andalán 50 años » II. Des-velando Andalán » 2.5. Intrahistoria
Madrugadas con revista y perro
En los primeros años 80 trabajaba en un bingo y era como un exiliado en una tierra amable que quería hacer carrera de escritor en gallego muy lejos de casa. Vivía en la calle Estudios, en el número 11-13, y entonces me obsesionaban autores como Rafael Dieste y Cunqueiro, Borges y Mercè Rodoreda, que se sumaban a mi pelotón de poetas favoritos. Vivíamos en el tercero con dos niños, Daniel y Aloma, y abajo vivían dos parejas que se hicieron amigos nuestros de inmediato: Rosa y Ángel, que también tenían un niño, y Engracia y el ‘negro’ Claudio, que era brasileño y sabía tocar un sinfín de músicas de su país, de Argentina, de Estados Unidos. A veces, el músico y guitarrista tenía unos arrebatos de melancolía y de indolencia y se pasaba el día en la cama. Me dijo: «Puede ser un día grande, inolvidable: leo, canto, duermo y, sobre todo, hago el amor como un loco. El amor es una enfermedad y a la vez la mejor terapia».
Ángel era un tipo radicalmente bueno, y cuando supo que me interesaba la cultura, siempre me traía, fresco de tinta, el semanal o quincenal ‘Andalán’. Me gustaban algunos reportajes -entonces tenía la sensación de que todo lo escribían José Antonio Labordeta, Eloy Fernández, Carlos Forcadell, Luis Alegre y Antonio Peiró– y, especialmente, las ‘Galeradas’, la sección literaria, que era como un cartapacio con personalidad propia, donde había de todo. Incluso un especial, espectacular, de poesía gallega, que apareció por entonces. Conocía a la mayoría de los poetas y algunos incluso eran buenos amigos.
Algunas veces, cuando volvía del bingo, a las tres y media de la madrugada, veía el ejemplar. Tenía que salir a la explanada de la Magdalena a pasear a nuestro perro de aguas, un cocker azafranado, Pluto, y siempre lo hacía con ‘Andalán’ entre las manos. Lo leía también de madrugada.
No hay que arrepentirse de casi nada. Pero si hay algo que me apena de verdad es no haber colaborado en ese proyecto tan amado para mí, que desapareció en 1987. Para entonces ya había publicado algunos artículos en ‘El Día de Aragón’, el primero fue sobre Castelao y me lo publicó José Ramón Marcuello, y algunos otros Lola Ester algo después. He vuelto a menudo a la publicación y le debo muchos artículos, especialmente uno sobre el robo de los libros de La Seo, que nació de un reportaje de un humanista al que considero siempre un maestro, un amigo, una referencia afectuosa y un faro del periodismo y la cultura, y que no tardaría en convertirse en el autor de una sección dominical en ‘El Día de Aragón’ que todos veíamos y leíamos: ‘La Sargantana’.