andalán 50 años » II. Des-velando Andalán » 2.6. Contra Andalán: Secuestros y Censuras
El tejerazo, en un lunes de vertigo
El golpe de estado del 23-F de 1981 se produjo la tarde en la que se estaba cerrando el número 310 de Andalán, con un ir y venir nervioso de gente, antes de la reunión del Consejo de Redacción. Todo se detuvo durante unas horas, a la espera del desenlace de la ocupación militar del Congreso de los Diputados. Luis Granell era el director, estaba en su despacho con una pierna escayolada cuando llegó la noticia. Los periodistas allí presentes, José Ramón Marcuello, Julia López Madrazo y yo (Plácido Díez hacía la mili) acordamos con él no movernos hasta tener datos más fiables.
La cadena SER informaba puntualmente, supliendo la ausencia informativa de RNE, que había sido ocupada por los golpistas. Como siempre puntual, José Antonio Biescas se acercó a entregar su colaboración sobre economía. Por si acaso, Luz Abadía y el personal de Administración recogieron las fichas de suscriptores y las agendas informativas de todos, para ponerlas a salvo. La reunión se fue desconvocando a base de llamadas de teléfono y el propio Luis Granell tomó decisiones cuando escuchamos el bando de Miláns del Bosch en Valencia y vimos los tanques por la calle.
A casa y a tener mucho cuidado, fue su orden. Antes debíamos hacer una ronda por la ciudad. En dos coches, recorrimos los centros oficiales y militares, los barrios, los polígonos industriales, la Universidad, las sedes sindicales y de partidos políticos… Los compañeros de Administración escondieron todo el material que había en los archivos para no comprometer a suscriptores y colaboradores. Aún atendieron una llamada de Francia; era Mariano Constante, lector nuestro y conocido exiliado que desde Montpellier (creo recordar) nos invitaba a refugiarnos en su casa, si el golpe prosperaba.
No lo sabíamos, pero las despedidas que hicimos la noche anterior fueron cortas, pues a la mañana siguiente comenzamos a trabajar temprano, a toda máquina, sin haber recuperado las agendas telefónicas. Las noticias importantes venían de Madrid, pero había que contar esa terrorífica noche en Aragón, en especial en Zaragoza, sede de la V Región Militar.
Pese al susto, salimos esa semana a la calle puntualmente, con el titular de “El Tejerazo”, ilustrado con la foto de los golpistas pistola en mano. Un largo editorial, ocupando media primera página, denunciaba la gravedad de la situación y el carácter puramente provisional de la libertad y la democracia. “Los españoles precisamos saber qué paso, quién dudó, qué resistencias hubo que vencer”, decíamos en un texto que reclamaba el desmontaje de los elementos golpistas que subsistieran en la Fuerzas Armadas y fuera de ellas. Insistíamos en que “el sistema político sigue resultando dúctil a los intereses esenciales que dominan la sociedad” y pedíamos más firmeza a los grupos de izquierdas.
El editorial se titulaba “Seguimos en libertad provisional”, pues no se estaban dando las condiciones para una normalización democrática en España. “La transición habrá quedado superada el día en que el aparato del Estado sea capaz de asumir una política de izquierdas en el Gobierno, si llega a ser ésta la voluntad expresa de la mayoría del pueblo español”, sentenciábamos.
El trabajo periodístico de El Tejerazo lo titulamos “La larga noche del golpe” y lleva exclusivamente mi firma, aunque fue un trabajo coral. Contamos la tranquilidad en las calles, la tensión en los cuarteles, las dudas en Capitanía, los miedos en la Academia General Militar, la vigilia de la Corporación Municipal, los fantasmas de la clandestinidad, la importancia de la radio, las reacciones en las sedes de los partidos políticos.
Rematábamos la parte informativa con una entrevista al diputado Santiago Marraco, que confesaba que se veía en Carabanchel. En el mismo aeropuerto, yo había recogido después los testimonios de otros diputados, pero por problemas de coordinación en la imprenta sólo se publicó esa primera, con una foto de recurso del diputado Antonio Piazuelo, con el que también había hablado.
