Académicos Aragoneses I, Pedro Sabau y Larroya
Con la semblanza de este muy poco conocido aragonés, iniciamos una serie sobre académicos aragoneses a cargo de Pablo Ramírez Jerez, Bibliotecario de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, que irá desarrollando periódicamente otras que auguramos muy interesantes y agradecemos a su autor.
PEDRO SABAU Y LARROYA (1808-1879)
Pedro Sabau y Larroya nació en Tamarite de Litera el 2 de enero de 1808. Realizó sus primeros estudios en los escolapios de Tamarite y posteriormente se trasladó a Madrid donde residía su tío el canónigo José Sabau Blanco. En los Reales Estudios de San Isidro cursó Lógica y Filosofía Moral, prodiguiendo sus estudios en Madrid y Alcalá de Henares, obteniendo el título de bachiller en Leyes y Cánones en 1825 y el de doctor en 1826. Su aptitud para el aprendizaje de las lenguas le facilitó un puesto como oficial 1º en la Secretaría de Interpretación de Lenguas ese mismo año, ocupación que mantuvo durante 14 años y que compatibilizó con su trabajo de abogado. En 1833 era ya Abogado de los Reales Consejos y solicitó el ingreso en el Ilustre Colegio de Abogados de Madrid, donde ejerció como abogado de pobres. De ideas políticas liberales, pronto destacó con la publicación de la obra Ilustración de la Ley fundamental de España, que establece la forma de suceder en la Corona, y exposición del derecho de las augustas hijas del Señor Don Fernando VII (Madrid, 1833, 111 p.)
En 1842 rechazó un puesto en el Ministerio de la Gobernación para dedicarse a la enseñanza, carrera que había iniciado poco antes. Experto políglota, en 1840 fue nombrado catedrático de Interpretación de Lenguas en la Universidad Central, de la que llegaría a ser rector entre 1843 y 1845. De esta época data su traducción de la obra de William Prescott Historia del reinado de los Reyes Católicos, Don Fernando y Doña Isabel (Madrid, 1845-1846, 4 vol.) En 1847 se encargó del discurso inaugural de los estudios de la Universidad Central, que llevó por título Todas las verdades son útiles al hombre (Madrid, 1847, 23 p.); leería de nuevo el discurso inaugural en 1854, esta vez con el título Del estado social en relación con los progresos de la ilustración y de las ciencias (Madrid, 1854, 49 p.)
Profesor en la Facultad de Jurisprudencia desde 1846, donde impartía Derecho Mercantil, fue nombrado catedrático de Derecho internacional en 1852, y Decano de la Facultad de Derecho entre 1855 y 1861. Bajo su decanato la Facultad de Jurisrudencia pasó a llamarse Facultad de Derecho.
Como colofón a su carrera e el campo de la enseñanza, fue nombrado Director de Instrucción Pública en agosto de 1860, y como tal redactó una memoria sobre la educación que debería darse al príncipe de Asturias, a petición del entonces ministro de Fomento, el marqués de Corbera.
Poco después, por Real Decreto de 2 de noviembre de 1863, pasó a ser Consejero de Estado, siendo destinado a la Sección de Gobernación y Fomento y posteriormente a la Sección de lo Contencioso. Cesado en este organismo en 1866, volvió a ser nombrado en octubre de 1870, esta vez destinado a la Sección de Gracia y Justicia, y pasando por las de lo Contencioso y Guerra y Marina hasta su jubilación en 1879. Durante el Sexenio fue además senador por la provincia de Zaragoza (1872-1873), si bien apenas tomó parte en las actividades del Senado.
Aparte de todo ello, participó en diversas comisiones y trabajos oficiales: censor de teatros, vocal de la Comisión de Códigos, de la de Instrucción Publica, juez de oposiciones…
Persona de gran cultura, gusto por el estudio y amplia erudición, perteneció al Ateneo de Madrid, a la Academia Matritense de Jurisprudencia y Legislación y a la Real Academia de la Historia, en la que había sido admitido como supernumerario en 1835 y donde ingresó formalmente en 1845, ocupando la medalla nº 2; fue nombrado Secretario interino ese mismo año, pasando poco tiempo después a ejercer dicho cargo en perpetuidad. Fue el primero de los secretarios de la Academia de la Historia que residió en la nueva sede de la corporación, el edificio de Nuevo Rezado, desde 1875 hasta su fallecimiento.
La otra gran corporación a la que perteneció fue la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de la que fue miembro fundador al crearse esta por la Ley de Instrucción Pública en 1857. En efecto, la Ley de Instrucción Pública de 1857 dispuso la creación en Madrid de otra Real Academia, igual en categoría a las cuatro existentes, denominada de Ciencias Morales y Políticas. La Corona nombró, a propuesta del Gobierno y por una sola vez, a 18 individuos de gran prestigio en la política del momento, que a su vez eligieron a otros 18 para formar así la primera promoción de académicos de la institución. Además de Pedro Sabau, otro ilustre oscense formó parte de esta promoción, D. Alejandro Oliván y Borruel. Sabau fue de los académicos menos políticos de esta primera promoción, en el sentido de que primó más su categoría cultural e intelectual, al igual que ocurría con otros como Modesto lafuente, Cavanilles o Colmeiro.
Pedro Sabau se tomó muy en serio sus tareas académicas; si en la Academia de la Historia ocupó el cargo de Secretario durante largos años, en la de Ciencias Morales y Políticas fue su primer censor, formando así parte de la primera mesa directiva, con Pedro José Pidal como presidente, Pedro Gómez de la Serna como secretario, Antonio Cavaniles como tesorero, Manuel Colmeiro como bibliotecario y el marqués de Molins como académico de la Comisión de Interior y Hacienda.
Su gran labor fue reconocida por otras corporaciones que le hicieron miembro, como La Academia Sevillana de Jurisprudencia, la Sociedad de Socorros Mutuos de Jurisconsultos, la Academia Española de Ciencias Eclesiásticas, la de Arqueología de Bélgica, o la Sociedad Literaria-Histórica de Quebec. Mereció, finalmente, el título de Comendador de la Orden de Wasa de Suecia y Noruega.
Pedro Sabau falleció el 3 de agosto de 1879 en el balneario cántabro de Caldas de Besaya, a donde se había trasladado con su hijo para tomar baños medicinales.