28/04/2011

Seguridad y terrorismo

Hemos leído los “documentos secretos” filtrados por Wikileaks y publicados recientemente en el diario El País sobre Guantánamo. Hemos comprobado por enésima vez que los amos del imperio, los supuestos adalides de la democracia y de la libertad, los presuntos garantes del imperio de la ley, mantienen una situación jurídica y humanitaria propia de los regímenes totalitarios más execrables.

Hemos visto asimismo que el país llamado Estados Unidos de América encierra en su seno un sistema que buena parte de su ciudadanía seguramente rechaza, pero que condiciona fuertemente la marcha de esa nación y el progreso del mundo. No se trata solo de las tesis ultraconservadoras del denominado Tea Party, sino de unas constantes económicas, militares e ideológicas (descritas hasta la saciedad por Noam Chomsky) que conducen a un placentero oasis interior y a la explotación económica y la agresión militar en el exterior, al pairo de los intereses financieros y económicos de los grandes grupos de poder. Uno de los últimos capítulos de este hediondo serial es Guantánamo: no se trata de cargar las culpas solo sobre el histriónico Presidente George W, Bush, pues el icono hace pocos años de la esperanza mundial, Barack Obama, demuestra igualmente que tiene las manos atadas para, entre otras cosas, cerrar Guantánamo, tal como prometió solemnemente durante su campaña presidencial.

Por encima de Presidentes y voceros oficiales está el Gran Ente, que monta impunemente y en su propio beneficio crisis economómicas a escala mundial, que conllevan además un sustancioso recorte de derechos civiles, laborales y sociales en nombre de unas leyes del mercado que precisamente condujeron al desastre. Ese Gran Ente determina que un sistema de salud para todos los ciudadanos estadounidenses atenta contra no sé qué libre competencia y que el petróleo mundial es suyo, solo suyo y nada más que suyo. Por eso urde grandes patrañas sobre armas de destrucción masiva o se autodeclara defensor de los derechos humanos en los rincones perdidos del planeta que le interesan (el resto le resuta indiferente).

La última gran falacia viene disfrazada de terrorismo y seguridad. Escama bastante que aún no haya habido un solo juicio sobre los supuestos atentados del 11-S. Se han escrito miles de libros y artículos, se han editado documentales y valoraciones técnicas de todo tipo, cuestionando en profundidad la versión oficial de lo ocurrido aquel 11 de septiembre. De hecho, ni siquiera el presunto cerebro del 11-S, Khalid Sheik Mohamed, ha sido aún juzgado y, si hacemos caso al fiscal general, Eric Holder, no será juzgado por un tribunal ordinario en suelo estadounidense, sino por una comisión militar y por el procedimiento de un consejo de guerra.

Enfermos mentales, personas que pasaban por allí, primos de un amigo de un talibán, portadores de un determinado modelo de reloj Casio o de un teléfono satélite o de un billete de 100 dólares, acaban siendo hechos presos, interrogados, torturados, metidos en el agujero negro de Guantánamo. Mientras, los interrogadores, los autores del Manual del Interrogador, los patriotas del God bless America en general, se creen instrumentos de la justicia, defensores de la civilización occidental, garantes de que el diablo musulmán no vencerá.

Los casi 5.000 folios filtrados por Wikileaks relatan las terribles condiciones de vida de los reclusos y el durísimo régimen disciplinario al que están sometidos. Subrayar un libro de la bibioteca o desconchar una pared es castigado duramente por atentar contra propiedades del Estado. El sistema para interrogar y clasificar a los presos rivaliza con los mejores manuales del nazionasocialismo germano. Los derechos humanos brillan por su ausencia, pues Norteamérica ha creado un “limbo legal” (otro ejemplo más del sarcasmo entronizado públicamente como expresión ambigua para no decir nada y ocultar todo), cuando en realidad ha creado el infierno. Pues bien, la Casa Blanca reacciona únicamente condenando la publicación de los documentos y aseverando que los datos mostrados en Wikileaks no están actualizados.

Todo puede ser terrorismo, cualquiera puede ser un terrorista, según los Manuales de Guantánamo. Y finalmente, de tanto sobar la misma palabra según los intereses y a conveniencia de parte, un hombre empieza a oler a terrorista por ser musulmán, por ir a una mezquita, o por pensar/decir que el terrorismo de los terrorismos se alimenta de las ubres del Pentágono, Wall Street y de quienes sufragan generosamente a ciertos telepredicadores y a ciertas organizaciones ultras.

Nos lo venden como seguridad, pero pocas veces ha estado el mundo más inseguro que con toda esta seguridad de crisis económica cocinada en unos cuantos despachos y esas guerras preventivas que hieden a mentiras podridas.