José Saramago, el compromiso político y social de un magnífico escritor
Sé que estos días hay una legión de estupendos escritores, poetas, catedráticos y periodistas glosando la figura, vida y obra de quien es y será siempre un monumental escritor, José Saramago. No les voy a importunar por tanto con un análisis sesudo sobre su obra, maestros habrá seguro, que lo harán mucho mejor que yo.
Si me lo permiten, voy a referirme a una faceta de su poliédrica personalidad: su compromiso político y social. Difícilmente puede entenderse a José Saramago sin estudiar ese compromiso firme y decidido que le acompañó a lo largo de su vida y que le hizo interesarse y lo que es mejor dedicarse en cuerpo y alma cuando creía que una causa lo requería.
Puede que sus orígenes humildes, nació en el seno de una familia de campesinos en Azinhaga, pequeño pueblecito de Portugal, le marcaran de forma indeleble y para siempre. Vivir de cerca la pobreza, conocer de primera mano lo que es el duro trabajo en su primer empleo como cerrajero mecánico, sus dificultades para acceder a una educación debido a la pobreza de su familia o su empeño en seguir su vocación, la literatura, siempre de forma modesta y autodidacta, hicieron de él un hombre recto, honrado, empeñado en llevar su mensaje a través de los libros y comprometido durante toda su vida por un mundo más justo, igualitario y humano.
La defensa de su compromiso político, siempre se consideró comunista y cercano al partido comunista portugués, le acarreó más de un disgusto precisamente con quienes eran sus más cercanos, sus compatriotas. La publicación de Evangelio según Jesucristo, una dura crítica a la religión católica causó a Saramago problemas en Portugal ya que el Gobierno luso censuró su candidatura para el Premio Literario Europeo. Este desencuentro con el gobierno portugués molestó profundamente al escritor e hizo que se planteara abandonar Portugal, cosa que finalmente hizo en 1993, instalándose en Tías-Lanzarote acompañado de su esposa la periodista Pilar del Río.
Creo que la modestia y la constancia, así como su compromiso con las causas en las que creía han sido sus señas de identidad a lo largo de estos años. Pese a haber recibido toda clase de premios, honores y reconocimientos, entre ellos el Premio Nobel de Literatura, yo siempre le recordaré como el hombre sencillo, cercano, amable y un punto socarrón que era. Aquel que nunca se creyó superior o mejor que el resto de los mortales.
José Saramago será siempre un escritor que fue capaz de tender puentes entre los hombres. Su literatura nos acercó a un país Portugal, cercano geográficamente pero al que muchas veces consideramos lejano. Su bonhomía nos hizo olvidar que no era español, -muchos llegamos a considerarlo como un compatriota más-, haciéndonos creer que tal vez un día no muy lejano portugueses y españoles, como él nos había enseñado, dejaremos de darnos la espalda y formaremos sino geográficamente si al menos sentimentalmente un solo país.
Nos ha dejado huérfanos no solo de su magnifica literatura, nos hemos quedado sin uno de los últimos quijotes que van quedando en este mundo. Un quijote entreverado de portugués y español que no tenía inconveniente en reconocer su cercanía a IU o al PCP, que dio la cara por Aminetu Haidar, cedió los derechos de uno de sus libros para las víctimas del terremoto de Haití o le hizo ponerse al frente de campañas en defensa de los derechos humanos, la ecología, a la que tan cercano se sentía en Lanzarote, o la industria armamentística, tema de su último libro, “Caín”. Quién fabrica las armas, quién trafica con ellas y quién muere a causa de ellas era el hilo argumental del ensayo. Una de sus últimas frases sobre este libro fue: “Hoy en día, la vida humana no tiene ninguna importancia”.
Como dijo alguien que lo conocía de cerca, Willy Meyer, recordando su compromiso con el pueblo: “Saramago entendió la cultura como instrumento al servicio de la transformación social”. El ejemplo de militancia y de compromiso de Saramago nos servirá en los tiempos tan complicados y difíciles que se avecinan.