El argumento. Combinaciones
Hace años participé en un taller literario uno de cuyos ejercicios se llamaba “el binomio fantástico”. Los participantes en el taller debían escoger dos palabras al azar, sin relación alguna y construir, a partir de ellas, un relato. Durante años me pregunté cuál era el interés del ejercicio, más allá de su capacidad de obligarnos a fabular. ¿Existía en la disparidad de aquellas palabras algo más que la génesis de un relato…?
Volví a recordar el binomio fantástico hace poco, a raíz de una crítica cinematográfica que firmaba Carlos Reviriego en El Cultural. Se titulaba: “Assayas evoca a los fantasmas del siglo XXI” y trataba sobre la película “Personal shopper”, del realizador francés Olivier Assayas, galardonado en el festival de cine de Cannes 2016.

El realizador francés Olivier Assayas y su musa, la actriz norteamericana Kirsten Stewart.
La protagonista del film es la actriz Kristen Stewart, musa de Assayas más conocida por sus papeles en la saga “Crepusculo”. En esta ocasión interpreta a Maureen Catwight, joven asistente de la top model Kyra, para quien compra ropa o joyas en tiendas de lujo y realiza todo tipo de recados recorriendo Paris en scooter. Pero pronto sabremos que a Maureen le aburre trabajar para Kyra y que en realidad está en Paris sólo para contactar con su hermano recién fallecido. Ella es médium y antes de que Lewis muriese ambos se prometieron que el primero en desaparecer se manifestaría al otro desde el más allá.
De este modo binomial una película sobre el consumismo y la moda se convierte en una película de fantasmas. No hay relación aparente entre ambos mundos, pero Assayas los une a través de una trama de suspense que en realidad es un sutil juego cinematográfico en el cual se sirve del recurso a la cámara subjetiva, tan habitual en el cine de intriga. La cámara subjetiva es aquella que sigue los pasos de un personaje a quien no vemos y que va a entrar en escena de un momento a otro. En el cine de suspense o de terror ese personaje suele ser el asesino, el atracador o el monstruo en el instante anterior a abalanzarse sobre el protagonista.

Kirsten Stewart perseguida por la cámara subjetiva de Olivier Assayas.
Pero en “Personal shopper” la cámara subjetiva no lo es de ningún personaje real sino, al parecer, de una mera presencia, de algo que persigue a Maureen. Y esta falsa cámara subjetiva, al decir de Reviriego, convierte una película de fantasmas en una película fantasmal donde nada es lo que parece, donde el espectador convencional de este tipo de filmes se queda descolocado, con una sensación de intranquilidad creciente, puesto que la cámara subjetiva no ejerce una función narrativa sino que contribuye a la creación de una atmósfera.
Al parecer el filme sufre una segunda mutación, pone en escena un nuevo binomio, porque la médium Maureen empieza a recibir mensajes amenazantes en su móvil. No sabe de dónde vienen, al igual que no sabe quién, en apariencia, la sigue. Entra así en juego una tercera trama o leitmotiv de la película: nuestra relación con las nuevas tecnologías y, en particular, con las redes sociales. Quienes participamos en ellas deseamos exhibirnos, que los demás nos muestren afecto, o admiración; pero también sentimos pudor ante el hecho de ser observados, y que esa observación depare resultados indeseados, inconvenientes, desagradables.
En el mundo de las redes sociales –parece decirnos la película– la distinción entre vivos y muertos se difumina: todos estamos presentes en ellas, incluso los que se han marchado dejando en ellas sus imágenes y palabras. De ahí que Reviriego afirme: “Los mensajes por WhatsApp, las conversaciones por Skype y los vídeos de YouTube son los espectros del siglo XXI”, cita que nos sugiere que, en el cultura actual, no importa tanto esa disyuntiva entre vida y muerte como aquella que enfrenta lo real y lo virtual. A causa de las redes sociales, cada vez nos alejamos más de lo real y vivimos en un mundo virtual que es espejo o simulacro de la realidad.

Hilma af Klint, pintora sueca y espiritista, inventora de la pintura abstracta.
La película, por último, también abunda en digresiones: como la alusión a las sesiones espiritistas de Victor Hugo, o la historia de una artista sueca llamaba Hilma af Klint, quien en 1906 inventó, al parecer, el arte abstracto. A los treinta y cuatro años comenzó a frecuentar círculos ocultistas. Junto a cuatro amigas formaron un grupo llamado “Las Cinco”, que practicaba la escritura y la pintura automáticas a partir de sesiones de espiritismo. En 1906 empezó una de sus series artística emblemáticas: “Los cuadros para el templo”: sus primeras pinturas abstractas.
Para hilvanar este discurso tan intelectual, Assayas se sirve del cine popular: la intriga, el terror psicológico. Pero, a estas alturas, habrá quién se pregunte: ¿para que pone en juego todo este imaginario, todas estos binomios, o trinomios aparentemente inconexos que llevan al espectador a la dispersión?; inquisición que nos lleva de nuevo a la pregunta que cerraba el primer párrafo de este artículo: ¿Aportan estas combinaciones de elementos dispares algo que esté más allá del mero argumento?
Para responder me retrotraeré a la infancia. Recuerdo aquellos libros que leíamos con pasión en los años ochenta titulados: “Elige tu propia aventura”. A cada página nos encontrábamos dilemas argumentales del tipo: si decides entrar en la mansión, ve a la página 53; si decides dar media vuelta y pedir ayuda, ve a la página 88… Leídos en la edad adulta, estos libros carecen de interés, son como partidas de parchís en las que tomar una opción te obliga a retroceder, a perder o ganar… Pero no hay en ellos literatura. Quizá porque todos giran en torno a convenciones de género. En un libro de fantasmas, por ejemplo, no había nada ajeno a lo que pudiéramos esperar de un libro de fantasmas
¿ A dónde quiero llegar?: a que la fuerza de los argumentos reside, quizá, en su disparidad, en la ausencia de relación entre los elementos de la trama. Esa desconexión es tal vez la que nos lleva a planteamientos distintos. Nos obliga, en definitiva, a buscar lo inexplorado, como sucedeen “Personal shopper” de Olivier Assayas.