andalán 50 años » II. Des-velando Andalán » 2.7. Los principales temas

«Andalán» (1972-1977): Cinco años de aragonesismo de izquierdas.

1.- Introducción. El origen.

Podría decirse que en el ánimo de muchos de quienes iniciamos la andadura de Andalán estaba, de modo más o menos concreto y consciente, la idea de continuar la labor de los que hicieron la segunda y grande «Revista de Aragón» (1900-1905), pero también la prensa aragonesista de los años veinte desde «La correspondencia de Aragón» a «El Ebro», y la republicana de «Renacimiento aragonés» o «El ideal de Aragón», hasta el breve pero excelente «Diario de Aragón» y, ya tras la guerra, el «Aragón» de los exiliados en México. Eran nuestros modelos, -salvo el último, apenas presentido y encontrado y reeditado por mí muchos años después-, por su aragonesismo cultural y de izquierdas más o menos declaradamente.

Nos impelía a ello un afán común a todas las generaciones literarias, el de publicar, el de darse a conocer, el de crear. Pero en los años en que, en la lejanía turolense, discurrimos Labordeta y yo el hacer este periódico en concreto, había además la percepción de lo desvertebrada que era toda esta tierra, lo dañada que estaba por las emigraciones, las sequías, la falta de solidaridad colectiva, de autoconocimiento. Y sabíamos ya, vaya si lo sabíamos, qué historia grande poseía Aragón, desmitificada ya en nuestras clases del Instituto, pero también leída en los mejores historiadores, Lacarra y Ubieto y todos los demás. Y ya estábamos asombrados de lo desconocido que era un paisaje tan brutalmente magnífico como el de las sierras turolenses, en un país en que lo poco enfatizado era el Pirineo. Y habíamos estudiado Arte y Literatura con Abbad y Torralba, Ynduráin e Ildefonso Manuel Gil, y Blecua al fondo, en aquellos magníficos cursos «comunes» de la Facultad de Letras, por lo que teníamos los datos mínimos, justos, sobre lo que identificaba a esta tierra.

Pero como no bastaba saber y querer, las dificultades de un régimen que entraba en una larguísima recta final se oponían a todo brote joven, crítico, insumiso. Lo sabíamos, al intentarlo, sabíamos dónde nos metíamos, cómo estaban las cosas, pero teníamos claro lo que queríamos y no íbamos a cejar fácilmente. Las negativas, el cerco de silencio nos empujaban más y más. También buscábamos atajos o senderos más fáciles. Por ejemplo, ya que una de las mayores pegas era lograr la autorización de una publicación que se reclamase aragonesista, llegamos a presentar la documentación como para un «periódico quincenal de la región del Ebro», argumento del que gustaba la estrategia sindical verticalista, divisora de fronteras regionales. Ni aun así coló. Hubo de ser, ya con Labordeta en Zaragoza desde septiembre de 1970 y yo al curso siguiente, cuando arreciásemos la petición, y, merced a la buena mano que Guillermo Fatás tenía con el gobernador Rafael Orbe Cano, recientemente fallecido, como logramos el permiso, hecho desde la Dirección general de Prensa con todo tipo de alarmas y amenazas.

No alargaré esta introducción, y baste advertir que lo que pronto se vió desde el régimen era que éramos gente de izquierdas, que tensábamos la cuerda más de lo hasta entonces tolerado, que hacíamos editoriales audaces sobre la situación española y que ante los secuestros o expedientes respondíamos en grupo, como Fuenteovejuna, lo que desconcertaba por completo a los jueces. Ni aun con aquél régimen resultaba practicable meter en la cárcel a todo un colectivo en que menudeaban los profesores de Universidad, muy respetables y respetados en sus centros.

Luego sí, luego fueron surgiendo los mitos del separatismo, en cuanto dedicamos un número especial a la fabla aragonesa, un tema absolutamente tabú, y cuya continuidad hizo que se repartieran fotocopias de determinados textos alertando contra el periódico desde la extrema derecha, por ejemplo en la Academia General Militar. La escasa capacidad de matización existente en aquellas mentes no les permitía concebir aragonesismo sin separatismo, defensa de las lenguas propias sin independentismo, que es lo que veían en Euskadi, Cataluña y, más atenuadamente, Galicia.

En fin, lo que acabó molestando profundamente de nuestra presencia regular en los quioscos y en las casas de los suscriptores (cuyas remesas eran, a veces, retenidas, para tomar buena nota de las direcciones), era que abordábamos los temas, por complejos, difíciles, duros, que fueran, con un ardor y hasta una ingenuidad juveniles.

 

 

 

2.- Las gentes.

Ahora bien. No podemos mitificar el pasado, por grato que ello pueda resultar. No se puede elaborar un mito sobre el significado y la intención de Andalán sin hacer un serio examen sobre las gentes que lo hacíamos. En primer lugar, tengo que protestar de mi excesivo protagonismo, que me ha concedido, sin buscarlo, os lo aseguro, el hecho de haber ideado el periódico y hasta su nombre, haber buscado con Labordeta el grupo fundacional y haber sido su director los cinco primeros y los cinco últimos años. Que son, todo hay que decirlo, especialmente los primeros, ya legendarios, de gratísimo recuerdo, los de más intensa vida política los primeros y cultural los últimos, pero que no deben ocultar que el periodo de gran tirada y difusión, el de gran éxito periodístico, fue el de los cinco años intermedios.

