La luz sepultada
No conozco a Irene Vallejo salvo por sus columnas en Heraldo. No sé nada de ella ni había leído nada. Por lo tanto, mi mirada es imparcial: sin prejuicios añadidos. Creo que este texto ya se publicó este verano pero yo lo conocí gracias al comentario de una mis libreras favoritas. Le hice caso y lo acabo de leer con atención, curiosidad y, también, con interés.
Con una estructura muy sencilla dividida en cinco capítulos, nos presenta a sus tres protagonistas en el primero de ellos y nos enmarca el tiempo en los meses de verano de 1936. No es la primera vez que se escribe de la guerra civil en nuestra ciudad pero este pequeño librito tiene varios méritos: sencillez, claridad, ausencia de aspectos macabros, terribles. Lo trágico viene dado por la misma narración, por el lento y cansino fluir a lo largo del tiempo de calor, tan zaragozano.
Valentina, la protagonista –nombre muy aragonés y que nos retrotrae a los tiempos senderéanos de la Crónica del Alba- camina a lo largo de ese verano siendo una sorprendida espectadora que se ve, poco a poco, involucrada en los acontecimientos del momento: su padre y su abuelo serán los ejes que nos irán mostrando el desarrollo de las consecuencias del alzamiento en Zaragoza. A través de sus pasos por las conocidas calles de la ciudad, de sus intentos por ayudar a su familia, de comprender lo que ocurre, nos irá mostrando la verdadera faz de la revuelta: sin casi datos, sin casi noticias, sin grandes actuaciones -ni personales ni familiares- y sin unos grandes ideales soñados: sólo el convencimiento de estar fuera de los grandes grupos, de las grandes actuaciones, desde la mirada de la hija de un funcionario de correos de clase media
Quizá el personaje de la madre queda un tanto desvaído y debería cobrar algo más de fuerza. Resulta muy desdibujada y, aunque pretende justificarla, no quedan claras sus motivaciones ni siquiera su pensamiento, más allá del miedo común. Se decanta por los tipos masculinos como prototipos de una determinada forma de pensar y deja a Aurora en una especie de nebulosa poco interesante y, en esto, sigue la tradición, observada ya en otros textos parecidos, de no hacer un retrato más claro, aunque no sea agradable.
El título del libro, sencillo y claro: La luz sepultada. Muy bonito oxímoron que recuerda al que hoy en día está en auge al estrenarse una película: La voz dormida de Dulce Chacón. Realmente, José Bergamín creó escuela con su Música callada: ha tenido un largo éxito. El estilo de la autora camina fluidamente a lo largo de los cuatro capítulos: quizá una sobrecarga de figuras literarias y expresiones bastante elaboradas –incluso cursis, en ocasiones- en la primera parte. Pero, poco a poco, va tomando pulso y con absoluta sencillez nos va metiendo en esa Zaragoza calurosa, cobarde, miedosa y asustada de los primeros días de los próximos cuarenta años. No es el momento de hacer unos apuntes históricos, inapropiados en estas líneas, pero nos enseña un poquito de nuestra vida, no tan lejana.
Poco a poco, el libro nos va interesando, se nos hace más atractivo y nos impide dejarlo. De muy fácil lectura y de escritura más que correcta es un ejemplo de lo que esta autora nos puede deparar próximamente. Seguiré prestando atención a lo que publique en un futuro que espero que no sea lejano. Mientras tanto, la seguiremos en sus columnas periodísticas.
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Irene Vallejo.
La luz sepultada
E. Paréntesis (Col. Umbral). Sevilla, 2011, 260 pp.