07/05/2015

La fiesta de la insignificancia

Milan Kundera

Milan Kundera

Al comienzo de La fiesta de la insignificancia, Milan Kundera refiere una anécdota que Stalin contó a su Politburó. Había salido a cazar de mañana y se encontraba apostado tras unos matorrales, cuando vio veinticuatro perdices sobre la rama de un árbol. Se dio cuenta de que sólo le quedaban doce cartuchos, de modo que abatió doce piezas y volvió a su dacha a por munición. Cuando volvió, las doce perdices restantes continuaban sobre la rama y el tirano no tuvo más que disparar de nuevo para cobrarse los veinticuatro animales. Reunidos en un cuarto de baño, los miembros del Politburó murmuraban contra Stalin: su líder había perdido el juicio, lo que contaba era una bravata. Ninguno pensó que el tirano pudiera estar bromeando, como en efecto sucedía.

Una de las características de las dictaduras –afirmaba recientemente Kundera– es la abolición del sentido del humor. Todo en ellas es ceremonioso, convencidas como están de la infalibilidad del dictador y de sus altos y graves designios. La risa equivale a la vulgaridad, a la broma, a la falta de sustancia, a la levedad, a lo ridículo –por citar títulos de otras novelas del checo que vienen a subrayar la misma idea.

La fiesta de la insignificancia narra al cóctel organizado por D´Ardelo, personaje que acaba de confirmar que no tiene cáncer, como él sospechaba, y se siente renacer. Debe celebrar la vida y para ello organiza una fiesta de cumpleaños a la cual invita a sus amigos: Ramón, Charles, Alain, madame Frank… Una vez más, el narrador de Kundera es dieciochesco, propio de la novela filosófica. A menudo se dirige al lector y le inquiere acerca de los personajes: ¿Qué observaba Charles allá arriba…? Al autor no le importa tanto la caracterización de sus criaturas como convertirlos en portadores de esa idea de la insignificancia, trocando narración por relato de ideas. Charles observaba el vuelo de una minúscula pluma que caía desde el techo en medio de la fiesta.

Kundera contrasta lo sublime –la muerte, la desaparición…– con lo cómico –la mentira, las bromas…–. El humor se convierte en catarsis que nos une a la vida, frente a la seriedad de las doctrinas. La novela emplea un léxico y una sintaxis deliberadamente sencillos, con abundancia de signos de puntuación que tienden a acortar las frases facilitando la lectura, porque todo parece confluir hacía la misma idea: si nuestra vida es insignificante, si todos somos cómicos y vanales, ¿qué sentido tiene tomarnos en serio? La insignificancia conduce a la felicidad.

Ricardo Lladosa, mayo de 2015

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La fiesta de la insignificancia
Milan Kundera
Traducción de Beatriz de Moura

Editorial Tusquets. Barcelona, 2014
144 Páginas