En ellos, 1977-1982, es preciso destacar el gran papel protagonizado por Pablo Larrañeta, Luis Granell, Lola Campos, a la cabeza de una larga serie de magníficos periodistas como José Ramón Marcuello, Plácido Díez, Rafael Fernández Ordóñez, Julia López-Madrazo, José-Carlos Arnal, Enrique Guillén, Javier Arruego, Fernando Baeta, Artemio Baigorri, José Luis Fandos, Enrique Ortego, José Juan Chicón, Juan Giner, Ángel González Pieras, María Jesús Hernando, Joaquín Ibarz, Adelina Mullor, José Manuel Porquet Gombau, Mario Sasot, Miguel A. Tarancón, etc., a los que hay que añadir a especialistas en temas de cutura popular como Luis Badal o Javier Losilla, y a los excelentes dibujantes, muchos desde el principio, Carlos Azagra, Francesc Baiget, «Beles», Curro Fatás, «Isidro Ferrer», «Julio», «Javier», «L’Avi», «Iñaki», «Layus» (Eduardo Martínez de Pisón), «Mateo» (Agustín Sanmiguel), Rabadán, Pedro Sagasta, «Soc», Víctor Lahuerta y hasta algún «mono» de «Forges», sin olvidar el importante papel que cumplen en el diseño general los hermanos Ángel y Vicente Pascual Rodrigo. En mi recuerdo, es especialmente difícil recuperar hoy (ello exigiría un largo discurso semántico y una prolija proyección de imágenes) cuanto de estímulo aragonesista tenían con frecuencia esos dibujos. Espero que alguien lo haga, a no tardar.

Si, al margen de su personal simpatía por unos u otros colores de la izquierda, recordamos que, ante todo, se trataba de profesionales, queda poca duda de que en los años centrales de Andalán, el aragonesismo venía sólo como resultado del persistente estudio y análisis de la realidad de este territorio. Era, pues, una consecuencia y no una meta ni un objetivo.

Pero es que lo mismo, casi, se podría decir de la primera etapa, en que fueron formando los diversos consejos de redacción gentes de la cultura y la política, casi siempre ambas trabadas, en tres generaciones bien diversas:

Fue la primera la de quienes superaban los 35 años, y ahora, pues, los sesenta: J.A. Labordeta, Emilio Gastón, Carlos Royo-Villanova, Manuel Rotellar, «H.J. Renner» (J.J.Carreras Ares), Lorenzo Martín-Retortillo, Manuel Porquet Manzano, Vicente Cazcarra,  Mario Gaviria, Enrique Grilló. En ella, apenas pueden escudriñarse unas pocas actitudes deliberadamente aragonesistas en los temas y el creciente empuje de la canción de Labordeta, que fue convirtiéndose en auténtico banderín de enganche de aragonesismo; en la angustiosa busca de sentido a su propio protagonismo por Carlos Royo, complejamente converso dentro del grupo, o en la decidida actitud de Gastón de encabezar el pequeño grupo que creó, en 1976, el P.S.A.[1]

Una segunda generación es la de quienes al comenzar nos acercábamos a los treinta, y estaba formada por mí mismo, Guillermo Fatás, María Dolores Albiac, José-Carlos Mainer, Gonzalo Borrás, Jesús Delgado, Carlos Forcadell, Anchel Conte, José Antonio Biescas, Mariano Anós, «Royo Morer» (J.L. Lasala), Plácido Serrano, Alberto Sánchez, Clemente Alonso, etc. Aunque en la primera había dos conocidos y respetadísimos catedráticos de Letras y Derecho, en esta se encuentra el grueso de los profesores, la mayoría aún PNNs entonces y hoy cincuentones y catedráticos, de Universidad o Institutos, con una impronta obsesiva sobre la divulgación de nuestra cultura en todos sus términos. Para ser sinceros diré, y los hechos posteriores me confirmarán en ello, pues creo no ha habido virajes en sus trayectorias, que la mayoría son excelentes profesionales, aman su tierra y en muchos casos han decidido volver o quedarse en ella, pero no profesan el aragonesismo ni teórico ni práctico. Apenas podríamos destacar en esa actitud a Gonzalo Borrás, Anchel Conte, Clemente Alonso o quien os habla.

Añadamos una tercera generación con quienes apenas contaban los veinte y aun menos (o se incorporaron más tarde), o así lo parecía: Pedro Arrojo y Carmen Magallón, Luis Ballabriga, «Alfredo Benke» (J.J.Carreras López), Juan J. Vázquez, Francisco Ortega, José Luis Rodríguez,  Javier Delgado, Luis Germán, Herminio Lafoz, Ramón y José Luis Acín, Francho Nagore, Antonio Peiró, Eliseo Serrano, Vicente Pinilla, Teresa Agustín, Luis Alegre, Alicia Murria, «Tres Dioptrías» (José Luis Cortés). También muchos profesores y muchos «trabajadores de la cultura».

Ésta sí que puede calificarse de una generación de aragonesistas convencidos, pues cuenta entre sus filas nada menos que a Francho Nagore, Herminio Lafoz, Antonio Peiró, Luis Germán, Vicente Pinilla, Eliseo Serrano, y recordemos junto a ellos la presencia simbólica, con breves colaboraciones en la última época, de Vicente Fuster, Lorenzo Lascorz, Vicente Martínez Tejero o Chesús Bernal.

