Lo que Labordeta significa (a modo de repaso particular)
Cuando nací él estaba ahí. Sonaba tras las ventanas de un piso madrileño. Pasados tantos años asocio su música por aquellos días a mañanas de domingo. Más escondido, podía encontrarlo en la pila de Andalanes guardados en un armario del estudio de mi padre. Pero Labordeta también estaba a un paseo de Aguilar, en Jorcas, cantando en agosto. O en las palabras de los aragoneses de fuera de Aragón. En Madrid, entre mi generación, Labordeta apenas fue conocido hasta que su programa televisivo triunfó. Por eso, encontrar a alguien de mi edad que lo conociera, remitía a los orígenes compartidos, a las voces y a los paisajes que nadie, literalmente nadie aparte de nosotros, conocía.
Ahí es donde Labordeta comenzó a hacerse gigante referencia entre mis afectos, porque buenos recuerdos de músicas, revistas y libros, hay más. Sin embargo, ningún otro cantaba a mis paisajes de cabezos, mases, cañadas, arcillas, parideras y cerradas. Sólo sus palabras evocaban la piedra seca y la luz abrasiva de las sierras que daban textura a los días más felices de mi infancia en Aguilar, en la vieja casa de piedra, teja, pino, escayola y revoltón, entre los chopos y sargas del Alfambra. Diminuto en los mares de aliagas de los montes pelados de soledades y limpias noches rasas, inmensas.
Con los años, lo que fueron días de vacaciones vigilante de los escurzones entre las rocas, admirado del olor del monte tras una manta de agua, se hicieron otra cosa. No perdieron la fascinación ni el amor de quien iba entendiendo que nacer y ser son dos verbos distintos. Se torneaba la conciencia, mi tierra y el mundo entero me hacían apretar los puños, y Labordeta también estaba ahí. Eran los tiempos en los que yo me licenciaba en Historia y nos arrollaban después del grito incauto del fin de la historia. Labordeta cantaba a sus banderas rotas, aunque al poco —esa es la medida del hombre—, las defendiera con una dignidad reveladora para quienes no le conocían
Por esa época me dio por manchar folios, y aunque creo que para el tipo de fanzines en los que participaba llegué a escribir con cierta soltura sobre sexo, drogas y rock and roll, cuando trataba de ir más allá, me veía explicando mi tierra para explicarme a mí. Siempre topando con lugares comunes, panes sin sal, grandilocuencias vergonzosas. Y no lo conseguí de una forma aceptable hasta que comprendí en toda su hondura el sentido de ‘la tierra adentro’. Labordeta, también estuvo allí. No era necesario ningún circunloquio, un puñado de palabras como chasquidos de Los masoveros o Las arcillas, era una definición evocadora pero precisa, cargada de emociones sin vestido. Seguramente no haya hecho más que malas versiones del original, pero estoy convencido de que es lo mejor que ha escrito éste quien ahora vive de editar libros para estudiantes.
El día que Labordeta murió me enteré pronto a pesar de ser domingo; mi mujer seguía durmiendo. Como hago siempre que me levanto encendí el transistor. Estaba cogiendo la leche de la nevera y citaron a Labordeta sin venir a cuento. La verdad es que no prestaba demasiada atención. Demasiado adormilado, pensando en rutinas, por la tarde jugaba el Atleti. Me dio por pensar que había sido lo que fue. Al cerrar la nevera vi sentado a mi hijo en la trona (me había levantado por él). Reía y golpeaba unas llaves de juguete sobre la mesa como Jrushchov el zapato en la ONU. Le sonreí porque no puedo resistirme a esa risa, pero a esas alturas ya sabía que Labordeta había muerto.
Desayuné lento y recogí un par de veces del suelo las llaves y el sonajero que Mateo tiró en sus pequeños juegos. Pensé un poco en todo lo que acabo de escribir. Me pregunté si para mi hijo Labordeta sería en su vida algo parecido a lo que ha sido para mí, que guardo algunos Andalanes de mi padre y cuando nací, ya sonaban sus canciones. Entonces fui verdaderamente consciente de que no estaba. Sentí vértigo, un vértigo hecho de las razones por las que dejé aquí mismo un post al día siguiente no sé si ridículo o profundo, de lamento y compromiso por lo que fue y me influyó. En definitiva, por lo que Labordeta hoy significa para alguien que le admiró.