El museo del perfume de Barcelona
El número 39 del Paseo de Gracia es un bello edificio modernista que acoge un interesante museo dedicado a los perfumes. Se conservan más de cinco mil piezas de envases antiguos y modernos de Egipto y otros países. También muestras de esencias de los siglos XVII y XV. La exposición nos permite conocer su evolución a través de la historia y la cultura.
Los científicos dicen que 75 por cien de las emociones se vincula a olores. El cerebro retiene el 35 por cien de lo que ha olido, y sólo el 5 de lo visto y el 2 de lo oído.
Recorro lentamente el emblemático paseo barcelonés por donde circularon los primeros tranvías tirados por caballos y donde la burguesía catalana levantó magníficos edificios construidos por grandes arquitectos modernistas, la Casa Batlló, La Casa Milà conocida como la “La Pedrera”, una de las obras más audaces de Gaudí con su impresionante fachada de piedra ondulante que consigue un aspecto de levedad y movimiento. La Casa Amatller y la Casa Lleó Morera obras de los arquitectos Puig i Cadafalch y Domènech i Montaner.
Antes de mi visita al museo del perfume, saboreo un café en la pequeña cafetería situada en el interior de la “Casa del libro”. Aspiro su aroma suave y evanescente y percibo el perfume evocador de la tinta y de los sueños prisioneros en las páginas de cientos de libros que me rodean, esperando que unas manos amigas los rescaten del olvido y los libere de su cárcel de papel.
El Museo del Perfume se fundó a mediados del año 1963. El recorrido comienza con la exposición de recipientes de cerámica usados por los romanos y los etruscos para almacenar esencias, hasta frascos hechos en marfil, piedras semipreciosas como el jade, nácar y cristal, hasta los frascos de perfumes comerciales. No sólo se trata de aromas sino de un viaje en el tiempo.
Algunas piezas son verdaderas obras de arte hechas perfume, observo frascos de diferentes tamaños desde conocidas miniaturas hasta los vistosos frascos de gran formato. Hay perfumes de Roger et Gallet, Christian Dior, Guerlain, Boucheron, Lalique, Escada, Lolita Lempicka y un largo etcétera.
Como todas las Artes antiguas, el origen de la perfumería se encuentra envuelto en la oscuridad. Algunos afirman que fue descubierta en Mesopotamia. Babilonia fue el jardín aromático más importante del mundo. Otros sostienen que en Arabia; de ahí su nombre de “Tierra de los perfumes”.
La palabra perfume, que significa per, a través de, y fumum, humo, indica que se obtuvo en su origen quemando maderas y resinas aromáticas; más tarde se le añadió grasa animal.
Los perfumes han sido en todas las culturas parte esencial de sus ritos o cultos; los altares de Zaratustra y de Confucio, los templos de Menfis y Jerusalén humeaban de incienso y maderas aromáticas. La perfumería fue estudiada y desarrollada por todas las culturas; fue transmitida por los egipcios a los judíos, después a los asirios, griegos, romanos, árabes y finalmente se extendió por toda Europa. En el Renacimiento Florencia y Venecia fueron las capitales del perfume y donde se produjeron los primeros frascos de vidrio soplado.
Se cree que han existido dos corrientes principales de desarrollo histórico en el arte de la perfumería. Una corriente era esencialmente mágico-religiosa, basada en el concepto animista primitivo que se relacionaba con el alma del objeto sacrificado y una segunda que puede rastrearse hasta una antigua forma de magia cosmética dirigida a la preservación mediante la protección del cuerpo contra el ataque de los malos espíritus.
También el uso de los perfumes como antídoto de la enfermedad era de gran interés para los alquimistas de los viejos tiempos.
Los egipcios asociaron el perfume con la inmortalidad.
En Grecia, su invención fue adscrita a los Dioses. Pero no todo el mundo en Grecia sentía tanta adoración por los olores. Por ejemplo a Sócrates no le gustaban y afirmaba que los hombres no debían usar perfumes, puesto que una vez perfumados “tenía el mismo olor un hombre libre que un esclavo”. En cambio Diógenes que era hombre bastante descuidado y desaliñado, se perfumaba los pies y lo justificaba diciendo: «si me perfumo mis pies, el olor llega a mi nariz, si me lo pongo en la cabeza solo los pájaros pueden olerlo».
En la cultura hebrea, el incienso simbolizaba expiración, autoridad y poder. Los japoneses sostenían que los Ángeles de Buda llenaban el aire con aroma de flores. En América, los aztecas ponían flores de olor dulce en las tumbas de sus familiares.
Otro importante aspecto del uso ceremonial de los aromas estaba relacionado con el arte de la profecía. Ha sido una costumbre universal el quemar hierbas y plantas sagradas en los fuegos de los templos mientras se intentaba entrar en comunicación con el mundo espiritual.
En el siglo XIX la química de síntesis provoca una revolución olfativa. Había nacido la perfumería moderna.
La aparición de lo que hoy se conoce como perfumería comercial se produce en Francia, siendo los guanteros los encargados de venderlos junto a los guantes perfumados que les llegaban del sur de España donde los árabes habían introducido la industria de la piel de cabritilla perfumada.
A finales del siglo XX, los años 80 son de sensaciones fuertes. El muro de Berlín al caer derriba ideologías. El hombre y la mujer se codean en el éxito individual. El hombre se abre al mundo de las emociones y se perfuma para seducir. En los 90, en reacción a los 80, las nuevas “aguas” quieren satisfacer un afán de pureza: perfumes marinos, acuáticos, vegetales y naturales para volver hacia lo esencial; la tierra, el fuego, el agua y el viento.
Los aromas de la naturaleza han acompañado al ser humano siempre: las flores, el mar, los árboles.
Atardece lentamente y mientras tomo un té de bergamota en el jardín de mi hijo Axel, en la calle Séneca, cerca del Paseo de Gracia, me envuelven los aromas de la naturaleza, las plantas me saludan con su perfume.
El olor a rosa abre el corazón. El olor a té favorece la claridad mental, el jazmín potencia la creatividad, la bergamota da equilibrio, la lavanda relaja…