En todo caso, se trata de excepciones, aunque Andalán fuera visto siempre, desde fuera de Aragón sobre todo, como un adalid del aragonesismo. Si a las tres generaciones de colaboradores más asiduos y significativos le añadimos una lista escogida de entre los esporádicos o de un cierto tiempo (Julio Alvar, Eduardo Bandrés, José Manuel Bandrés, Bernardo Bayona, Roberto Benedicto, Mariano Constante, Chorche Cortés, Ángel Cristóbal, Antonio Embid, Alfredo Fierro, Carlos Franco, M. García Guatas, Enrique Gastón, Ramón y Alberto Gil Novales, A.J. Gorría, Ramón Górriz, Cristóbal Guitart, los Hormigón, Jesús Jiménez, J.I. Lacasta, Francesc Llop, Lucía Pérez, Paco Polo, Artur Quintana, Carmen Rábanos, J.A. Rey, etc.) de nuevo nos encontramos con gentes beneméritas, laboriosas y entusiastas, pero, salvo los casos de Ramón Gil Novales, Francesc Llop, Lucía Pérez, o Artur Quintana, apenas encontramos otra cosa que profesionalidad, progresismo, rigor.

De modo que, menos mitos. Cuando se enarbole la bandera del aragonesismo de Andalán, no generalizar, que seguramente a algunos de los que excluyo, con todo mi respeto, afecto y gratitud, no les hace ninguna gracia ese título.

 

3.- Los temas.

Y es que, ya queda dicho, el movimiento que representa Andalán supone, ante todo, en los primeros tiempos, una lucha frontal contra el régimen franquista, por cuanto aquél supone la imposibilidad de abordar con normalidad los temas considerados prioritarios en una revista que se reclama ante todo cultural y de izquierdas, pero que también aspira a cubrir como órgano «de información general» un papel fundamental en la sociedad aragonesa, que es su territorio de ubicación.

Su manera inconoclasta de abordar los temas culturales (recordemos la denominación del conjunto de las diversas secciones como «Andalán y las ocho artes liberales»), el espíritu crítico y con voluntad de vanguardia en cine, arte, literatura, incorporando temas de discos, fotografía, ocio y viajes, radio y televisión, etc. da a esas páginas una especial significación dentro de las publicaciones culturales.

Pero es, sobre todo, en la manera de informar no sólo de lo que ocurre sino de lo que significan en el conjunto aragonés las comarcas, recorridas una y otra vez con voluntad de renovación en la mirada, donde pueden apreciarse claras señales de cambio. Lo mismo podría decirse del modo de afrontar los problemas del campo, viejos problemas aunque con frecuencia planteados de nuevo; o los grandes barrios urbanos y sus problemas, especialmente de relación (es éste un asunto novedoso, que apenas puede enlazar con el pasado, que para nosotros es siempre «antes de la guerra»)

Las señas de identidad, concepto tan repetido que ha llegado a cansar a muchos, son ciertamente recuperadas por los numerosos trabajos sobre historia, arte, biografías, bibliografías, artículos sobre o en aragonés y catalán, sobre Derecho aragonés, etc. o problemas concretos repetidamente esbozados, como el de la emigración, la defensa ecológica, la economía. El humor gráfico especialmente sarcástico, es una de las armas mejor utilizadas, como revulsivo feroz contra los vicios de la política y la sociedad.

Incluso en temas como los religiosos, los sindicales y laborales (sección inexistente en la prensa diaria al nacer la revista), los universitarios, la sanidad, los medios de comunicación, la educación, etc., hay un acotamiento del territorio. Se está hablando de Aragón, y el mero hecho de hacerlo, de significar esa comunidad, hace aragonesismo funcional, despierta sentimientos de colectividad, de necesidad de luchar juntos para resolver todos esos problemas.

No es casualidad que cuando se crean secciones fijas, se tomen con frecuencia comarcas, provincias o todo el territorio aragonés, con denominaciones como «Ancho es Aragón», «Aragón esta quincena», «Esta tierra es Aragón», «Historia de Paletonia», «Masoquismo aragonés», «Pueblos oscenses», etc.

Paso a continuación a revisar los principales planteamientos aragonesistas de los cinco primeros años, que dirigí. No es por esta razón, aunque sí por otras dos muy poderosas: es en la época fundacional cuando se precisa de mayor equipamiento ideológico y en ella aparece la parte más sustancial sobre estos temas, decayendo luego muy sensiblemente en cuanto a cantidad y entusiasmo por estos temas. Por otra parte, aunque no es en absoluto posible abordar aquí siquiera su orientación y significación, hay para las etapas posteriores una revista como es «Rolde», que asume perfectamente esa tarea de teorizar y ofrecer temas de reflexión y afirmación aragonesista. Y, no en último lugar, porque aun así va a salir un texto excesivamente largo.

 

4.- El regionalismo aragonés

La identidad de Aragón como sujeto histórico, los planteamientos políticos aragonesistas -o, en ocasiones, su controversia- van a ocupar un lugar preferente. Ya en el primer número firmo en el saludo o presentación que Aragón «ha sufrido una penosa carga histórica entre el secular centralismo y la gran vitalidad de las regiones vecinas. Desfigurado por una serie de tópicos, confusamente folklorizado, debilitado en su más profundo sentir, Aragón debe encontrar su ser más auténtico».

En esa autodefinición, a la que será preciso recurrir a menudo, se afirma (3) que «Andalán es un enorme esfuerzo. Apenas una utopía razonable, de un grupo -amplio, abierto, desinteresado- de locos incansablemente preocupados por su tierra (no tenemos la exclusiva, claro).»

Muy pronto, por aquél contradictorio y entusiasta Carlos Royo-Villanova, se plantearán cuestiones románticas no por todos compartidas. Con cautelosas protestas de fidelidad a España, en «El espíritu de Sobrarbe» (4) sentencia que «los aragoneses tenemos derecho, y en él nos apoyamos, para robustecer la personalidad aragonesa a nuestro aire. Tenemos derecho y, si necesario fuese, apelaremos hasta quien haya que apelar para que tal derecho nos sea reconocido de una vez por todas. Aragón ha demostrado suficientemente su lealtad a España y puede caminar sin tener que estar dando constantemente cuenta de sus pasos».

