andalán 50 años » II. Des-velando Andalán » 2.2. Contextos
Andalán en el marco periodístico del momento
En el veinticinco aniversario del nacimiento de Andalán, José Luis Calvo Carilla (1997) señalaba que, tan solo un año después de la aparición de la revista, “los fundadores y redactores más próximos a tan insólita aventura eran conscientes de estar protagonizando un insoslayable capítulo de la historia del Aragón contemporáneo”. En momento tan temprano comenzaban, pues, a construir “su propia mitificación”.[1] Eloy Fernández Clemente, fundador y director de Andalán durante diez años recordaba que habían presentado el primer número en Aínsa, el 16 de septiembre de 1972, conscientes de que, en el combate ideológico contra la Dictadura, Cuadernos para el Diálogo, Triunfo, Cambio 16 o el diario Madrid habían apuntado ya los diferentes frentes y establecido los techos de confrontación. Estas cabeceras, junto a otras que iremos nombrando, constituían el admirado modelo del periodismo antifranquista del momento. Luis Granell confesaba, desde una perspectiva puramente técnica, que “copiaba un poco de todas partes: El Ciervo, Triunfo”, o que, sobre todo al principio, anotaba con mucho interés las aportaciones periodísticas de Cambio 16: “les encantaban los juegos de palabras, los títulos graciosos, los títulos de películas. El que mejor utilizó todo aquello fue José Ramón Marcuello”, decía Granell.[2] Andalán ocupó sin duda un lugar propio y relevante en aquel aluvión de proclamas y cabeceras, a pesar de que José Antonio Labordeta se quejara tiempo después de que ni siquiera Triunfo mencionaba apenas a la revista aragonesa.[3]

Cabecera del último número de El Ebro
No obstante, sin eludir tales referencias, Andalán percibía su misión preferente entre “las revistas de tipo regional”, un terreno donde -según Eloy Fernández- “sin esperarlo, habríamos de alcanzar notoriedad y prestigio”.[4] Fernández Clemente, periodista e historiador, conocía bien el interrumpido caudal ideológico de la prensa aragonesista anterior al franquismo, en la que se sentía reconocido: la segunda Revista de Aragón (1900-1905), La Correspondencia de Aragón (1910-1912), El Ideal de Aragón (1914-1920), El Ebro (1917-1936), Renacimiento Aragonés (1935-1936), Diario de Aragón (1936) etc., o la revista del exilio mexicano, Aragón, donde los jóvenes de Andalán identificarían poco más tarde, cuando la publicación fue recuperada, relevantes semejanzas con su propio empeño cultural e histórico. Confesaba también Fernández Clemente que los fundadores del periódico admiraban el legado de la denominada Oficina Poética Internacional (OPI), congregada en el café Niké en torno a Miguel Labordeta o Julio Antonio Gómez en la Zaragoza de los años cincuenta y sesenta. En pleno franquismo, el arte, la poesía, el desplante surrealista ayudaban a aquellos jóvenes inquietos a sobrellevar tiempos de precariedad cultural y de monopolio ideológico.[5]
Por otra parte, la universidad española había emprendido un apreciable empeño renovador en la década de los sesenta. Por lo general, los primeros redactores de Andalán habían acudido a las aulas universitarias a finales de esta década y eran ya, en muchos casos, profesores universitarios cuando nace la revista. Su formación les permitía refrendar su propia tarea con un sólido sustento histórico: el federalismo, el obrerismo, la obra de Joaquín Costa, la II República.[6]
Cuando aparece el quincenal, se publicaban en Aragón siete diarios y numerosas revistas: “Todos ellos se incorporan, inevitablemente, a nuestra experiencia personal. Todos ellos nos han enseñado, desde antes de nacer a la calle, muchas cosas”, se lee en la primera página de la nueva publicación. También en este primer número, Jesús Vived Mairal afirmaba categórico: “Andalán no es una improvisación. Mientras su fundador, Eloy Fernández Clemente, soñaba con este periódico -y lo gestaba-, otras voces dispersas, aunque unánimes, lo ‘pedían’. Hoy sueño y voces se han encontrado. Ya realidad, Andalán no solo llenará un hueco -que lo había-, sino que será revulsivo y aglutinante de quienes piensan en un Aragón a tono con su historia y posibilidades”.
