25/10/2022

Las cenas de Conget

Quienes somos, hace muchos años, devotos de la escritura de José María Conget, esperamos la salida de un nuevo libro, como cuando lo hacían películas de Rohmer, exposiciones de Bayo o Cano, canciones de Labordeta. Nunca defraudados, si acaso estimulados con nuevos asuntos, planteamientos, estéticas.

He leído dos veces esta entrega, establecí árboles genealógicos y listados a la manera de Agatha Christie, quién es qué, con el ánimo de controlarlo todo, entenderlo todo, disfrutarlo todo, descubrir secretos. Inútil empeño, desenfocada busca, porque una rosa es una rosa. Importa el estilo, la decisión de quemar los barcos y adentrarse en las selvas. Cómo contar más que el qué. Pero sólo los genios siguen con partitura la gran sinfonía, y oyen cada instrumento y todos a la vez. Y uno no es, obviamente, un genio.

 

 

Una generación y sus herederos

Sumemos la reflexión ética al retrato de una generación desengañada, basada en una impostura. Unas cuantas parejas y algún non, evocan derrotados “aquella cenas, las primeras, cuando los niños jugaban entre ellos y nosotros salvábamos el mundo… todos cultísimos y listísimos y cagándonos en los éxitos de los que llamábamos cadáveres ambulantes”. Vuelven a encontrase todos, los amigos de toda la vida, a despotricar o a elogiar los vinos, ya que no, o sólo falsamente, los libros. Tratando de reconstruir cada uno la primera imagen de los demás…

Citas intempestivas, secretillos, envidias. La necesidad de reconocimiento y publicidad es infinita. Sobre todos los escritores: cuántos bolos provinciales, cuántas presentaciones con habituales desconocidos que olfatean vino y tapas… Cuánto autoengaño, cuánta catalepsia absurda y muerte en vida. Doble vida, al servicio de la maquinaria editorial de promoción, avasalladora, mientras el periodismo cultural, cada día menos relevante, queda al margen de disquisiciones morales. Les invade una sensación de soledad radical, sin miedo y sin culpa, casi grata; el sabor de lo agridulce.

Y luego, cuando todo sea intimidad a medias, de parejas y amantes, rencor y ansias de venganza, no soportar quien es cada cual, impostores advenedizos. Venciendo el malestar con exquisiteces filológicas, o recitando las leyes de la termodinámica como un mantra. Y no habrá  otra solución que volver a la cotidianidad, retomar la rutina.

 

Desfiles de personajes

Como es sabido, los profes, escritores, artistas, se sienten como grandes burgueses sin serlo apenas, lumpen agradecido. Las tertulias fulminan: “que si ese era un maniático y el otro un egocéntrico, quiénes iban a hablar, el más joven pontificaba, el más viejo pretendía una sensatez que ocultara su soberbia, el laureado sonreía con superioridad, y las mujeres escuchaban con aire dócil de hágase en mi según tu palabra”.

Todos son todos, un coro cómplice y traidor. Entre rostros habituales en los suplementos culturales y la televisión, desfilan ellos y ellas, sombras de hijos e hijas, desencuentros, egoísmos. Incomunicación. Aquella niña expansiva y alegre “se escondía al fondo o detrás de la muchacha despectiva, tiránica, abúlica”. O esa neurótica inseguridad, atravesando los días obnubilada, sonámbula. Dominio de mentes y corazones femeninos.

El vate premiado al que llaman en broma el Genio, es estrella consumada en el pavoneo intelectual, la soberbia, que achaca a la menopausia las tonterías de su mujer y se empeña en transformar en literatura lo que no puede controlar. Porque tiene, sí, envidiado por la tribu, cierto poder de repartir pequeños beneficios, cenar en buenos restaurantes en la compañía de pintores de moda, cineastas y escritores de relumbrón. Aunque había conservado sus gustos plebeyos: el pepitogrillo que pululaba por los desvanes del inconsciente lo insultaba sin misericordia. Qué ironía diabólica, dormirse encima del diccionario de la RAE. Porque, los genios, ya se sabe, no cometen errores.

Pronúnciese Rodion sin acento, uno entre los demás, pero centro de atención: “un señorito que camuflaba su clase social con disfraz de revolucionario”; Él lo debe todo a su padre, su leve trabajo de periodista, analista de guiones de cine, corrector, como otras modestas canonjías, hasta su cinismo de falso héroe de la izquierda. Crecido en atmósfera laica, encuentra exóticos los fervores católicos de su abuela y a lo que no comprende le llama retruécano, y duda, soberbio, si aceptar un enchufe en la obra social del banco. Y cómo llena sus páginas Vita, la muchacha de rojo, con “la fascinación pequeñoburguesa, ciega y egoísta de dos jóvenes sometidos a las servidumbres de las hormonas”.

