16/08/2015

Diálogos I y III (Apología, Critón, Fedón)

Platón

Introducción de Emilio Lledó

Traducción y notas de Julio Calonge, Emilio Lledó, Carlos García Gual y M. Martínez Hernández.

Editorial Gredos. Madrid, 2008

 

breve-historia-del-leerEn su divertido ensayo Breve historia del leer, Charles M. Doren afirma que si la Pasión de Cristo es la mayor historia jamás contada, el juicio y la muerte de Sócrates, tal como los describe Platón en cuatro diálogos –Apología, Critón, Eutifrón y Fedón– es la segunda.

Recordé esta  cita la semana pasada, cuando al fin comencé a leer los Diálogos de Platón. Lo hice siguiendo el orden establecido por la edición de Gredos, que casualmente iniciaba su primer volumen con Apología y seguía por Critón y Eutifrón. Influido por Doren, salté del volumen primero al tercero y leí Fedón. Cuando concluí mi lectura me dio por pensar que las cuatro piezas constituían una Pasión pagana.

Sócrates fue un ateniense estrafalario. Había en él un trágico y un humorista. Pocos entendieron sus palabras, de una densidad filosófica inusual, sin embargo contaba con muchos seguidores. Era un maestro que enseñaba a quien quería escucharle, lo mismo a la aristocracia en sus cenáculos que al pueblo en el Ágora, de modo totalmente desinteresado, sin dejar nunca nada por escrito. Todo lo que sabemos de él nos ha llegado a través de su discípulo Platón u otros menos conocidos, ellos fueron sus «evangelistas». Coinciden en retratar a un hombre sabio e irónico, de gran rectitud moral, conversador hasta el infinito. Su figura era objeto de comedias, como Las nubes de Aristófanes.

¿Qué le ocurrió a Sócrates? ¿Cómo es posible que los atenienses quisieran acabar con este ciudadano ejemplar? Su muerte fue, según Julio Calonge, una equivocación. Algunos creyeron ver en él a un sofista; otros le achacaron formar parte de la élite intelectual que deparó el desastre de Atenas en la Guerra de Peloponeso. Cierto que Sócrates participó como hoplita en la contienda, cumpliendo su deber de ciudadano. Cierto que fue maestro de Alcibíades, uno de los más destacados caudillos. Pero en modo alguno instigó guerra alguna.

Fuera como fuese, ciertos sectores de la ciudad lo aborrecían y decidieron acusarlo de no creer en los dioses, de querer introducir a otros, de corromper a los jóvenes con sus enseñanzas. Y de pronto nuestro personaje se encuentra en el ágora ateniense, ante miles de ciudadanos, defendiéndose de falsas acusaciones por las cuales se pide la condena a muerte. Sus poderosos enemigos han escogido a un orador sin lustre: Licón, y a un poeta mediocre: Meleto, para presentar la acusación.

portada vol 3La escena del juicio se relata en Apología, donde Sócrates habla a los mil atenienses que deben absolverlo o condenarlo. Sus acusadores apenas son capaces de sostener un diálogo con él, son meros testaferros de espurios intereses. Para Sócrates hubiera sido muy fácil defenderse, dadas sus habilidades dialécticas. Hubiera bastado con que reconociera su culpa, prometiera enmendarse y propusiera para sí mismo una pena menos grave, como la cárcel o la reclusión domiciliaria. Es evidente que el gran orador lo hubiera conseguido. Sus amistades entre la aristocracia hubieran hecho el resto. Como la del millonario Critón –uno de sus seguidores–, que lo visita en la cárcel para sobornar a sus carceleros y facilitarle la huida. Esto se relata en el segundo de los diálogos: Critón.

Es entonces cuando Sócrates se eleva sobre su condición de intelectual y se convierte en un ser trágico, en el Jesús de Nazareth del paganismo. Decide no acusarse, sino defenderse, convirtiendo el juicio en una vindicación de su vida y de su doctrina. Para él las leyes democráticas encarnan la justicia, el bien. No puede desobedecerlas, por mucho que le acusen falsamente. Debe defenderse y, caso de resultar condenado, morir, porque así lo dispone la ley, observando de esta forma una conducta ejemplar. No desea escapar de la cárcel, aunque pudo hacerlo fácilmente.

Sucumbir no le importa, pues tal como expone en el cuarto de los diálogos, Fedón, la vida del filósofo es una preparación para la muerte. El cuerpo es tan sólo un envoltorio del alma inmortal, y ésta se purifica a través de un comportamiento ético, que la aproxima al mundo de las ideas.

Fedón es una diálogo genial, a medio camino entre la filosofía y la literatura. Mientras se desgranan las teorías platónicas, nos introduce en un relato novelesco. Cuenta las últimas horas del filósofo, que aguarda tranquilo la llegada del verdugo con la cicuta que debe beberse. Fedón es un joven discípulo, testigo de la muerte, que le cuenta a Equécrates la última conversación del maestro con Simmias y Cebes, donde aquél hace un repaso de toda su filosofía.

Sócrates se bebe la cicuta, sus piernas, su pelvis, se han paralizado ya por efecto del veneno. El verdugo le dice que cuando esa sensación llegue al corazón todo habrá terminado. Los amigos aguardan llorosos alrededor del catre, esperando más palabras profundas. Pero el filósofo se limita a recordar que le debe un gallo a Asclepio, que no se olviden de pagárselo, y a continuación muere.

Nadie sabe si el encargo se pronunció realmente o si se trata de una ironía genial de Platón, que pretende subrayar esa dualidad que entre lo trágico y lo cómico antes aludida. Asclepio es el dios griego de la salud, ¿cómo puede un condenado por impiedad acabar su vida haciendo una ofrenda a un dios? Y en particular, ¿cómo puede un envenenado, cuyo cuerpo ha enfermado de muerte, ofrendar al dios de la salud? Tal vez Platón quiso decirnos que la verdadera salud es la del alma.

Leídos hoy estos cuatro diálogos, no dejan de parecerme una Pasión pagana, e incluso una Pasión laica, y hasta una Pasión civil, por la amplitud de miras que contienen.

 

Agora

Vestigios del ágora de Atenas