Las prisas nunca fueron buenas consejeras y, sin embargo, fuimos capaces de incorporar en menos de 24 horas análisis de corte nacional, como el firmado por Enrique Sáenz del Pozo, sobre la posibilidad de otro golpe de Estado; y del alcalde de Zaragoza, Ramón Sáinz de Varanda, quien pedía unidad para conseguir la ruptura con el antiguo régimen. A la vez, se felicitaba del comportamiento de la sociedad y resaltaba la contribución de los medios de comunicación al fortalecimiento de la Democracia.
Más de treinta años después, una relectura de aquellas páginas es sumamente aleccionadora. En el espacio dedicado al análisis nacional, H.H. Renner, o sea el catedrático de Historia Juan José Carreras, hombre fijo de la casa, apuntaba ideas para adivinar lo que podía venir después del golpismo. Tras retomar los recuerdos de la “sanjurjada”, el golpe de Primo de Rivera o el levantamiento del 18 de julio, Carreras seccionaba el recorrido de Alemania y Francia para alejarse de sus demonios de la II Guerra Mundial y concluía, en una tesis que no todos suscribían, que los peligros para España ya no estaban en el Ejército ni en la guerra civil, sino en el terrorismo de ETA, en el paro y en la crisis económica.
Alertaba Carreras del peligro de que algunos líderes se hicieran eco de esos descontentos y propugnaran “gobiernos de unidad nacional”. Lo decía con estas palabras, que hoy también nos ponen los pelos de punta: “No nos olvidemos que al fascismo nunca le ha hecho falta en el resto de Europa ni sacar tanques a la calle, ni guerras civiles para llegar al poder”. Un aviso a recordar.
A la Semana siguiente Andalán salió con una portada que recogía la imagen de la manifestación realizada en Zaragoza, la segunda más numerosa de los últimos años, con más de 50.000 participantes, cuyo lema era “Por la libertad, la democracia y la Constitución”.
Abriendo el semanario con el titular de “Después del golpe”, nos hicimos eco de la rumorología que todavía circulaba por la ciudad sobre determinados comportamiento durante el golpe, como la tardanza en convocar en el Gobierno Civil la Junta de Seguridad; la postura de Radio Zaragoza (copropiedad entonces de un conocido falangista y exdiputado en las Cortes franquistas) de no difundir comunicados de los partidos en una programación que hizo creer que el bando de Valencia se implantaba en Aragón; movimientos raros entre las tropas de la Brunete desplazada a Zaragoza para unas maniobras; alguna protesta pública de ultraderechistas.
Ni unos días después, ni quizás nunca, sabremos los titubeos de ciertas personas, aunque ha habido investigaciones posteriores. Esa misma semana los Reyes visitaron la Academia General Militar en un acto programado con anterioridad. En los discursos hubo, como era habitual, menciones especiales a Franco, como militar destacado. El único que evitó nombrarlo fue el general Luis Pinilla, un respetado humanista que, aunque nunca lo publicamos, lo pasó mal entre la milicia en esas horas de ocupación del Congreso. El Rey Juan Carlos, con semblante serio, invitó a la unión de todos en diferentes ámbitos y rechazó los “protagonismos egoístas”.
En otros espacios del número 311 contamos con un relato ya más sosegado cómo se había vivido la noche del golpe, una noche de miedo, en pueblos de Aragón. Ahí mismo, retrocediendo en la historia, Eloy Fernández Clemente firmaba un artículo a doble página sobre Aragoneses en las Cortes de Franco, con datos exhaustivos y nominales. Renner, continuando con el análisis del número anterior, planteaba dudas sobre la operatividad del Gobierno de Calvo Sotelo y la viabilidad de la democracia sin cambios drásticos. Ahondaba más en las bondades de la ruptura frente a la transición.
El editorial, titulado “Pedimos la paz y la palabra”, insistía en la tesis del anterior, reclamando la aclaración de todos los hechos acontecidos. Pedimos la verdad, la verdad tranquila y discreta, pero la verdad, se proclamaba en tono imperativo. Nos pronunciamos en un tono enfadado, vigilante ante futuros acontecimientos e investigaciones. El susto militar, que hizo que algunos colaboradores del semanario se acercaran a lugares de más seguridad, había pasado. Por suerte para nosotros y para todos l@s español@s demócratas.