31/03/2013

Sin sujeto

Cuando alzas la mirada con algo de perspectiva, alejada del ruido abrumador de la actualidad de miserias cotidianas, la conclusión no deja de ser desalentadora. Una idea predomina sobre el resto: aquí, en Aragón, al igual que ocurre en casi todo el resto de España (al margen de la experiencia de Galicia), la izquierda está fallando en su propósito de construir el verdadero sujeto político de transformación social. Es más, a veces uno duda de si, en el fondo, existe la voluntad colectiva de crear ese referente.

 

En un momento clave de nuestra historia que ya ni sé si podríamos llamar contemporánea; con una degradación y una depauperización sin freno, que casi nos sitúa en un escenario de ruptura o, cuando menos, lo más alejado que hayamos conocido del famoso estado del bienestar con el que crecimos los que nacimos con la Constitución de 1978; espectadores de una crisis sin parangón de los partidos mayoritarios a escala nacional, de la derecha camuflada en centroderecha que gobierna y defiende lo indefendible, y de un partido que se llama socialista pero, lo sabemos, nada tiene que ver, nada, con las siglas bajo las que se fundó hace más de un siglo; en medio de todo esto, de los recortes, del drama de los desahucios, del cada vez mayor desequilibrio económico, social y casi existencial que nos está devolviendo a una sociedad más de clases segmentadas que nunca; en medio de todo eso, la unidad a la hora de ofrecer una respuesta de mínimos, organizada y vertebrada políticamente, brilla por su ausencia.

 

Lo más trágico es que muchos compañeros de viaje de lo que podríamos llamar el ansia por el cambio, sean estudiantes, trabajadores explotados y atemorizados o parados, ni siquiera confían en la política representativa, la de los partidos y las elecciones periódicas, si bien al mismo tiempo este sistema, el que permitió ganar al PP en las últimas elecciones, sigue siendo validado por un 70% de media del censo electoral en cada comicio. Dudo mucho, muchísimo, que esta legitimidad caiga y se convierta, por ejemplo, en lo que eran las elecciones universitarias en Zaragoza allá por los noventa.

 

Partiendo de la premisa, discutible si se quiere pero hipótesis al fin y al cabo, de que la política representativa e institucional es básica para cambiar las cosas, y de que el poder legislativo recae y seguirá recayendo en personas elegidas en las urnas, resulta doloroso e incomprensible para alguien que se dice de izquierdas y, en este caso (circunstancial, supongo) aragonés contemplar cómo ni aquí ni en ningún otro sitio, al margen de intentos puntuales, se produce un proceso de convergencia para hacer realidad el sorpasso a un PSOE debilitado, roto, sin referente, discurso ni probablemente sentido.

 

Asumo que, con la legislación actual impulsada por el PP desde Madrid, las instituciones viven un secuestro económico en pro de políticas criminales que siguen primando a los bancos y a una construcción neoliberal de Europa. Pero, por ello, creo firmemente que la única alternativa, por mucho que las mareas tomen las calles, reside en ‘tomar’ el Parlamento ganando las elecciones desde una mayoría social de izquierdas. Y no se ganarán elecciones desde mil y una atalayas que proclaman su verdad; ni siquiera sumando a toda la izquierda sociológica, puesto que también habrá que sumar con el PSOE, sí, el PSOE. Pero sin ser fuertes ante las urnas, sin sumar todos a una, esa alternativa será irreal, lejana como las utopías de Galeano. No sirve una izquierda que en Madrid se quede en 11, 12 o 15 escaños, dividida por territorios; ni los 21 de Julio Anguita en 1996. Tampoco sirven aquí los resultados de CHA e IU en Aragón cuando han ido por separado. Hace falta más, mucho más, para vencer.

 

Y, desde luego, lo que hace falta es construir una unidad entre esas formaciones a pesar de sus reticencias y sus tradiciones políticas, rescatar la experiencia de las últimas generales, que colmó ideológicamente a una esperanzadora minoría de casi un 15% de aragoneses que nos creímos aquello. Y que, al menos en muchos casos, no entenderemos que el futuro no pase por volver a sumar. Tampoco entendemos el papel de otras formaciones víctimas de un izquierdismo crónico, empeñadas en trabajar al margen.

 

Las manifestaciones, por mucho que se conviertan en masivas y cotidianas, no servirán de nada si no se sustentan en lo más importante y en estos momentos inexistente en Aragón: un sujeto político organizado, fuerte, democrático y sin hueco para el narcisismo de sus integrantes. Pensar en que pueda ser posible, más allá del loable esfuerzo que permitió sacar el diputado para el 20-N, resulta casi utópico. Por eso el pesimismo o, al menos, un retrogusto escéptico inmenso.