30/03/2017

Una gran Historia… que sabe a poco

Eloy Fernández Clemente reseñó el 23 de marzo en A&L, suplemento cultural del Heraldo de Aragón la recién publicada “Historia de la Universidad de Zaragoza” (Concha Lomba y Pedro Rújula, editores) Por Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2016, 538 páginas. Como es nuestra costumbre, la reproducimos.

Tiembla en mis manos, al terminar su lectura atenta y apurada, este libro sobre la institución en que ha transcurrido mi vida profesional durante más de cuarenta años. Me lo envía la actual Vicerrectora de Cultura y Proyección Social, Yolanda Polo, aunque lo impulsó su antecesora, coeditora con Rújula, al frente de un grupo numeroso, desigual, no demasiado exigentemente dirigidos. Y tengo ideas, sentimientos, encontrados, confusos, temeroso de no acertar en lo que quiero y debo decir.

Porque la empresa era ambiciosa, la edición casi de lujo, el diseño elegante. Viene a superar, sin duda, una historia que en 1983 dirigió D. Antonio Beltrán y en que colaboramos anteriores generaciones con el mayor cuidado y esfuerzo; es más documentada por amplia y erudita; abarca hasta nuestros días, con lo audaz que es ello; pero no sé si algo más de reposo y calma no hubiera sido lo acertado. Porque con la renovación habida en este tercio de siglo en la historia institucional, resulta excesivamente académica (en el peor sentido), erudita (muchos documentos que, traducidos o explicados, podrían ordenarse en archivos hasta hace poco muy mal cuidados, o editarse en la red para los investigadores), plúmbea.

Paraninfo

La mayor parte de los capítulos ofrece una historia espléndida, pero muy tradicional, llena de datos, fechas, nombres, curiosidades, y hasta se pueden espigar anécdotas divertidas. Hay una división en tres partes, que desconciertan (la modernidad, la época contemporánea, y el patrimonio) aunque pronto se explican por el papel de mi querida colega y amiga Concha Lomba, que ha procurado reunir un equipo sabio y orgulloso de sus tareas, para estudiar la riqueza arquitectónica, bibliográfica, y el arte y la ciencia acumulados en tantos siglos. Es para felicitarse por ello.

La primera parte, en manos de veteranos profesionales, nos habla con acierto de asuntos arcanos, como lo ocurrido antes y en la fundación, y en épocas confusas y de escasa simpatía por las Luces y las libertades. No puedo decir lo mismo del siglo XIX, demasiado ideologizado su estudio, algo erráticas algunas afirmaciones, mientras desfilan nombres de rectores, decanos, catedráticos (retratados a veces, no siempre, con acierto: otros parecen espantapájaros). Viene luego el tratamiento razonado, riguroso, valiente a veces, en los capítulos sobre los últimos noventa años, tan férreos, en que encuentro firmas de historiadores avezados en esos temas (A. Cenarro, M.A. Ruiz, A. Peiró), y otros que no conozco pero crecen a su lado.

Y entonces, ¿qué? Pues que creo que, desde Arnold Hauser, que estudiamos hace más de medio siglo, este libro requería una gran historia social y cultural. Que nos hablase, a ser posible con menos retórica y más sencillez, de tantos profesores meritorios, de sus obras, de sus ideas. No sólo de la “gestión”, que aquí parece privilegiada y casi exclusiva, sino de su presencia en la vida cultural aragonesa, española, occidental. Encuentro a faltar la relevancia de destacados científicos, filólogos, médicos, veterinarios, estudiosos del arte y de la historia, escritores. Hablar de quiénes y por qué fueron designados tantos doctores honoris causa (una foto de Labordeta no basta); ni de quienes se formaron aquí (de Cajal a María Moliner); de por qué algunas escuelas o grupos avanzaron tanto y otros tan poco, y no siempre por personalismos o ideas políticas (aunque la historia del franquismo es feroz).

Confieso mi perplejidad, mi temor a molestar a unos u otros; pero a mi edad, bien jubilado hace años ¿a qué callar si acepto el encargo? Me parece, pues, y este es un retorcido “elogio baturro”, que este gran libro me sabe a poco.