Tiempo de cambio
Se vislumbraba, evidentemente, el final del franquismo y no solo se trataba de abrir las compuertas del pensamiento más allá del reducto nacional sino de recuperar un pasado mutilado, transterrado, oculto. Cabeceras recientes y veteranas confluyeron entonces en el empeño de sortear los resortes ya gastados de la censura y de alumbrar el nuevo periodo que se atisbaba. Al final del franquismo y durante la Transición, Cuadernos para el Diálogo, Triunfo, El Ciervo, Destino, Cambio 16, Sábado Gráfico, Doblón, La Actualidad Española, Gaceta Ilustrada, Posible, Guadiana, El Viejo Topo, La Calle, Primera Plana, El Papus, Interviú, etc., trataban de compensar aceleradamente la escasez de información, de debate, de intercambio de ideas de los años anteriores. Semiótica, nueva historia, marxismo, los corolarios morales del Concilio Vaticano II, la necesidad de librarse finalmente de la mojigatería franquista, el resurgir de las identidades regionales configuraban un heterogéneo entramado ideológico desde el que se pretendía analizar los signos de la nueva etapa.

Cuadernos para el Diálogo
El acceso a un nuevo marco comunicativo, sin censura ni otras restricciones que las señaladas en el código penal, no fue inmediato ni fácil. Muchos periódicos y revistas fueron objeto de amenazas y de atentados de diferente signo. Solo en 1977 el GRAPO causó importantes daños con goma-2 en la sede madrileña de Diario 16; la Triple A colocó una bomba en las instalaciones barcelonesas de El Papus, que ocasionó la muerte de un conserje; también la extrema derecha fue la causante de la muerte de un empleado de El país por la explosión de un paquete bomba; la redacción de la revista Berriak de San Sebastián fue destruida por un incendio, que asumió el Comando Benito Mussolini; el GRAPO secuestró a un técnico de Radio Madrid; una bomba destrozó en Pamplona las instalaciones de la revista Punto y Hora de Euskalherría, la Triple A y el Joven Batallón de Navarra asumieron el atentado. Claro está que todavía cundieron más las denuncias, el secuestro de ejemplares, las multas, etc.[7] Andalán, por ejemplo, fue víctima de una minuciosa vigilancia policial que desembocó en ocasiones en querellas, en procesos judiciales, en la recogida de algunos números o que incluso, en junio de 1975, condujo a la cárcel de Torrero a su director, Eloy Fernández Clemente, durante nueve días.[8]
El 1 de enero de 1978 se editaban en España 7.012 revistas, según los datos de la OJD (Oficina de Justificación de la Difusión). Sin embargo, el fin de la Transición supuso la desaparición de la mayor parte de estas publicaciones que tanto habían contribuido a describir y caracterizar el tránsito entre la dictadura y la democracia. Un exceso de demanda con respecto al volumen de publicidad y de lectores que cabía reclutar, la expansión de las revistas semanales de los diarios, la falta de imaginación periodística para afrontar un nuevo periodo político y social son algunos de los factores que pueden explicar este agotamiento generalizado de las revistas del momento.[9]
Cabeceras de referencia
El semanario Triunfo había sido fundado en 1946 por José Ángel Ezcurra Carrillo como una publicación centrada en la crítica de cine y de teatro. El título le había sido en cierto modo impuesto por las autoridades de la Dirección General de Prensa que habían de conceder los permisos pertinentes.[10] A Ezcurra se le debe también la fundación de otras revistas de relevancia como Primer Acto (1957), Nuestro Cine (1962), Hermano Lobo (1972) o Tiempo de Historia (1974). En 1962 logra la conversión de Triunfo en revista de información general con capital de Movierecord.[11] Poco después la cabecera se alzaría como una de las principales referencias periodísticas contra el régimen vigente en virtud de la dirección de Ezcurra y de la autoridad que imponían las firmas habituales de Eduardo Haro Tecglen (subdirector), Manuel Vázquez Montalbán, Luis Carandell, Diego Galán, José Monleón, Víctor Márquez Reviriego, José Luis García Delgado, José María Vaz de Soto, Enrique Miret Magdalena, Carlos Castilla del Pino, etc., que alternaron con otras de numerosos intelectuales, periodistas o escritores del momento. Así, en sus páginas comparecieron los nombres de Max Aub, Francisco Ayala, Carlos Barral, Antonio Burgos, Chumy Chúmez, Alfonso Carlos Comín, Juan Cueto, Antonio Elorza, Eduardo Galeano, Manuel Leguineche, José Luis López Aranguren, Felipe Mellizo, José Monleón, Luis Racionero, Margarita Rivière, Alfonso Sastre, Fernando Savater, Ramón J. Sender, Enrique Tierno Galván, Gonzalo Torrente Ballester, Manuel Vicent, etc.