No tardaría en llegar un suplemento dedicado al «regionalismo» (19). Se presenta así: «Andalán, que quiere difundir toda la claridad posible sobre el tema de la región, se ha encontrado con la feliz coincidencia de que está a punto de salir un concienzudo estudio colectivo»: el libro «Descentralización administrativa y organización política» dirigido por Sebastián Martín-Retortillo, «aragonés amante de su tierra», del que se ofrece una selección. Es a lo más a que se puede llegar en junio de 1973. Como escribirá algo más tarde  «J.D.E.» (Jesús Delgado) (25) es este libro «una espléndida base de partida, e incluso medio camino andado en la teorización del hecho regional.»

 

 

Y aun así, los problemas acucian, las dificultades arrecian. Al cumplir su primer año, se editorializa sobre «El «separatismo» de Andalán», que «desde su misma cuna… ha estado perseguido por una serie de maledicencias y lugares comunes», entre ellos especialmente éste. Se hacen protestas de alejamiento de las posturas vasca y catalana y críticas, en cambio, al centralismo, para concluir: «Andalán no es separatista pero lucha abiertamente por su región. Andalán defiende la regionalización como base ineludible de nuestro futuro democrático, de la expansión de nuestra economía, de las necesidades culturales de los hombres que constituyen una región. Defendemos un regionalismo en el que el gobierno de la región se haga desde la región a través de mecanismos democráticos. Que la región enriquezca sus propias bases de ahorro para potenciar su desarrollo económico y social, haciendo del crédito un mecanismo de acción popular. Que la región genere sus propios impulsos culturales y cree Asociaciones y núcleos de cultura suyos: bibliotecas, teatros, escuelas especializadas, centros culturales, etc. Que elabore un programa cultural a nivel regional».

En un artículo que cierra ese número conmemorativo del primer año, tras contar didácticamente qué es «Hacer Andalán», se concluye que es obvio que la revista «no es ni intenta ser el Mesías de nada:… es un trozo de la historia inevitable de nuestra colectividad y, en tanto marcha con ella tiene por costumbre reconocer sus limitaciones de todo tipo y tiene por hábito la paciencia de esperar» (ya que poco antes se ha reconocido que «su público más previsible (la clase media aragonesa) le ha desasistido» y que «la conciencia colectiva despierta poco a poco»).

Con motivo de la aparición del libro «¡Despierta, Aragón!» de Carlos Royo-Villanova, le escribo (43) una carta abierta en la que rechazo su posibilismo sobre los mimbres aragoneses del viejo régimen. «Obsesionado por coordinar y aunar esfuerzos, voluntades, medios, equipos de trabajo, apelas a las «personas, autoridades e instituciones que tengan el deseo firme, la experiencia, el poder político y los medios financieros necesarios para poner en marcha ese Plan Aragón». Apelas, pues, a «nuestras instituciones culturales, nuestras institucio-nes financieras, las industrias privadas y las corporaciones locales de las tres provincias aragonesas». Hablas de «revitalizar la conciencia histórica del pueblo aragonés y dices que eso puede lograrse «aunando los esfuerzos de las numerosas entidades culturales y folklóricas que ya existen» (la enumeración es tremenda)…¡Ay, que me temo, muy querido Carlos, que estabas como el Tenorio, apelando tumbas, con pequeñísima excepción!».

No es casualidad que la conmemoración del segundo año (50-51) se celebre con un gran suplemento sobre «Las regiones», estudiando en diversas monografías las más significativas de España, y, claro es, remachando sobre el clavo aragonés. En el editorial se recuerda que «hasta hace muy poco ha sido el tema regional un tema tabú» y que se ha decidido dedicar este extra al regionalismo, ya que «preocupación constante desde que apareció el periódico ha sido alentar y potenciar los valores aragoneses». Una vez más, «rechazamos categóricamente la más mínima imputación de separatismo» si bien se aclara que «no se trata sólo de racionalizar la organización territorial del Estado. La estructura regional es uno de los instrumentos adecuados para insertar decididamente al pueblo -y no a los caciques- en el gobierno de la cosa pública. Nada de equiparar por tanto región con burocratización o con oligarquía, sino al contrario, región con posibilidad democrática».

En el mismo sentido, y aún más preocupado por el «escarnio» de considerarnos separatistas, sale al paso «L. Gil Romeu» (G. Fatás, si mal no recuerdo), advirtiendo que «Andalán sólo reivindica un grado de autonomía regional -que no está establecido ni estudiado- del que sabe algunas cosas: que debe ser mayor que el actual; que debe tener alcance múltiple (instituciona, político, económico, administrativo, cultural, etc.); que es estrictamente necesario -como, por otra parte, todo el mundo reconoce y sabe, y no sólo para esta región- y que, por supuesto, tiene su techo máximo posible seguramente bastante por debajo de eso que nuestros más imbéciles enemigos llaman el «separatismo aragonés».

Más radical es la diferenciación que hace Luis Granell, en su dura crónica (52) de las I Jornadas de la Comunidad General de Aragón, celebradas en Jaca el 11 y 12 de noviembre de 1974. En tono muy distanciado asegura que «sólo lo que fueron y ninguna otra cosa podía esperarse… Por una razón bien sencilla: allí se reunieron las Diputaciones de las tres provincias y estas Diputaciones están formadas por alcaldes (designados por los gobernadores civiles) de los pueblos más importantes, por hombres de la Organización Sindical (vertical) de cuya representatividad da idea el hecho de que prácticamente todos fueran empresarios (porque los representantes obreros, de obreros nada, y de representantes menos) y por miembros de entidades o corporaciones que maldita la participación popular que admiten». (Tiempo después, «A la tercera tampoco fue la vencida», insiste Granell (103) en las insuficiencias de este «regionalismo por la derecha»).

