andalán 50 años » IV. Algunos nombres propios

BIESCAS FERRER, José Antonio

Sabiñánigo, 1946 -Zaragoza, 1921

Conocí a José Antonio en 1973 cuando, al regresar del Sáhara donde había hecho mi servicio militar, me incorporé al equipo del periódico, entonces quincenal, Andalán. Repaso ahora los índices de aquella publicación que tanto significó para Aragón y su trayectoria democrática, y me asombro ante la ingente cantidad de artículos que José Antonio escribió firmando con su nombre o con el seudónimo Normante. Gran cantidad y también gran variedad pues, a los de economía, habría que añadir los que versaban sobre historia, pensamiento, comarcas aragonesas, problemas laborales, política hidráulica… En aquellos textos pueden encontrarse muchas de las líneas que marcarían luego el hacer del Partido Socialista de Aragón, al que perteneció, y también del PSOE aragonés de los primeros años de la democracia.

De ese período recuerdo con especial cariño su actitud moderadora en los encendidos debates que se producían dentro del variopinto equipo, formado sobre todo por profesores y periodistas, de Andalán. Él, junto con Eloy Fernández y José Antonio Labordeta, ejercían eficazmente esa función, además de animarnos siempre a continuar la labor, incluso cuando las circunstancias eran difíciles. Cómo no evocar su artículo “Razones para seguir” que, en abril de 1978 y tras la salida del grupo de varios importantes y queridos miembros, apuntaba en esa dirección.

Durante aquellos años y poco a poco, porque él no presumía de ello, me fui enterando de que José Antonio, hijo de un guardia civil destinado en Sabiñánigo, había entrado a trabajar de botones en el Banco Zaragozano, simultaneando esta labor con sus estudios de bachillerato, luego de Comercio y, finalmente, de Economía. Su trabajo y formación le fue haciendo ascender en la plantilla de ese banco hasta llegar a dirigir nada menos que su Servicio de Estudios. En ese puesto estaba cuando, tras las primeras elecciones autonómicas de 1983, Santiago Marraco le nombró consejero de Economía y Hacienda.

José Antonio, naturalmente modesto, no se limitaba a practicar la austeridad en su vida y su vestimenta (lo que provocaba frecuentes comentarios) sino que la exigía a todos los que trabajaban o se relacionaban con él. Podía hacerlo porque él no era un profesional de la política, que entendía como una dedicación temporal y altruista. Y siguió siendo coherente con los planteamientos que había defendido hasta entonces. De hecho, terminada la legislatura, se fue la Universidad donde trabajó como profesor hasta su jubilación.

La última vez que le vi fue hace ya unos meses. Quedamos a desayunar en un bar cercano a su domicilio, al que acudió con Benilde, su compañera de toda la vida. Vino también Manuel Delgado. La conversación fue larga y fructífera, como siempre. La mente de José Antonio seguía siendo completamente lúcida, pero su cuerpo ya no obedecía los mandatos de su cerebro y, sin la ayuda su esposa, no era capaz de hacer casi nada. Maldito párkinson. Paseamos luego un ratito, José Antonio en su silla de ruedas que, a ratos, utilizaba para apoyarse mientras caminaba muy, muy despacio. “Tenemos que vernos más veces. Os llamaré”, les dije. Pero he dejado pasar el tiempo y ahora ya es demasiado tarde.

Luís Granell Pérez, “En la muerte de José Antonio Biescas”, andalan.es, 22-1-2021

 

Labordeta y Biescas en 1978