Llegué a Andalán de la cariñosa mano de José Ramón Marcuello. Habíamos coincidido en la Escuela Normal de Magisterio. Siempre interesado por los asuntos de la educación, me abrió las puertas a un grupo humano excepcional y a un periódico que algunos enseñantes, muy jóvenes, teníamos como referencia. Lo comprábamos, lo leíamos y lo comentábamos en las muchas reuniones y asambleas, ilusionados por un cambio en la educación.
En aquel tiempo, maestro en Sierra de Luna, intentaba llevar la prensa a las aulas. Como otros tantos compañeros y compañeras de escuelas rurales. Implantar nuevas propuestas pedagógicas. A veces, contra viento y marea. Vigilados por una inspección que nos subrayaba en rojo en nuestra ficha de funcionarios. Incomprendidos a veces por unas familias y una comunidad rural acostumbrada a la escuela tradicional. Entrar en Andalán suponía tener la oportunidad de contar lo que hacíamos en las aulas. En mi caso, además, cumplir el sueño de escribir en un periódico, pues la falta de recursos familiares me había impedido estudiar esa carrera lejos de casa.
Eran los años de la “movida” pedagógica. En el Colectivo del Martes nos reuníamos semanalmente un amplio de grupo maestros y profesores de instituto, de la privada, de la Universidad y hasta algún inspector. De ahí surgió la iniciativa de organizar en 1977 la Escuela de Verano de Aragón (EVA), al modo y manera de los encuentros de Movimientos de Renovación Pedagógica que venían realizándose en otros territorios del país. Sobre la EVA fueron mis primeras crónicas en Andalán, escritas a cuatro manos con mi amigo Gabi (Gabriel López Navarro) entonces maestro en la escuela de Erla.
“Por una escuela pública, popular y aragonesa”. Ese era el lema que se repitió en varias ediciones. Unas jornadas que, a comienzos de julio, congregaban a más de quinientos enseñantes (así nos llamábamos entonces) de todos los niveles y sectores. En Andalán tuve la oportunidad de dar cuenta cada verano de ese ímpetu renovador y, a lo largo del curso, de numerosas iniciativas y experiencias nacidas al calor de la EVA. Grupos de renovación como Clarión y el Colectivo Aula Libre. Encuentros de Escuelas Rurales con participación de más de cien maestros en varios puntos de Aragón. Campañas ciudadanas, como la navideña “Por un juguete creativo y contra el juguete bélico y sexista”. Y la revista Al Rebullón, que se imprimía, por cierto, en los talleres de Cometa, como Andalán.
También me ofrecieron las páginas de Andalán para publicar un breve cuento infantil propio (Ara y Gon, historia de dos gotas de agua) sobre los embalses y regadíos en nuestra tierra. Y para referenciar un libro (Soy aragonés) dirigido a nuestros escolares, escrito por cuatro docentes amigos (B. Aguelo, F. Alfambra, I. Monserrrat y yo mismo) y magníficamente ilustrado por José Luis Cano y José Luis Tomás.
De mi paso por Andalán recuerdo con especial satisfacción algunos artículos que recuperaban la historia contemporánea de la educación aragonesa, como las Jornadas Pedagógicas de 1932 (Crónica de un cincuentenario no celebrado). O una mesa redonda, al alimón con Luis Granell, rodeados de estudiantes (Hablan los alumnos: aquí huele a suspenso). Y, sobre todo, los Paisanajes con luchadores por la libertad y la democracia durante tiempos difíciles, como el que le hice al socialista y ugetista Arsenio Jimeno, en una entrevista en su casa escribiéndome las repuestas en una pequeña pizarra, o el de Simeón Bailo, una persona del común y sin filiación política conocida que había pasado muchos años en la cárcel de Torrero. De manera especial, los realizados a pedagogos aragoneses, como el de Félix Carrasquer, a quien entrevisté en su casa de la montaña del Tibidabo, y el de Santiago Hernández Ruiz, con quien pasé más de una tarde en Valderrobres y con el que, desde entonces, mantuve una cálida amistad durante años.
Andalán fue una experiencia muy enriquecedora. En lo personal y en lo profesional. Por disponer de una ventana abierta para airear la vida entre los pupitres de las aulas aragonesas, con sus problemas y sus ilusiones en cada reforma educativa. Por conocer a un grupo de personas sabias, entrañables y comprometidas con nuestra tierra de las que mucho pude aprender y con algunas de las cuales coincidimos después en El Día. No voy a nombrar a nadie, pero me dejaron una profunda huella que siempre agradeceré.
Aquellos años de Andalán marcaron mi trayectoria. Con esa valiosa “mochila”, nada pesada, he intentado, en lo posible, abrir surcos para plantar ideas nuevas de cambio y de futuro en la escuela aragonesa. Sin salirme del terreno de la educación. Era mi “tema”. Mi trabajo, mi vocación y mi compromiso social. Y ahí sigo, como escribía Benedetti, “mientras el tiempo diga todavía”.