En mayo de 1975 se resume una conferencia en el Centro Aragonés de Barcelona de David Pérez Maynar -en segundo coeditor que todavía impone el Gobierno, tras la crisis que atraviesa Carlos Royo, abandonando-, «Algunas reflexiones sobre el regionalismo aragonés», y allí se puede leer lo que piensa del tema el moderado notario aragonés en Hospitalet que derivará algo después hacia un cierto protagonismo en el PSOE. Vale la pea reproducir la segunda parte de la reseña (65):

«Planteada la conveniencia de una autonomía aragonesa, el conferenciante estimó que en un futuro inmediato, no es deseable; y no lo es -dijo- porque la gran tarea de los españoles es la normalización de nuestra vida civil mediante la democratización de las estructuras políticas y la socialización de las económicas con el fin de que la clase obrera ocupe el lugar que le corresponde. Para llevar a cabo esta tarea, las autonomías regionales -salvo aquellas que son absolutamente necesarias- pueden suponer una dificultad, ya que implican una dispersión de las fuerzas que propugnan el cambio». También alude a el escaso patriotismo de la burguesía aragonesa y propugna la creación, en todo caso, de «un organismo regional que sirva de motor y de portavoz de la solidaridad aragonesa». En esa línea van a estar, con diversos matices, diversos colaboradores del PCE y del PSOE.

Sin embargo, durante la discusión en Cortes del tema regional, escribo un artículo titulado «No eran molinos de viento, son regiones» (66), en el que concluyo: «¡Y sin embargo, Aragón está ahí. ¡Vaya si hay Región!. Un renacer cada vez más fuerte, que surge precisamente de los problemas (Chalamera, por hablar de lo más reciente), una conciencia nada demagógica, realista, serena, pero no resignada de ser y de estar. Un sentimiento de comunidad, de grupo, de parentesco en el sentido más profundo de la palabra, crece por todas partes». Se abrazan las gentes en Huesca, en el fabuloso Encuentro de la canción aragonesa, hay muchos cientos de personas escuchando charlas, aprendiendo otra vez a dialogar, en toda la geografía regional. Somos Región. Existimos como Región. Y vamos a seguir existiendo de esa manera. Las regiones, nuestra Región, no precisan -es una pena, tanto tiempo perdido, señores procuradores- reconocimientos literarios».

Un profundo pesar hay en Andalán por la falta de empuje regional. Justamente al lado del recuadro que anuncia mi detención, se llega a afirmar en un tremendo editorial -«El pueblo a solas» (67- de que «ésta es, acaso, la última oportunidad» y se clama por los portavoces ausentes: «los «prohombres» están en una diáspora o forzosa, o comodona, o culpable. ¿Dónde está Aragón para los Laín, Alvar, Saura, Camón, Buñuel, Lázaro, Sender, Viola, Del Pueyo, Blecua, Serrano, Larrodera y tantos otros?….Unos hastiados por la persecución y el pesimismo, por la censura y la autocensura, por el cansancio vital de quien siembra para no recoger sino desprecios o golpes, se marchan y viven su amargura silenciosa. Otros, instalados en la comodidad o en la prebenda…»

Otro número especial, ahora dedicado a Cataluña y sus relaciones con Aragón (74-75), que recibirá muy buena acogida en Barcelona. De nuevo escribe con carácter editorial David Pérez Maynar: «nuestro número extraordinario de Andalán debe leerse como una doble invitación a la humildad, a la búsqueda de soluciones de compromiso, al trabajo pesado y oscuro que debe tener como meta el entendimiento entre Cataluña y Aragón». En ese número maifiesta Sebastián Martín-Retortillo su famosa frase que atribuye la principal influencia en el despertar regional a Andalán, las canciones de Labordeta y el tema del trasvase. Se entrevista a un selecto grupo de emigrantes y se plantea el tema de la franja, como veremos más adelante.

Poco después (76) se publica el gran comunicado conjunto con la revista CAU, de Barcelona, sobre el trasvase del Ebro, un tema extraordinariamente conflictivo y de arrastre popular. Es bien conocida la postura política y económica de Andalán, que se reitera poco después (85) en un excelente informe del «Equipo Bis»..

Unas semanas después de la muerte de Franco, todo sea dicho, nos atrevimos a publicar (81) mi dossier sobre el Estatuto de Aragón, la historia estatutaria, especialmente la de Caspe en mayo de 1936, tan apenas conocido, y que concluyo así: «Hoy, muchos de suspresupuestos, de sus detalles, seguramente no sirven. Son casi cuarenta años después. Habríamos de volver a empezar la discusión, aunque la historia que contemplamos empuje y enseñe. Lo que no cabe duda es que Aragón sigue sin resover muchos de sus problemas fundamentales, y que sin duda un régimen de autonomía regional democrática, permitiría ese cambio». Un par de meses después (89) publico el otro trabajo sobre los cuatro estatutos en nuestra historia, días después del reprimido y neutralizado encuentro de Caspe, de que hacemos crónica. Doy cuenta de la hibernación del anterior por medio año y opino que «hoy, el hecho regional ocupa una de las primeras preocupaciones de todos los grupos políticos».