En su primera etapa Triunfo ofrecía más de noventa páginas al precio de diez pesetas, con abundante despliegue fotográfico -en ocasiones a todo color-, generoso espacio para la publicidad y una maquetación ágil en virtud de informaciones breves, espacio para la opinión del lector, tiras cómicas, reportajes fotográficos, etc. El número de páginas, el precio o el estilo de la maquetación variaron como es evidente a lo largo de los años, pero Triunfo siempre conservó una línea periodística reconocible: trató de reflejar el discurrir cotidiano de sus lectores, se ocupó ampliamente de las distintas expresiones culturales, el cine (de la mano de Diego Galán), el teatro (José Monleón), los libros; pero también de la moda, de los adelantos científicos, de la situación de la mujer, de la liberación sexual, defendió pronto el divorcio, no sin un considerable escándalo; atendió y subrayó la versión más progresista de la Iglesia Católica (Miret Magdalena); se ocupó abundantemente de la política internacional (los Estados Unidos de John F. Kennedy, la Alemania de Willy Brandt, el Chile de Neruda y Allende; Japón, la vida cotidiana en Moscú, etc.).
En julio de 1982 salía a la calle el último número de la revista, recientemente recuperada, con la contribución de la Universidad de Salamanca, en formato digital bajo el dominio triunfodigital.com. Con este motivo, José Ángel Ezcurra, hijo del fundador, trazaba una breve semblanza de la emblemática cabecera: “Dos ideas fundamentales guiaron a la revista a partir de su nueva situación profesional [1962]: dirigirse a las mayorías y transitar por senderos culturales para que sus páginas pudieran acoger las grandes corrientes del pensamiento europeo”.
Como iniciativa personal de Joaquín Ruiz-Giménez al poco de ser cesado como ministro de Educación Nacional tras los disturbios estudiantiles de 1956, nacía en octubre de 1963 Cuadernos para el Diálogo, revista mensual -semanal dese marzo de 1976- inspirada en las ideas de ecumenismo y de afán de diálogo que se agitaron con el Concilio Vaticano II y se plasmaron en el espíritu de una democracia cristiana cada vez más opositora al régimen de Franco. Entre otros, colaboraron en la revista Pedro Laín Entralgo, José María Llanos, José Luis Sampedro, Marcelino Zapico, Juan Luis Cebrián, Ignacio Sotelo, Miguel Bilbatúa, Gregorio Peces Barba, Juan Rof Carballo, Javier Rupérez, Soledad Gállego, José Luis Abellán, Elías Díaz, Pedro Altares (director en la última etapa) o el propio Joaquín Ruiz-Giménez, quien debió abandonar en 1966 la dirección de la revista cuando la nueva Ley de Prensa e Imprenta, promovida por Manuel Fraga, exigía la titulación de periodista y estar colegiado para dirigir un medio de comunicación.
La revista surgió en un momento ya de cierta liberalización política y económica, iniciado a finales de los años cincuenta. En el primer número se daba cuenta sin firma de la “Razón de ser” de la publicación: “Nacen estos sencillos Cuadernos para el Diálogo con el honrado propósito de facilitar la comunicación de ideas y de sentimientos entre hombres de distintas generaciones, creencias y actitudes vitales, en torno a las concretas realidades y a los incitantes problemas religiosos, culturales, económicos, sociales, políticos… de nuestra cambiante coyuntura histórica”. Y, en efecto, Cuadernos para el Diálogo abordó desde un principio, y hasta su desaparición en el otoño de 1978, los asuntos candentes de cada momento desde posiciones nada dogmáticas: la convivencia ideológica y política entre los españoles, el Concilio Vaticano II, la guerra de Vietnam, las nacionalidades del Estado, Hispanoamérica, los Derechos Humanos, la caída de Allende, las condiciones de la transición a la Democracia, etc. Desde una clara posición inicial de talante democratacristiano la revista evolucionó en los 70 hacia un predominio de pensamiento socialista, “aun cuando a lo largo de todo el trayecto Cuadernos fue realmente un lugar de encuentro de una gama muy amplia de sensibilidades democráticas y su directorio se convirtió enseguida en el establishment de la democracia (…)”, en palabras de Ignacio Fontes y Manuel Ángel Menéndez.[12]
