¡Quiero jubilarme!
La palabra jubilación viene del latín iubilatio-onis, que podría traducirse por jubileo, alegría o júbilo. Y ese tendría que ser el sentimiento y la percepción que deberían tener las personas cuando acceden a ella.
Más allá de los problemas a los que se enfrentan los ciudadanos cuando terminan su ciclo productivo (baja pensión, desarraigo, depresión y falta de estímulos), ahora los trabajadores nos vamos a tener que enfrentar a un nuevo problema, nacido de la crisis económica a la que nos enfrentamos: la edad a la que nos jubilaremos.
Tras toda una vida dedicados al trabajo, llega el momento de dejar las ocupaciones laborales y disfrutar de un último periodo de nuestra vida, *jubiloso*, en el que no deberíamos preocuparnos sino de nosotros mismos y de nuestras vivencias, ya que nuestra situación económica debería estar garantizada tras más de cuatro decenios de cotizaciones a la Seguridad Social.
Para unos la jubilación es un deseo largamente acariciado, en el que se nos abren múltiples posibilidades, promesas, ilusiones por realizar hasta ahora relegadas, viajes por hacer o conocimientos a los que acceder. Para otros en cambio la jubilación es un castigo, es el fin de aquello, -el trabajo- que ha construido su mundo y su horizonte. No han sabido o no han podido hacer otra cosa que trabajar y cuando les llega la jubilación, *la jubilosa alegría*, los encuentra poco y mal preparados para ella, temerosos por no saber en qué o con quien van a ocupar todo ese tiempo que hasta ahora el trabajo les restaba.
Más años por trabajar
Puede que para estos últimos las noticias avanzadas por el Presidente Rodríguez Zapatero de que se está estudiando alargar la edad de jubilación como parte de un plan más ambicioso dirigido a combatir la crisis y sanear las arcas del Estado, sean un resquicio, un clavo al que agarrarse ante la perspectiva de dejar de un día para otro lo que han estado haciendo durante toda su vida, para lo que aún se sienten útiles, activos y que hasta cierto punto les confiere la sensación que no la realidad de sentirse jóvenes.
Para otros, entre los que me encuentro, precisamente la jubilación tiene ese sentido de alegría, de premio, y así tras tantos años de trabajo, de madrugones, de encuentros y desencuentros con los jefes y compañeros, de muchos esfuerzos y pocas recompensas o reconocimientos, la llegada de esta nueva situación la recibimos no como un castigo sino como el inicio de una nueva y excitante etapa de nuestra vida que lejos de arrinconarnos como seres humanos improductivos nos ofrece la oportunidad de hacer incursiones en nuevos campos hasta ahora vedados por nuestra actividad laboral y familiar.
Quiero jubilarme, y lo quiero hacer pronto, a ser posible cuanto antes. Ahora que aún mi cerebro, mis capacidades, mis impulsos y mis deseos de aprender nuevas cosas aun no se han agotado. No quisiera seguir trabajando hasta los 67 años, arrastrándome cada día con más achaques y menos reflejos hasta la oficina, la fábrica o el tajo. Donde seguramente seré un bicho inclasificable, la última de mi especie, entre gentes mucho más jóvenes que yo. Personas que tendrán nuevas inquietudes y otros conocimientos, -los que yo tuve a sus años-, y pese a la buena predisposición que pueda yo tener, si mis achaques me lo permiten, me encontrarme a años luz de ellos.
Como no reniego de mis años ni de mi experiencia, quiero disfrutar mi jubilación, dejar mi puesto de trabajo a alguien más joven, ya que al hacerlo se que daré una oportunidad a otros muchos de que algún día también la tengan. Por ello, si sigo trabajando hasta los 67 años como nos augura nuestro Presidente, difícilmente habrá un puesto de trabajo para alguien mucho más joven y bien preparado que ahora se esta formando, ya terminó sus estudios o esta en la cola del paro, de que pueda ocupar mi lugar.