25/06/2015

Madame Bovary. Costumbres de provincia

Gustave Flaubert

Traducción y notas de Mauro Armiño

Ediciones Siruela. Madrid, 2014

 

10320543_10152006554380404_1071844115355554973_nLa colección Tiempo de Clásicos de la editorial Siruela publicó, a comienzos de temporada, esta excepcional edición de Madame Bovary. Excepcional por doble motivo: su originalidad, de la cual hablaré más adelante, y el hecho de que incorpore tres extractos inéditos en castellano, suprimidos por la censura. En la nota de traducción que encabeza el texto, Mauro Armiño da cuenta de cómo Madame Bovary podría haber sido una novela más extensa de no ser por los censores de Napoleón III, y por la censura de Maxime Ducamp, editor de La Revue de Paris, donde la obra se publicó por entregas.

Pese a sufrir el corte de setenta fragmentos respecto a la versión dada a la imprenta, Flaubert sería llevado ante el tribunal correccional de París acusado de “ultraje a la moral pública y religiosa y a las buenas costumbre”, delito del cual fue absuelto gracias a su abogado, Marie-Antoine-Jules Senard, futuro ministro del Interior a quien finalmente dedicó la novela. Más allá del atentado a la libertad, lo que viene a subrayarnos la edición es que Madame Bovary pudo ser distinta. De ella se perdieron por el camino casi cien páginas, ya que el libro inicial pasó de unas quinientas a unas cuatrocientas.

1La originalidad de esta versión de Mauro Armiño consiste en que se trata de una edición metaliteraria e intertextual, que nos va dando cuenta, a través de notas a pie de página e inserción de imágenes, de cómo tuvo lugar la composición de la novela, de las circunstancias que la rodearon. En ocasiones es el propio Flaubert quien nos sugiere lo que quería conseguir con determinado capítulo, a través de una nota que reproduce las líneas de una carta a Louise Colet. Otras veces, al final de un capítulo, se incluye la foto de una página desechada, donde el autor tacha diversos párrafos.

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También se introducen curiosidades históricas, detalles prácticos como la conversión de los francos de la época en euros de hoy. Todo contribuye a actualizar, a dar vida a la novela y hacernos más conscientes de su significado, sin que en ningún momento entrecorten los incisos, puesto que la obra podría leerse también sin ninguno de ellos. El texto sigue resultando hoy tan diáfano como cuando lo leí por primera vez, hace veinticinco años, y probablemente lo seguirá siendo cuando lo lean otras generaciones.

Louise Colet, poetisa y amante de Flaubert

¿Cómo debemos leer hoy Madame Bovary? Debemos hacerlo sin prejuzgarla, eliminando interpretaciones ya caducas, como la de que es una crítica a la sociedad burguesa, o la de que presagia la emancipación de las mujeres. Todas estas explicaciones resultan ahora simplistas ante la lectura de un texto claramente ambiguo y abierto a mil significados. Uno de ellos, que sugiere el editor en la primera página, es la vertiente satírica del relato, pocas veces señalada. Según esta visión, Emma Bovary sería una lectora empedernida, enferma del romanticismo trasnochado que encuentra en los libros. Mauro Armiño acierta, en este sentido, al recordarnos el subtítulo muy antiheroico de la primera edición: Madame Bovary. Costumbres de provincia. De este modo, Flaubert parece ridiculizar desde el comienzo la personalidad de Emma, hija de un labrador enriquecido, que puede permitirse enviarla a un convento, donde ella se embarga de misticismo: el frescor del agua bendita, la fragancia del altar, el tenue resplandor de los cirios. Como lectora ávida de novelas románticas, desarrollará su pensamiento aristocrático en medio del más vulgar entorno: la casa de un médico rural.

A Madame Bovary la vida no le resulta suficiente, aspira a la elegancia absoluta, al paroxismo de los sentimientos, y así parece disfrutar y al mismo tiempo quemar cuanto la rodea: todo lo que toca arde y termina convertido en pira funeraria. Hasta su abnegado marido, Charles Bovary, acabará siendo su alter ego suyo, aquejado de amor excesivo. Es evidente que en la novela predomina lo dramático, e incluso lo trágico, pero todo aparece contrapunteado por ese humor, esa sátira matizada que a veces parece lejana pero que está a la vista en todo momento.

Imbuida de esteticismo, Emma llegará a bailar con un vizconde, sumum para ella de la elegancia; pero al final terminará siendo amante de un vulgar terrateniente: Rodolphe, y de un pasante de provincias: Leon. Y aunque Flaubert no inserte detalles pornográficos, cabe destacar la eficacia literaria de lo amoroso, la carnalidad de las escenas. Como la de uno de mis pasajes preferidos, en la página 292, que también fue suprimido por La Revue de Paris.

El fragmento comienza en la catedral de Ruan, donde Emma tiene una cita con el pasante León, a quien piensa entregarle una carta en la cual se niega a convertirse en su amante. Durante el visita se muestra fría con él, pese a arder interiormente. En un momento dado –mientras el aburrido guía les explica la historia del monumento, León agarra a Emma del brazo y la arroja a la calle, donde coge al instante un coche de punto… Durante página y media tan sólo leemos los gritos de León al cochero: “¡Siga recto!”, “¡Siga!”, mientras lo que sucede en el interior se sobreentiende. Hasta que una mano femenina emerge tras la cortinilla echada del coche de punto y tira al exterior unos pedacitos de papel que dispersa el viento: se trata de la carta rota en la que rechazaba las pretensiones de Leon.

No deja de parecerme virtud literaria que algo que tan sólo se intuye sin mostrarse sea temido por la censura. Por todo lo expuesto hasta aquí recomiendo con fervor la lectura o relectura de Madame Bovary en esta fantástica edición de Mauro Armiño para Siruela.

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