorrían la geografía rural durante los veranos) hasta la reivindicación autonomista. No fue casualidad que la primera gran cita que puso el Estatuto en los programas de las izquierdas aragonesas se celebrará en 1976 en el mismo Caspe donde cuarenta años atrás se había esbozado una propuesta al respecto aventada de inmediato por el alzamiento militar y la guerra. La autonomía caló tan hondo que en abril de 1978 fue exigida por muchedumbres nunca vistas en Teruel y Huesca y finalmente en Zaragoza. Un entusiasmo indescriptible, dijeron las crónicas. Aunque, justo en ese mismo momento, ya se conspiraba (en el seno de la misma UCD que presidía la DGA preautonómica) para embridar el autogobierno dentro del cauce menor del artículo 148 de la Constitución. Como luego se pudo comprobar.
En los 80 todo se aceleró. La democracia se asentaba y con ella lo demás: la autonomía, los procesos electorales, la libertad sindical, el asociacionismo (también en el mundo rural). Así ocurrió que una serie de importantes grandes causas que existían previamente pero no habían podido eclosionar en movilizaciones masivas ganaron la calle y los titulares de los informativos, desde la lucha contra los destructivos pantanos hasta la oposición a las centrales nucleares (aquella de Chalamera, que al final quedó en nada). En gran medida, la llegada de General Motors, que por vez primera situó en Aragón una gran instalación industrial, fue fruto de los nuevos tiempos. Porque el desembarco de la fábrica de Opel no era el primer proyecto destinado a ubicar en el Valle del Ebro una factoría automovilística; pero años atrás la propia burguesía aragonesa impidió que algo así ocurriera: temía que la presencia de un polo industrial capaz de concentrar miles de trabajadores irradiase conflictividad laboral al resto del tejido productivo. Sin embargo, en 1982 la élite económica regional aceptó e incluso potenció (desde la Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja y otras entidades) la operación para atraer a Figueruelas una empresa cuyo impacto en la economía aragonesa fue y sigue siendo muy importante.
¿Qué se quería hacer con Aragón? ¿Cuál era la aspiración colectiva de esta tierra? En realidad nunca hubo una visión única ni siquiera convergente. Andalán había publicado una portada en la que el mapa regional desplegaba una especie de utopía urbana, industrial, agrícola y ganadera, una red de infraestructuras que comunicasen entre sí ciudades y pueblos, y que llegaran al resto de España en una malla capaz de superar la obsesión radial del centralismo madrileño. Mucho después, Santiago Marraco, que había ganado la presidencia de la DGA, y Marcelino Iglesias, que la ganaría más tarde, todavía describían el ideal territorial de acuerdo con aquella ilustración. Pero había otras visiones muy diferentes: la de la “mesa camilla”, donde los grandes constructores promotores de Zaragoza diseñaban la ciudad reformando cada Plan General de Ordenación Urbana de acuerdo con sus intereses, la de las empresas e inversores que veían en el territorio un mero recurso que explotar sin contemplaciones, la de los cargos electos y altos funcionarios dispuestos a coquetear con la corrupción.
Aragón avanzó mucho en quince años, cambió a mejor (en general), se hizo más rico, más variado, más risueño y más culto. Aparecieron nuevos y sorprendentes protagonistas: los artistas plásticos de los grupos Azuda y Forma, las treinta galerías de arte que abrían sus puertas en Zaragoza, los grupos de teatro independiente (el Estable, el de la Ribera, El Grifo, La Taguara), los pubs donde se estiraba la noche, los conciertos, los libros, los cuarteles cesaraugustanos recuperados por la sociedad civil y reconvertidos en escenarios de las primeras fiestas del Pilar populares… Como el resto de España, ya digo. Un promedio casi perfecto de la realidad nacional (o plurinacional, si lo prefieren). Fueron buenos tiempos. Tres lustros para la memoria, incluso para la nostalgia.
Porque a día de hoy, cuando se conmemora el cincuentenario de Andalán o de la movilización universitaria del 72 e incluso de la fundación de mi añorada y querida Larga Marcha hacia la Revolución Socialista (¡ay, madre!), Aragón ha vuelto a cambiar y sigue cambiando. No todas las transformaciones son tan estimulantes como las que se produjeron al volver la esquina de los 70. Incluso podríamos decir que, si entonces avanzó la marea de la ilusión, la libertad y el optimismo, ahora llega una bajamar gris y silenciosa. Estancado, vacío en gran parte de su extensión geográfica, controlado férreamente por viejas/nuevas élites económicas y políticas, sometido al albur de la inercia, ahíto de purín de cerdo, aferrado a ilusiones y paradigmas que se quedaron anticuados hace muchos años… este Aragón, desinformado y abúlico, quizás necesitase hoy otro Andalán, algún tipo de despertador capaz de ayudar a quienes, pese a todo, aún aspiran a lo mejor.
Ahora les toca a otros, a las generaciones que han ido llegando. Larrañeta y yo estamos mayores, Granell se fue (¡compañero!), Andalán es un recuerdo glorioso. Pero les digo una cosa: después de cada invierno, siempre retorna la primavera.
Lo que Andalán supuso
Yo nunca escribí en Andalán. Quizás sea este le primer artículo que publico bajo su cabecera, aunque ahora sea en soporte digital.
Sin embargo, Andalán fue un factor muy importante en mi vida profesional. Como había ocurrido antes con las ediciones vespertinas de Aragón Exprés, la competencia de un medio más crítico, más dinámico y más osado condicionó la evolución de Heraldo de Aragón, donde desarrollé como es sabido mi carrera entre 1974 y 2001. Ese acicate externo empujó al diario decano a una imprescindible evolución que culminaría en 1988 con una reforma total llevada a cabo por un renovado equipo de periodistas jóvenes del que formé parte. Y ahí empezó lo mejor de mi trayectoria periodística.
Por eso, desde hace muchos años, escribo sobre Andalán con cariño y reconocimiento. Sin ese periódico y los compañeros que lo produjeron, Aragón sería hoy algo más pequeño y menos interesante. O estaríamos peor. Que ya es decir.