23/06/2016

El trepanador de cerebros / Fall River

El trepanador de cerebrosSara Mesa  /  John Cheever. Prólogo de Rodrigo Fresán

Tropo Editores. Zaragoza, 2010

219  /  197 páginas

 

La pasada feria del libro en Zaragoza visité la caseta de Tropo Editores. Hacía sol, no había demasiada gente y me entretuve admirando las portadas de Óscar Sanmartín Vargas. Escogí un ejemplar  de “El trepanador de cerebros”, primera novela de Sara Mesa. Al identificarme como crítico literario me obsequiaron con un segundo libro que no era una novedad, ni tampoco uno de los títulos más conocidos del catálogo. Se trataba de “Fall River”, colección de los primeros cuentos del clásico norteamericano John Cheever.

De vuelta a casa tuve una intuición: leería ambos libros simultáneamente, alternando capítulos de la novela con cuentos de la colección. Escribiría un único artículo sobre ambos, intercalaría reflexiones acerca de Sara Mesa y John Cheever. ¿Por qué lo haría  así? Lo ignoro. Caminaba a la sombra de los árboles por la plaza Aragón, enfilé la calle Canfranc. Me dirigí al colegio de mis hijos.

Sara Mesa

Leer dos libros a la vez suele descentrar. Los lugares, las épocas, los personajes parecen mezclarse –pienso, mientras observo la portada de “El trepanador de cerebros”, e imagino mi propia mente horadada por el pico de una retroexcavadora.

La ciudad donde transcurre la novela se encuentra en obras. De modo permanente se construyen nuevos barrios a donde van a vivir masas de proletarios desclasados. Los protagonistas de la novela pertenecen a esta muchedumbre. Forman un grupo heterogéneo de friquis que comparten piso al no poder costearse uno propio: el Chamán, Edgardo Negroni, los hermanos Capiscol, Silvia, Lisardo…

En algunos cuentos de Cheever incluidos en “Fall River”, escritos durante la crisis de los años treinta, se da también la situación de varios desconocidos que, por razones económicas, comparten piso en condiciones precarias. En particular en el bello cuento que da título al libro: “Río de otoño”, justo después de la introducción a cargo de Rodrigo Fresán. En él toda una ciudad aguarda que la maquinaría de una gran empresa textil vuelva a ponerse en movimiento. Entre tanto, todo es silencio, quietud. Los protagonistas del cuento apenas salen de sus casas: no disponen de dinero para pagar el alquiler, apenas comen y han tenido que empeñar incluso los libros.

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John Cheever

Aunque se trate de relatos primerizos, en cuentos como “Río de otoño” o “Autobiografía de un viajante”  está ya presente el mejor Cheever. Tengo la sensación, mientras leo, de que la crisis le sirve al escritor norteamericano  para incardinar a sus personajes más dramáticos, con traumas vitales que se entrelazan con la pobreza material o la escasez de oportunidades.

Del mismo modo, pero a la inversa, la bonanza económica sirve a Sara Mesa para crear la sátira sobre la sociedad capitalista que es “El trepanador de cerebros”. Una ciudad donde se construye sin parar, donde se crea un macro parque temático llamado PreHistoric Park, que dará trabajo a los protagonistas y terminará por esclavizarlos, tras su fracaso en el intento de filmar una película titulada “La nalga”.

Fall riverTodas estas situaciones grotescas, narradas por la autora con fina ironía, me han recordado a ciertos autores de la generación norteamericana de los años noventa. En particular a David Foster Wallace y a George Saunders. De este último leí hace tiempo un relato que se desarrolla en uno de estos parques: “Guerracivilandia en ruinas”.

Y al igual que ocurría con Cheever, en “El trepanador de cerebros” está presente la Sara Mesa posterior. Pongo como ejemplo el tema de la cleptomanía, enfermedad asociada al deseo de poseer, y por tanto al consumismo, que la autora desarrolló con brillantez en su última y aclamada novela: “Cicatriz”, editada por Anagrama.

Conforme avanzo en los capítulos de la novela y en los cuentos de la antología me doy cuenta de la sutileza con que los escritores se encuentran, de modo incipiente, en cada cosa que escriben. De cómo cada obra literaria es un embrión, un presagio de las siguientes.

Cheever siempre fue un escritor dramático. Mesa, en cambio, ha escrito obras satíricas y obras dramáticas. Entre estas últimas destaca su último libro de cuentos: “Mala letra”, obra de lo más cheeveriana. ¿Será este el motivo por el cual he querido leer simultáneamente estos dos «Tropos»?