Y el obseso por su tebeoteca, sus compras por mercadillos y librerías, sus reseñas de cómics, sus tebeos del año catapún, como El Capitán Coraje, de Iranzo. Esa mezcla de tebeos y canciones con imitaciones de Joyce o, peor, de Cabrera Infante. Viejos vinilos, viejos prospectos de películas, viejos tebeos…: superestructuras de la soledad

“Yo, dice uno, solo hablo y escribo con frases hechas y refranes y anuncios”… Qué grave es ver al estúpido alardear de serlo; el orgullo del pelota oficial, el rollo mental sobre los amigos perdidos. Y es que, “en las amistades hay categorías y además sufren alzas y bajas como las acciones de bolsa”. Pero, mirando al parque de María Luisa (¿o era el Trinity?) se es consciente de que ya “no hay amigos como los viejos amigos.”

 

Escenarios

No, no es Dublín, esta ciudad llena de recovecos y recordatorios, sermones y pesadillas. Es Sevilla, una inmensa y eterna Sevilla, con todos sus lugares que llenan el espacio con sólo ser citados en letanía, vírgenes y torres, restaurantes y palacios, recorridos por callejuelas del casco viejo, campos de fútbol. Las Setas, el nuevo emblema agridulce de la ciudad.

Hay muchas citas reales además, próximas: la librería Machado de Madrid, Luis Landero, Juan Cruz, una retrospectiva de Paula Rego y sobre todo Zaragoza, la cena en Casa Emilio donde “se desgañitaron a gusto” (ya no está Félix Romeo) y pusieron a caldo la novela, brutal franqueza maña: “Hay que tener la piel de lija para sobrevivir a un homenaje en Zaragoza”, La Matilde, Antón Castro, las librerías…

Moverse por la ciudad es beber, tomas cafés, ir a restaurantes quien puede. Carteleras no muy apetitosas, que matan la obsesión por el cine. Testigos de la desolación, les invade el fastidio, el rencor. Pero acaba ganando el gozo de vivir, “la inédita conexión con el carrusel feliz de la existencia”.

 

Poco amor y bastante sexo

Domina el discurso el sexo rey, que a unos les da vida, a otros se la quita, y a otro quién sabe, “si alguna vez cedía a la curiosidad, que no sentía, de acostarse con una mujer”. Todos a la busca de un placer que anonade y demuestre “qué leves y superficiales habían sido los goces anteriores”. Buscar la aceleración erótica.

Las mujeres mandan, salvo excepciones momentáneas, ven a esos pardillos como fracasados perdularios, sometidos aún en su tímida lujuria a las leyes conyugales; en ocasiones, taciturnas, no esperan siquiera el placer, se acuestan con hombres como el que toma una cerveza en compañía… Ellas parecen haber hallado, dionisíacas, una pócima eficaz para olvidar o transformar el pasado, borrar la palabra nostalgia y la palabra culpa… y se burlan de sus “dios mío” en el momento del orgasmo, siendo ateos.

Ellos parecen destinados a descubrir la aberración de la monogamia. La idea de convivir con otra, otro. El asombro de los pobres, “de que el placer más grande que se le ha concedido al ser humano fuera accesible para ellos en la misma medida que para un multimillonario”. Por eso, quizá, el desconcierto de sentir que consumado el amor, no se consumaba el deseo. Pero a la vez, el miedo a la ternura, a la piedad, al mínimo goce físico. El terror al declive: nada de importancia, cosas de la edad… Hasta el enfriamiento temido, la fecha de caducidad, cuando entre su cuerpo y el placer se alza un muro impenetrable de cenizas y sombras.

Porque ¿había amor o sólo se lo hacía? Ya lo dijo el irlandés: “El amor es un maldito fastidio, especialmente cuando también está unido a la lujuria.”

 

Hechos, más allá de pensamientos

El tiempo es otro de los muchos protagonistas. El marco temporal, a falta de lo que pase después en epidemias y guerras, elecciones andaluzas o nuevas causas contra corruptos y prevaricadores, viene dado por “los peligros de la indiferencia, el avance de la extrema derecha en Europa y también aquí, la sensación de injusticia por el rescate de los bancos que por su parte desahuciaban sin ambages a los miserables que no pagaban hipotecas de condiciones leoninas…” “La chusma” en manifestación que partía de san Telmo, con los miles de indignados. El aspecto de un neonazi con la cabeza rapada. Los cruces de caminos con elementos fascistas, violentos y llenos de odio. Limpiando el pasado de una pátina de falsedades y autoengaños. Confundiendo lo soñado y lo vivido, que venían a ser el mismo espanto.

No se debe contar el meollo del relato; además, el relato es el gran meollo, el mayor. Y ahí terminó aquella cena de amigos y las cenas de amigos durante muchos años. Cuando los mejores amigos ya no son ni siquiera amigos. Dándole vacaciones a la memoria.

Démosles la mano, Jaime, que no hay pasado ni futuro, todo fluye en un eterno presente. Por eso ellos vivieron y rieron y amaron y se fueron. Chapeau, José María.