Melero, tenedor de libros
Cuando en 2013 publiqué en la Biblioteca Aragonesa de Cultura a José Luis Melero Rivas su espléndido libro “Leer para contarlo”, sin saberlo estábamos inaugurando una serie prodigiosa de entregas que este eximio bibliófilo aragonés ha ido publicando, a partir en varios casos de sus suculentas columnas del Heraldo, y reeditando aquellas memorias, todo ello ya en Xordica, que le tiene entre sus autores estrella.
Dice Melero que no puede ya dedicar a todos los libros apetecidos el tiempo que tardaría en encontrarlos, y se duele de que la causa de su mayor desazón es no poder leer todo lo que quisiera. No me creo mucho lo primero, pues la mayor aventura es buscar y, claro, encontrar. Y en ello sigue, y nos lo cuenta con un estilo propio, conciso y muy divertido. Habla de muchas de sus pasiones y de lo que ha ido aprendiendo en sus lecturas. Se confiesa con sorna: “uno es de Zaragoza y tirando a paletonio labordetiano”; y por supuesto, mitómano y fetichista. Afirma que una de las cosas mejores que le ha pasado es casarse con Yolanda Polo… sólo comparable al gol de Nayim, curioso maridaje.
Habla de docenas, cientos de libros; de viajes por Jaca y Ordesa, guías de Huesca, el raro extranjero (Burdeos) y cameos como el que hizo con David Trueba; una etapa de audaz crítico gastronómico (quizá por eso le entusiasma Teodoro Bardají, o es al revés); su ensayo como cronista parlamentario. De héroes aragoneses de otrora, fueran de muy viejos tiempos (como el Libro Verde de Aragón, Diego de San José, Mor de Fuentes, Latassa), decimonónicos como los Borao, Gascón y Guimbao, Fernández Vizarra, Julio Ariño, Pilar Sinués) o el doloroso siglo XX con Cejador, María Sánchez Arbós, Samblancat, Pardo Aso, los San Pío, Pepín Bello, J.M. Aguirre). O nuestro tiempo, como los grandes poetas (Pinillos, Emilio Gastón, Ciordia, Fermín Otín); o los desaparecidos y tan queridos Félix Romeo, Javier Tomeo; o queridos amigos como Chesús Bernal, que padeció dura enfermedad. Reflexiona con acierto que muchas veces a los grandes hombres es mejor no haberles conocido; sobre las enemistades, también sentencia.
Está al día y analiza con buen humor fenómenos como la Wikipedia; repasa viejos periódicos, fanzines, revistas, que rescata del olvido y glosa. De los grandes bibliófilos que le han precedido y marcado caminos, recuerda a Cánovas, a los Vindel, y toda una ristra de editores memorialistas; anécdotas preciosas con Ángel Artal y otros amigos zaragozanos, en especial la aventura del Salón Habana. Analiza las subastas de libros, ese drama. Y las ferias, de sabor agridulce. O noticias turiasonenses y otras.
Nos regala historias divertidas sobre gente que piensa en las musarañas, escritores pedigüeños, coplas pilaristas, pseudónimos, necrologías, traducciones, duendes de imprenta, bodas, testarudeces, pobreterías, truculencias, desideratas, gacetillas… El mundo de lo menor, de lo chocante, de lo raro. Protesta de las jotas falsas, y evoca, gran estudioso y entusiasta como es de nuestro canto, el viaje que hicimos a mi pueblo, Andorra, para presentarles a José Iranzo, el Pastor.
Como ya dije en alguna de esas otras ocasiones, releer los breves textos del diario en forma de libro da una curiosa, extraña, maravillosa pátina de novedad, tersura, interés. Este añade a los textos reunidos una colección soberbia de portadas de muchos de los libros comentados o aludidos. Un gozo.
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