27/02/2013

El espíritu del sueño

Corre entre las gentes de nuestro pueblo una respuesta admirable a la ordinaria pregunta de ¿qué tal? o ¿cómo va?, y es aquella que responde: ¡se vive!… Y de hecho es así; se vive, vivimos tanto como los demás. ¿Y qué más puede pedirse? ¿Y quién no recuerda lo de la copla?

Cada vez que considero
que me tengo que morir,
tiendo la capa en el suelo
y no me harto de dormir.

Pero no dormir, no, sino soñar; soñar la vida, ya que la vida es sueño.

Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida

 

Decían que, cuando miraba, no había nada en sus ojos. Un gusano invisible había devorado sus recuerdos. Deambulaba tocando objetos, sonámbula, olvidaba cada destello de luz que iluminaba, por un instante, su vida. Y volvía a empezar. Los buscaba debajo de las revistas, mirándote a los ojos, en tus manos, en el pececillo de colores de porcelana, en tu recuerdo que aún conservaba. Sus ojos tenían siempre un brillo especial. Estaban llenos de recuerdos fugaces, de sentimiento, de presente. De búsqueda. Y se dejaba llevar -hablaban sus ojos-, por el océano de la vida, en un carruaje de sueños.

Nosotros aún conservamos la memoria. La rellenamos de imágenes infames, sentimientos banales y ráfagas de odio que encierran rincones del alma oscurecidos por el dolor. Hablamos deprisa, con seguridad fingida, nos dejamos arrastrar por un vertedero de convenciones que finge acercarnos a la orilla. Chapoteamos en las aguas heladas de la incomprensión. La noche nos cubre con su manto. Despreciamos el tacto de una mirada o el brillo de una caricia. A los objetos. Y no buscamos, no nadamos hacia el sentimiento: chapoteamos hasta ahogarnos en las profundidades de la derrota.

Ojalá tuviésemos melancolía. Para estar melancólico, es necesario recordar algo hermoso, y para que un recuerdo sea hermoso es necesario que sintiéramos esa realidad en toda su maravilla y soñáramos con ella. La melancolía habla de mundos que quieren volver a estar llenos. El melancólico sueña con recuperar su parte extraviada en algún momento de la vida, porque aún lucha por construirla. Si miras a los ojos de una persona con alzhéimer no está vacía, sino que está llena de sí misma y de sentimientos para construir su presente, en la soledad del instante, preocupándose únicamente por los pasos de un vals.

 

Hamaca-Winslow Homer

Sin embargo, nosotros carecemos de sueños. No es que seamos incapaces de soñar o que nuestra época encierre problemas en una clave tan compleja que sean imposibles de resolver. Nuestros días son tan tortuosos y maravillosos como cualquiera de otrora. Sólo nos diferenciamos con el pasado en nuestra renuncia a sentir y, en consecuencia, a soñar, conformándonos con bracear entre miles de ideas fútiles que componen la visión del mundo de hoy, huérfanas de origen y sentido, acomodadas en la renuncia a conocer la realidad y mirar más allá de nuestros horizontes. Nos hemos rendido, a diferencia de nuestros abuelos y bisabuelos, hemos dejado de luchar por la vida y hemos sacrificado el conocimiento. Hasta hace poco tiempo, la filosofía aún era un bien preciado en nuestra sociedad. ¿En qué momento hemos tirado la toalla ante la sensación de incertidumbre y el miedo a no avanzar en la dirección correcta? La filosofía nos enseña que, aunque nos confundamos de sendero y nos perdamos en la oscuridad de nuestros corazones, siempre podemos volver a comenzar de nuevo y emprender la búsqueda del camino, porque nosotros somos la brújula que nos llevará hasta la verdad. Pero necesitamos creer. Creer en nosotros. Las circunstancias actuales hablan de dolor y de derrota, de una humanidad hundida en una espiral de maldad desgarradora que carece de un sendero que recorrer. No nos han arrebatado un futuro, hemos devaluado nuestra grandeza humana a la simpleza mecánica de una maraña de intereses sociales que estrangulan el sentimiento y el pensamiento hasta renunciar a él. En cualquier medio de comunicación escuchamos palabras como déficit, economía, mercados, trabajo o esfuerzo, siempre dirigidas en una alienación del espíritu y de la vida a un estado de mediocridad en el que no nos reconocemos. La literatura habla de sueños, y no sólo de sueños, sino de nuestro verdadero mundo, un mundo donde se vive la grandeza del momento, lleno de sentimientos, felicidad y tribulaciones donde nunca dejamos de avanzar sean cuales sean las circunstancias. Como en la realidad, siempre existe la salida. Podríamos detenernos, como Masha en La felicidad conyugal, y entregarnos a la maravillosa sensación que produce el adagio de la sonata Quasi una fantasia, o dejarnos llevar por el fugaz momento del beso o de las manos que se acarician, y erigir el futuro, nuestra propia vida y el mundo entero, con los renovados ojos del presente. Soñar es recuperar la vida y levantar la vista para construirla.

Es necesario volver a sentir y a comprender la realidad para superar nuestras adversidades. Enfrentar nuestro dolor, analizar nuestros problemas, mirar más allá de la democracia, en búsqueda de la justicia plena; superar la ideología, sepultar la política, que no respeta las diferencias que unifican el mundo, perder el temor a amar y ser amados, recuperar la filosofía, elevar nuestro pensamiento para expandir nuestra mirada y romper las cadenas de la utopía para hacerla realidad.

Porque la utopía no existe. Únicamente existe el momento. Y sólo viviéndolo intensamente, y sólo soñando cada instante, podemos construir con orgullo y felicidad el futuro que nos espera.