Ya en marzo de 1976, titulamos el editorial «poder regional» y afirmamos, contra el intento de regular por el BOE el fenómeno regional: «El poder regional lo deben configurar los ciudadanos mediante un proceso de participación democrática en su región. Regionalizar no es una gracia ministerial. Es el derecho de un pueblo que desea expresarse libremente. Por ahí hay que empezar. Por no entorpecer a las fuerzas políticas que hoy elaboran sus opciones regionales».En ese mismo número, otro afortunado artículo de Luis Granell rebate el regionalismo de Hipólito Gómez de las Roces, mientras presenta, por primera vez, los planteamientos de la Junta Democrática y la Plataforma, insistiendo en que «la regionalización, en forma federal o en aquell que el pueblo libremente elija, sólo es posible en un sistema democrático». En el mismo número, José Ignacio Lacasta, conocido profesor de Derecho y líder del MCE, aunque opina que en Aragón «es clara la inexistencia o la falta de entidad considerable de una conciencia nacional, por otra parte sin sólidas raíces políticas», defiende la estructura autonómica y planifica cuáles deberán ser los pasos para su establecimiento democrático.

Pero, en libre cancha para las opiniones, sigue habiendo muchos demócratas opuestos al aragonesismo. Por ejemplo, el socialista Antonio Borderías, que cree (85) que rebate «Las contradicciones del regionalismo», burgués, zaragozano, camuflada en él la vieja oligarquía, etc. En cambio, Fidel Ibáñez, conocido líder del PCE, defiende una clara autonomía con todas sus consecuencis (88) «cuya misión fundamental sería sacar a Aragón de estado de miseria, abandono y subdesarrollo en que lo ha sumido tantos años de administración centralista a ultranza». Pero su camarada Luis Martínez, también de CCOO, está contra la estructura federal y apuesta porque «hoy, la lucha debe ser centralizada, precisamente para derribar al centralismo» (93). Y Manuel Delgado Echeverría insiste, en «La opción regional» (105) en invalidar el regionalismo de derechas y propugna uno de izquierdas si bien como instrumento para la realización en todo el Estado del socialismo.

Sin embargo, seguimos reclamando la vía política directa, y protestando en uno de los célebres editoriales (90) de la actitud madrileña «Contra la región»: «¿Por qué se reprimen estas manifestaciones de afirmación regional? [se alude a la neutralización del encuentro de Caspe]. Porque el regionalismo, en estos momentos, es una de las expresiones más claras de la democracia».

También poco después (91 y 92) se da cuenta del controvertido I Congreso de Estudios Aragoneses y de la presentación en sociedad del PSA, en el congreso de la FPS, en Madrid. También, por fin, del emotivo encuentro de Caspe (93) pospuesto a julio por imperativos gubernativos. Las crónicas, de José Juan Chicón y de «Equipo Dos» no ocultan lo caótico de una sesión en que todos se manifiestan autonomistas, sea, como Julián Muro, para luchar contra las oligarquías financieras, o como el líder carlista para proclamar un viva a la república socialista de Aragón.

Cuando, en marzo de 1977 (109), Luis Germán hace el balance de la ya V Semana Aragonesa del Seminario de Estudios Aragoneses y entrevista a José Aumente, importante teórico del PSA andaluz, se identifica con la visión de un socialismo solidario, trasladable a Aragón «porque, en definitiva, a semejante tipo de problemas, idénticas terapéuticas».

Aquí debería hacer un gran paréntesis y hablar también del PSA. Pero es imposible meter toda el agua del mar en un pocico, y sólo diré que aunque muchos de los fundadores de Andalán pasamos a serlo también del PSA, nos esforzamos lo indecible porque ello no significara copar la publicación ni marginar otros puntos de vista. Hablar sobre el partido demasiado brevemente sólo contribuiría a aumentar la confusión con que, con frecuencia, es evocado o citado. En todo caso, coincidiendo con mi presencia en las listas del PSA a las primeras elecciones democráticas, me retiré de la dirección del periódico para evitar equívocos, y quedé, en la nueva etapa, cuyo planteamiento produjo la más grave ruptura en el equipo fundador -con mi abstención-, bastante al margen. Es, pues, una historia que preferiría hicieran otros, aparte las citadas razones de tiempo, aquí y ahora.

 

5.- La especial atención a la Historia

En cambio, creo que una de las tareas más positivas para la formación de un trasfondo aragonesista sólido es la de la revisión y difusión de los más significativos hechos de nuestra historia. Los grandes temas históricos, revisados, en artículos y reseñas: se abordan desde algunos temas puntuales de arqueología (Martín Bueno), e Historia Antigua, incluyendo la «historia y tradición de la Virgen del Pilar» (Fatás) hasta la Edad Media, en que se toman con preferencia las Uniones aragonesas y las Cortes del Reino (Agustín Ubieto, M.L. Ledesma, E. Sarasa) pasando por un curioso artículo de Antonio Ubieto sobre «Aragón y Cataluña. Problemas historiográficos» y otros varios del mismo o su hermano Agustín hasta nuevos temas polémicos como los de Arbués y la Inquisición (A. Alcalá, G. Colás, Pilar Sánchez, E. Serrano, B. Bennasar); el Justicia (Jesús Delgado, G. Redondo); los heterodoxos (Eloy Fernández); el bandolerismo del XVI (J.A. Salas), etc.

Se anota como corresponde el XVIII: el conde de Aranda (Ferrer Benimeli), la RSEA (los Demerson), la pérdida del Reino y otros aspectos (G. Borrás, G. Pérez Sarrión, M.D. Albiac).

Particularmente interesantes son las «Reflexiones sobre la Historia Moderna de Aragón» (G. Colás, 387), «De mitología carlista» (A. Peiró 397), «De concepciones paranoicas de la historia» (A. Peiró, 422), «Historia de los movimientos sociales en Aragón» (A. Peiró, 432-433), y también las entrevistas o estudios de J.M. Lacarra (Eloy Fernández, 3), A Durán Gudiol, Tuñón de Lara (J.A. Labordeta), G. Tilander («Fernando Viñes»), Américo Castro (J-C. Mainer), Henri Kamen (G. Borrás), Antonio Ubieto (J.R. Marcuello), A. Gari (Marcuello), G. Colás y J.A. Salas (V. Pinilla).