Davara Torrego, que dedicó su tesis doctoral a la revista, distinguía cuatro ideologías “claramente definidas” en el seno de la publicación: el pensamiento democristiano (representado por Ruiz-Giménez, Óscar Alzaga, Javier Rupérez, Eugenio Nasarre), las tendencias liberales y socialdemócratas (Ignacio Camuñas, Joaquín Garrigues Walker, Francisco Fernández Ordóñez), el grupo más propiamente socialista (Peces-Barba, José María Maravall, Enrique Múgica, Miguel Boyer) y finalmente las opciones de carácter sindicalista y comunista (Marcelino Camacho, Ramón Tamames, Julián Ariza, entre otros).[13] A los cincuenta años de la aparición de Cuadernos, Javier Rupérez, que había conocido aquel empeño desde muy dentro, destacaba “la ingente aportación de la revista” a la cultura democrática española; apuntaba que un análisis minucioso de los contenidos nos reportaría algunas sorpresas y cierta perplejidad en ocasiones, ya que, al fin, las páginas de la revista nacían en circunstancias muy determinadas, pero, con todo, no cabe dudar, a su juicio, de “la contundente apuesta que Cuadernos siempre realizó por la defensa de los derechos humanos, por el valor de la democracia, por la reconciliación de los españoles, por la convocatoria pacífica para el consenso o la disidencia”[14]
Un modelo periodístico sustancialmente distinto al de Triunfo o al de Cuadernos condujo también a un éxito inapelable de público durante varias décadas a Cambio 16 (1971-1991), donde “solo había periodistas. Eso sí, jóvenes y antifranquistas”.[15] A diferencia de otros medios, Cambio 16 se proponía ante todo informar, si bien, con voluntad de estilo, frescura, desenfado narrativo, y con las viejas fórmulas del periodismo: “un titular atractivo, un lead creativo y la tradicional pirámide invertida que respondiera a las preguntas de toda la vida”.[16] Buena parte de la clave del éxito se esconde en el grupo de personas reunidas en torno a la cabecera: Juan Tomas de Salas (editor), Ricardo Utrilla (director de producción), Manuel Velasco (director), José Oneto (que provenía del dinamitado y mítico diario Madrid). El enfoque periodístico de Cambio 16 apostó por los hechos, no por los comentarios, a partir de una redacción siempre pulcra y fluida y una documentación sólida: “Sin embargo, llegó a ser la redacción periodística más creativa que podía leerse en la prensa española e instituyó una escuela que influyó en la prensa española del último tercio del siglo XX”.[17]
Un caso ciertamente singular es el de El Ciervo, que surgió en junio de 1951 como “boletín cultural” y que perdura hoy como revista bimestral. Nació al amparo de la Asociación Católica de Propagandistas del centro de Barcelona, como publicación adherida a la Acción Católica Española, pero subrayando desde un principio un catolicismo abierto a los frentes de la cultura, progresista en sus planteamientos teológicos y de tendencia social. Entre sus fundadores hay que mencionar a José María Barjau Ríu, Rosario Bofill, Joan Gomis, Llorenç Gomis, Joaquim Gomis o Alfonso Carlos Comín.[18]
Por las anotaciones personales que nos ha facilitado Eloy Fernández Clemente, sabemos que “cuando nació Andalán, pronto fue acogida con simpatía y compañerismo desde otras cabeceras parecidas. Hubo intercambio de las publicaciones y solidaridad en los “percances” con policía y jueces, ellos y nosotros”. Aparte de las grandes referencias que aportaban Cuadernos para el Diálogo o Triunfo, Eloy Fernández menciona otras revistas de carácter más periférico con las que los redactores de Andalán se sintieron asistidos y acompañados ideológicamente.
Así, Serra d´Or (1959), mensual de orientación cultural, decana de las publicaciones en catalán y todavía en activo. Nació y se mantiene al amparo de la Abadía de Montserrat. En su primera etapa publicaron jóvenes autores como Montserrat Roig, Carme Riera, Baltasar Porcel o Terenci Moix. Entre los consagrados, firmaron pronto en la revista Joan Fuster, Josep Carner, Manuel de Pedrolo, el arquitecto Oriol Bohigas, el historiador J. Vicens Vives, el primer director y monje de Montserrat, Jordi M. Pinell, etc.
También menciona Eloy Fernández como publicación afín en aquel momento el semanario Presencia (1965), escrito primero en castellano, luego, en catalán, dirigido en un principio por Manuel Bonmatí. Actualmente se publica como suplemento semanal de varios diarios del ámbito lingüístico catalán. En el editorial de su primer número (10 de abril de 1965), se decía: “Establezcamos el diálogo. Queremos que PRESENCIA llegue a ser el eco de la opinión de Gerona a la vez que un intercambio de ideas con España y el resto del mundo”. Ya en esta primera entrega firmaban Néstor Luján, José María Castellet, Ricard Salvat, entre otros.
