andalán 50 años » II. Des-velando Andalán » 2.6. Contra Andalán: Secuestros y Censuras
Secuestro. Una gran tragedia
El día de san Pedro de 1974 eran “secuestrados” por la policía todos los ejemplares del número de la revista Andalán en que intenté publicar un “informe” sobre la Batalla de Teruel. Era la primera vez en vida de Franco que se abordaba el tema en otro tono que el de los vencedores. El número se reeditó quitando esas páginas y otras; cuatro años más tarde incluímos el texto en un librito con Carlos Forcadell. Transcribo, porque apenas es conocido, algunos párrafos:
Una pequeña ciudad, una comarca pobre, árida y montañosa, azotada por vientos, nieves y hielos -a muchos grados bajo cero- ve hacinarse en sus valles, torrenteras, cerros, llanadas… casi un cuarto de millón de personas. Y los ojos, las esperanzas, de muchos millones más. No es un punto vital en la Guerra Civil española, que parece estancada tras la victoria de los nacionalistas en el frente Norte. Tan sólo un símbolo, pero un símbolo preciadísimo.
“Teruel -escribiría Vicente Rojo- cambió la faz de la guerra, por cuanto recuperaba para la República, aun cuando por poco tiempo, la iniciativa en la acción; revelaba a propios y extraños la existencia de un órgano de fuerza y eficacia insospechada; daba al Estado la posibilidad de triunfos mayores y transformaba la situación y el ambiente pesimista y deprimente de la retaguardia en otro de esperanza en el triunfo”.
Bajo la dirección de Hernández Sarabia, ilustre general que ocupara el ministerio de la Guerra, gran amigo y colaborador de Azaña, tomaron Teruel los cuerpos de Ejército que dirigían Fdez. Heredia, Menéndez, e Ibarrola; a ellos se unieron los de Modesto, Balibrea, Vidal y Perea. Destacaron mucho las brigadas de resistencia que mandaban Enrique Líster y “El Campesino”, ya entonces rivales… Prieto -a la sazón ministro de Defensa y cuya estrella iba a caer con Teruel- vivió de cerca el curso de los acontecimientos: también estuvieron en Teruel el doctor Negrín, y los comunistas José Díaz y La Pasionaria. Numerosas personalidades extranjeras asistieron con diversos cometidos (periodistas, observadores, luchando con las Brigadas Internacionales…) a este escenario. André Malraux tomó cientos de metros de película, con la que compondría un excepcional documento cinematográfico. Otros muchos escribirían después sobre esta terrible epopeya. sin acercarse, por supuesto, al espanto real.
Las heladas que siguieron a la gran nevada de Nochevieja del 37, hicieron descender el termómetro hasta unos 20º bajo cero. Durante varios días quedó todo parado, no se podían usar armas ni máquinas, cientos de soldados perdieron sus pies o sus brazos por congelación.
Uno de los más controvertidos episodios, hasta hace muy poco comentado siempre en voz baja y con bastante indignación por muchos “vencedores”, es el relativo a la rendición de Rey D’Harcourt y los restantes defensores de la ciudad, que fue reprobada por el bando nacionalista. Rey, motejado gravemente por los suyos y tentado con importantes invitaciones de los republicanos, prefirió la prisión y moriría fusilado el 7 de febrero del 39, al igual que el obispo Polanco y otros prisioneros, cerca de la frontera.
En el bando nacionalista, el propio general Franco dirigió la batalla muy de cerca (de modo personal desde el 5 de febrero la “reconquista”), si bien las tropas estaban al mando de Dávila. Los Cuerpos de Ejército estaban bajo la dirección de Aranda y Varela. Pronto se incorporó el Cuerpo de Ejército marroquí, de fuerzas regulares, al mando de Yagüe. Destacan también el Grupo de Caballería de Monasterio, la aviación (Haya, García Morato), así como la famosa Legión Cóndor alemana y la artillería italiana.
La prensa -propaganda- hablará en los dos frentes de “combates que admiran al mundo”. Pero se trató de una brutal y estúpida batalla -resultó serlo, a la vista de las consecuencias- una descomunal masacre, una pesadilla imborrable para cuantos estuvieron allí, hicieron la guerra. Sólo que bajo los cascotes y las ruinas, entre la nieve helada y sucia, confundiéndose con los rojizos Mansuetos, la caliza cuesta del Cementerio o los parduzcos cerros de Concud [y Caudé] o Castralvo, quedaron millares de cadáveres, millares de asombros, millares de sacos todo sangre, todo tierra…