En cuanto a la Edad Contemporánea, apenas se sobrevuelan los Sitios (C. Franco), y akgún episodio puntual isabelino (V. Pinilla), y se salta hacia la Restauración (Mainer, Labordeta, Eloy Fernández, Forcadell, E. Bernad, H. Lafoz, J.A. Biescas, F. Elboj y J.M. Azpiroz).

En cambio, como era de esperar, se recuperan con otra lectura temas como el republicanismo (Carlos Forcadell, Luis Germán), la figura de Costa (un tema especialmente querido, con dos docenas de artículos firmados), el movimiento obrero (C. Forcadell, Eloy Fernández, Luis Germán y en especial el anarquismo aragonés («A. Checa», Jeanne Pastor, J. Pamias, Forcadell, Eloy Fernández).

Aspectos especialmente atendidos, planteados con frecuencia desde cero son los relativos a la II República y la guerra civil («Luis Gonzalo» y L. Germán, Forcadell, Eloy Fernández, Jesús Bueno, J.R. Marcuello, J.R. Montero, Luis Granell, M. Constante, R. Ferreróns y A. Gascón, los Simoni, H. Lafoz, Fernando Montero, A. Peiró, J. Casanova, C. Gaudó, Monserrat García).

A pesar de la enorme dificultad y el riesgo durante varios años, se abordan la posguerra (el maquis, el exilio aragonés, aragoneses en el pdoer franquista, Eloy Fernández; la represión franquista, Rafael Fernández Ordóñez, Luis Germán; los fusilamientos de Torrero, Pablo Larrañeta; los campos nazis, M. Constante; el fantasma de la guerra, Lola Campos; la penetración en el sindicato vertical, Javier Delgado) e incluso la transición democrática (V. Cazcarra).

La reivindicación de figuras como Jerónimo Zurita, Miguel de Molinos, Gracián, Isidoro Antillón, Aranda, Goya, Loscos, M. Agustín Príncipe, Luis Blanc, y, claro, Joaquín Costa, alcanza hasta los más recientes fallecidos en su mayoría, D. Miral, Cajal, J. Maurín, Sender, Aláiz, Samblancat, A. Viñuales, Fernando y José García Mercadal, G. Poza, L. Buñuel, Pío Beltrán, Miguel Labordeta, Luciano Gracia, M. Rotellar, E. Valdivia, E. Frutos, Alfonso C. Comín, Pablo Serrano, Julio Arribas, Martín Almagro, María Moliner, Sáinz de Varanda, Florencio Repollés, F. Ynduráin, M. A. Brunet, García Abrines, los Carrasquer, etc.

Otras muchas cuestiones referentes  las «señas de identidad» fueron abordadas desde el principio. El Derecho, la economía, la geografía y el paisaje, el folklore en sus diversas manifestaciones, etc.

 

6.- Las otras lenguas de Aragón.

Pero el aspecto más significativa y especialmente estudiado en Andalán es el de las otras lenguas de Aragón, realizado tanto desde un punto de vista general (Anchel Conte, Carmen Olivares, Luis Gómez Caldú, José I. López Susín, etc.), cuanto desde los problemas especiales del aragonés (Anchel Conte, Nagore, Ballarín Cornel, Curro Fatás, Chuan Guara, Severino Pallaruelo, H. Español, Antonio Viudas, Chorche Cortés, Antón Martínez, E. Vicente de Vera, E. Guillén, J.M. Ferrer Fantoba), o del catalán (Sigrid Schmidt y Artur Quintana, Eloy Fernández, Tomás Bosque, J.C. Arnal, Mario Sasot, Desideri Lombarte).

A pesar del escaso espacio dedicado a la creación, se publican textos y noticias en aragonés, se defiende la normalización y la escolarización, etc. El primer aldabonazo lo da Anchel Conte, ya en el número uno. Afirma la existencia de tres lenguas aragonesas, si bien Aragón, «llevado de un mal entendido patriotismo, ha barrido durante cuatrocientos años todo lo que podía diferenciarnos de Castilla». No se entretiene en defender algo obvio como es la categoría de la lengua aragonesa, ya definida por Kuhn. Si esto escandaliza y algunos se preguntan: «¡Cómo! ¿Regionalismos en Aragón?. Pues sí, regionalismos. Más bien debiera decirse problemas aragoneses que exigen solución aragonesa, porque va siendo hora de que seamos nosotros quienes nos quitemos las castañas del fuego y sepamos defender lo nuestro». Por ello concluye que «no todas estas cosas han muerto. Aún queda mucho que salvar, y es cuestión de todos».

Es con el número 9, que estuvo por ese y otros motivos en un tris de ser el primero secuestrado, con el que se abren las páginas centrales al tema del aragonés, con artículos de Angel Ballarín, un histórico en defensa de «los dialectos», Francho Nagore que escribe en fabla «A xada» y un espléndido manifiesto titulado «El aragonés es realmente el idioma de nuestro pueblo», Anchel Conte, que afirma que «Andalán quiere que nuestras fablas… se dejen oir» y cree que «las cosas han comenzado a ser distintas… ¡afortunadamente!», y Curro Fatás, que reseña el primer libro en aragonés en muchos años, el emblemático «No deixez morir a mía voz» del propio Conte. El número, impreso en rojo, produjo un gran impacto y fue, en adelante, el referente de nuestro pensar al respecto.