Asturias Semanal (1969-1977), fundada por Graciano Gracia, aglutinó a los opositores al franquismo en Asturias y a partir de 1974 se reorientó hacia la defensa de la lengua y de la identidad asturianas. Bajo la dirección de Juan Cueto Alas, Los Cuadernos del Norte (1980-1990) se presentaban como Revista Cultural de la Caja de Ahorros de Asturias, en el centenario de su fundación, “con proclamada intención de pluralismo y clara intención integracionista” y con el propósito de recuperar el espíritu de las revistas culturales de Asturias en las que, cien años atrás, “coexistían pacíficamente filosofías del más variado signo junto con modestos conceptos sin pretensión alguna de constituirse en límite; tan atentas a lo universal como a lo particular; y en donde era posible encontrar la divulgación de los grandes temas del pensamiento europeo junto a las investigaciones más rigurosas de la cultura regional”. La revista ofrecía distintas secciones que variaban según las entregas: Los Cuadernos de Pensamiento, Los Cuadernos de Cine, Los Cuadernos de Arte, Los Cuadernos de Poesía, Los Cuadernos de Asturias, Los Cuadernos de Actualidad, Los Cuadernos del Diálogo, Los Cuadernos de Antropología, etc. No cabe duda de que Los Cuadernos del Norte, de carácter bimestral, logró el anhelado compromiso entre lo particular y lo universal y alcanzó en este cometido gran relevancia. Firmaron en sus páginas Fernando Savater, Camilo José Cela, Francisco Umbral, Gonzalo Torrente Ballester, Antonio Gala, Roland Barthes, Gonzalo Suárez, Ángel González, José Luis García Delgado, Eugenio Trías, etc. Periódicamente, la publicación reservaba encartes para temas como La novela criminal, James Joyce, La Regenta, Álvaro Pombo, Alemania, etc.
A Nosa Terra salió como semanario entre 1977 y 2011, vinculado siempre al nacionalismo gallego. Margarita Ledo fue su primera directora. Colaboraron en sus páginas Manuel Rivas, Carlos Casares, María Xosé Queizán, etc.
“De todos ellos -señala Eloy Fernández Clemente- aprendimos y nos sentimos vinculados a esos grupos de pioneros luchadores por la libertad y las democracias”.
[1] José Luis Calvo Carilla, “La crítica y la creación literarias”, en Carlos Forcadell Álvarez (coord.), Andalán, 1972-1987. Los espejos de la memoria, Zaragoza, Ibercaja, 1997, p. 201.
[2] Ibid., p. 244.
[3] Antón Castro, “Entrevistas”, en C. Forcadell Álvarez (coord.), Andalán, 1972-1987. Los espejos de la memoria, Zaragoza, Ibercaja, 1997, p. 235.
[4] Eloy Fernández Clemente, Los años de Andalán. Memorias, Zaragoza, Rolde de Estudios Aragoneses, 2013, p. 23.
[5] Ibid., p. 29.
[6] Eloy Fernández Clemente; Carlos Forcadell, Historia de la prensa aragonesa, Zaragoza, Guara Editorial, 1979, p. 243.
[7] Vid. Manuel Ángel Menéndez Gijón, “Introducción. El dulce, breve tiempo de la gloria (Auge y pérdida de un mercado)”, en Ignacio Fontes, Manuel Ángel Menéndez, El Parlamento de papel. Las revistas españolas en la Transición democrática. Tomo I, Madrid, Asociación de la Prensa de Madrid, 2004, pp. 16-58.
[8] Vid. Alberto Sabio Alcutén, “La mirada del tardofranquismo. Un periódico nuevo en un Estado envejecido: 1972-1978, en Carlos Forcadell Álvarez (coord.), Andalán, 1972-1987. Los espejos de la memoria, Zaragoza, Ibercaja, 1997, pp. 49-71.
[9] Ignacio Fontes, Manuel Ángel Menéndez, El Parlamento de papel. Las revistas españolas en la Transición democrática. Tomo I, Madrid, Asociación de la Prensa de Madrid, 2004, pp. 50-55.
[10] Ibid., p. 100.
[11] Ibid., pp. 121-122.
[12] Ibid., p. 269.
[13] Francisco Javier Davara Torrego, “Cuadernos para el Diálogo, una revista necesaria”, Estudios sobre el mensaje periodístico, nº 10, 2004, p. 219.
[14] Javier Rupérez, “Cuadernos para el Diálogo en la distancia del medio siglo”, Cuadernos de pensamiento político FAES, nº 38, 2013, p. 178.
[15] Ignacio Fontes, Manuel Ángel Menéndez, op. cit., p. 139.
[16] Ibid.
[17] Ibid., p. 140.
[18] En elciervo.es/quienes-somos/