Los últimos días de Adelaida García Morales
Elvira Navarro
Literatura Random House. Barcelona, 2016
111 páginas
El pasado 1 de octubre, Víctor Erice, director de cine y exmarido de la escritora fallecida en 2014, Adelaida García Morales, publicaba una extensa diatriba en Babelia/El País contra Elvira Navarro. El artículo se titulaba “Una vida robada”. Denunciaba que en “Los últimos días de Adelaida García Morales”, Navarro se había apropiado del nombre de su exmujer con fines comerciales, además de haber escrito una novela de escasa calidad. La reseña ha dado lugar, en el último mes, a una interesante controversia crítica acerca de los límites de la utilización de personas reales como personajes literarios.
El pasado 1 de noviembre, justo un mes después, terminaba yo de leer la novela de Elvira Navarro, en total desacuerdo con el artículo de Erice. Mi primer disenso se refiere al hecho de que, para escribir sobre un personaje real, deba el autor documentarse sobre su vida y consultar, en su caso, a familiares y amigos. No creo que deba ser así. Cualquier escritor se puede inspirar libremente en un personaje público, con tal de poner de manifiesto que lo que escribe es una ficción, como hace Elvira Navarro en su libro.
Yo mismo escribí un relato titulado “Me canso de ser John Banville”, publicado en Heraldo de Aragón el 15 de mayo de 2014. En él cual imaginaba a Banville escribir su novela “La rubia de ojos negros”, mientras ingería un gimlet tras otro. Se trataba de una fantasía inspirada en el escritor irlandés y en su heterónimo, el autor de novelas policiacas Benjamin Black, y de ello dejaba constancia en el propio artículo.
En la misma línea, Elvira Navarro hace uso de su libertad de expresión e inventa una ficción en torno a una anécdota. Se le cuenta una funcionaria de la Delegación de Igualdad del Ayuntamiento de Dos Hermanas, y la autora llega inclusive a incluir dos correos electrónicos en los cuales aquélla le refiere cómo García Morales se había personado allí para pedir 50 euros con los que viajar a Madrid a visitar a su hijo.

Adelaida García Morales fotografiada por Víctor Erice
En la novela, García Morales irrumpe en el despacho de la concejala de Cultura de Dos Hermanas y solicita los 50 euros. Esa será una de las dos líneas argumentales que conforman el relato, donde Elvira Navarro hace una crítica sutilmente jocosa de la política española, porque resulta que la concejala no tiene ni idea de quién es la eximia escritora, vecina de su pueblo, y se ve obligada a buscarla en la Wikipedia, a consultar por Whatsapp o a comprar la película “El sur”, de Víctor Erice, en la Fnac.
La otra línea argumental, que se alterna con la de la concejala, es la filmación por una realizadora de un documental donde tres personas que conocieron a Adelaida son filmadas hablando de ella, mientras la realizadora, en primera persona, escribe sobre la obra de la autora fallecida. En estos capítulos, que han sido llamados “falso documental”, salen a relucir no pocas ideas y relatos paralelos, de aparente sencillez, pero a mí juicio de gran interés literario porque versan sobre la relación entre ficción y realidad, o sobre la relación entre verdad e imaginación. Ese es, en mi opinión, el verdadero propósito del libro: entablar una reflexión, en clave narrativa, acerca de la literatura. Y se confunden sus críticos al juzgarlo una biografía mal documentada.
Por todo ello, me ha gustado la novela, y no coincido con las palabras de mi admirado director de cine Víctor Erice. Es comprensible que la anécdota de los 50 euros pueda resultar molesta para la familia, pero más allá de ser la génesis del relato, no tiene mayor desarrollo, y en cambio se advierte en la autora una cierta identificación con la escritora de Dos Hermanas y su obra, a través del personaje de la realizadora. Prueba de ello no es sólo el texto, sino también la portada de la edición de Random House, una especie de bodegón con gato, donde junto a un cuadro al fondo, en el cual aparece desenfocada la autora, anteceden varios libros, incluido uno de la novelista norteamericana Siri Husvedt, y un retrato de la literaturizada Adelaida García Morales.