Francho, que en adelante escribe casi siempre en fabla, escribe un magnífico artículo, «Conzenzia de fabla» (25) en el que arenga: «Cal fer una campaña d’imformazión y de formazión sobre l’idioma aragonés, un idioma románico con os mesmos dreitos a bibir qu’os demás. Pero ¿qui la ferá?» Se queja de los organismos oficiales y pide «una gran campaña d’imformazión, agora qu’encara semos a tiempo», para concluir: «Reyalmén no demandamos muito: tasamén a bida. Chiqueta cosa».

Tras muchos meses de publicación normal, habitual, de artículos de y sobre la fabla, destaquemos uno muy hermoso de Severino Pallaruelo (55-56) que, a propósito de los nuevos libros de Anchel Conte y Francho Nagore se pregunta «¿Sirve la «fabla» para algo?» y responde que este tipo de libros frena «la larga agonía de la fabla, agudizada terriblemente en los últimos años» y que «es necesario devolver a este pueblo su lengua, su forma de pensar; hacerles comprender que su personalidad se manifiesta de manera evidente y con más pureza en su lengua -creada por una comunidad y que manifiesta mejor que ninguna otra su personalidad-, hacerles comprender ese intento de acabar con un dirigismo cultural (y más que cultural) manejado por intereses muy distintos de los suyos…»

Chorche Cortés escribe unas «Notas urgentes sobre el aragonés» (84) en las que recuerda los cinco años de renovación, desde «Sospiros de l’aire» de Nagore, y las enormes dificultades y luchas sostenidas, sobre todo, con el mundo oficial universitario. Precisamente, frente a ese ataque, la fabla cuenta con un historiador de lujo en Antonio Ubieto (87) que presenta sus fuentes documentales medievales en un mgnífico artículo.

Por su parte, el problema del catalán, aunque algo más tardíamente, (25) se plantea a fondo, en un excelente trabajo que firman Artur Quintana y Sigrid Schmit, «Sobre la lengua catalana en Aragón». Para que cuantos han difamado o sospechado de los Quintana otra intención, veamos cuál es su propuesta política, además de numerosas reflexiones lingüísticas y sociológicas: «Alguien nos objetará: «¡Pues si tan catalanes son, que se vayan para Cataluña!». A esto respondemos que no somos nosotros, sino ellos, los únicos que tienen derecho a tomar, o no, esta decisión, y también que no vemos razón alguna que impida que en una región aragonesa, mayoritariamente de lengua castellana, se mantenga una minoría de lengua catalana sin discriminaciones de ningún género».

He de decir que esa fue en adelante la base de nuestro enfoque, al que añadiríamos más tarde el orgullo por esa otra forma de hablar en nuestra tierra. Sin embargo, el tema desató una avalancha de intervenciones de todo tipo. Desde el «Diario de Barcelona» que calificó el artículo de «modelo de información y ponderación» a otros, anónimos o firmantes (como J.M. Zaldívar), que lo descalificaron por completo. Muchas de ellas se recogen (28) en unas páginas centrales. Poco después (29) responde G. Fatás con contundencia y reafirma alguna salvedad: «Andalán ha defendido y defiende las fablas con más intensidad que ninguna otra publicación aragonesa actual: en Andalán se escribe en fabla, como se podría o podrá escribir en chapurreado o catalán. Pero también ha dicho -por esta misma pluma- que el tema no debía salirse de madre. nunca nuestro regionalismo se basó, ni antes ni ahora, en el habla, salvo para los chistes estúpidos, las baturradas o los voceros de circunstancias».

Cuando, mucho más adelante, se dedica (74-75) un extra a Cataluña, escribo sobre «El Aragón catalán», concluyendo que «o se trata de pedir fueros especiales, pues. Pero sí sería urgente que las provincias aragonesas, la Región toda, tomase conciencia de esta situación. Que se apoyase al Aragón catalán en sus reivindicaciones normales, y que todos, solidariamente, supiéramos entender su necesidad de una escuela en lengua materna, una liturgia, unos medios de comunicación…»

 

7.- A modo de conclusión provisional.

Esta reflexión, a la que me habéis forzado con tan amable invitación, y en la que espero los presentes me ayudéis a matizar, enriquecer, ahondar con vuestras intervenciones, es, por supuesto, un avance provisional que quiere contribuir a las que, quizá, el año que viene, cuando se cumplan los veinticinco años del nacimiento de Andalán, se lleven a cabo. Ojalá.

No he de ocultaros, aun a riesgo de parecer fatuo, que creo que los quince años del periódico son de excepcional importancia para comprender el final de franquismo y la transición democrática en Aragón, y que eso que ya ha dado en llamarse la «generación de Andalán», es un timbre de honor para todos nosotros.  Pero ya he hecho protesta de que considero se me ha concedido excesivo protagonismo en todos estos años, especialmente desde la desaparición, pues la labor andalanera era ante todo un trabajo en equipo, de compleja pero excelente práctica democrática.

Ahí quedan mis recelos sobre una posible hipervaloración de lo que significó ese primer Andalán de los años 1972 a 1977. En todo caso, que cada cual se haga su composición de lugar y que se dé a Andalán lo que es de Andalán, y no más. En todo caso, muchas gracias por vuestra paciencia e interés y, espero, ahora, por vuestra participación.

[1] Apoyos muy significativos, aunque apenas publican son desde los primeros tiempos los de David Pérez Mainar, Luis Marquina, Aurelio Biarge, Santiago Marraco, Pablo Serrano, Savador Victoria, Ángel Vicién, Emilio Lacambra… y hasta el anciano Genaro Poza, si se me permite llegar tan lejos, porque argumentos tengo para ello.