23/05/2017

Se me dirá que el problema es difícil ¡Ah!, yo no sé si es difícil o fácil, eso no lo sé; pero nuestro deber es resolverlo, sea difícil, sea fácil…

 

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La política está para resolver problemas. Hoy España tiene muchos y graves: corrupción, desigualdad, paro, precariedad… Pero el más grave, probablemente el más grave de 100 años acá, es el problema de Cataluña, mejor dicho, problema español. Tengo la impresión de que una parte importante de la sociedad española no es consciente todavía de ello. Pues ya va siendo hora. Ya no entro en quién o quiénes son los responsables del enquistamiento de este problema. No obstante, sabido es que para el PP y Cs el anticatalanismo les produce cuantiosos réditos electorales en Soria, Ávila o Teruel. También la obstinación de los políticos separatistas de Cataluña, aunque hay un sentimiento generalizado en la sociedad catalana hacia la realización de un referéndum. Los catalanes son gente con suficiente sentido común, como para aplicarles que han sido sometidos a un lavado de cerebro en las escuelas, institutos, universidad o en TV3. Dicho lo cual, habrá que buscar alguna solución. ¿Suspender la autonomía en Cataluña? ¿Desfile por la Diagonal la Brunete? Esto no es una solución. Yo no veo otra opción que negociar un referéndum. Podría hacerse, tal como expone muy bien Javier Cercas, en La Maleta de Port Bou de noviembre-diciembre 2015,  mediante un instrumento que todo el mundo conoce y nadie quiere usar, la Ley de Claridad canadiense, que sirvió para resolver el problema de Quebec, mas no la quieren los nacionalistas españoles, el PP, el PSOE y Ciudadanos, porque supondría cuestionar la unidad sacrosanta de España. Pero en democracia no hay nada sagrado, como si fuera un dogma de fe. Y tampoco lo quieren los independentistas catalanes, Junts pel Sí, Esquerra y la CUP, porque no se sienten seguros de contar con una mayoría suficiente. Haciendo un inciso a Cercas, que no lo quieran Junts pel Si, Esquerra y la CUP hoy no es cierto. Pero a grandes problemas, grandes soluciones. Mas, para eso está la política, para solucionar los problemas de convivencia que puedan surgir en una sociedad. Pienso que lo expuesto está dotado de grandes dosis de racionalidad, pero ya sabemos que esta España nuestra no suele ser una característica de nuestro caletre.

Expondré con más amplitud las palabras de Javier Cercas sobre la Ley de claridad. Hay un instrumento legal para salir de este impasse, un instrumento que todo el mundo conoce y nadie quiere usar-me refiero a la Ley de Claridad canadiense, que sirvió para resolver el problema de Quebec-un instrumento que, si hay una mayoría de catalanes que opta de forma clara, inequívoca y continuada por la independencia en las elecciones, obligaría de entrada al Estado español a decir una cosa elemental: que el artículo 2 de la Constitución sobra. España es una unidad indisoluble, dice este artículo.- Hago un inciso, este artículo no fue producto del consenso sino impuesto, tal como señala Jordi Solé Tura- Pues no, en democracia no hay nada indisoluble. Si en una parte de un territorio hay una nación, en el sentido de Renán-es el caso de Cataluña-, y hay una mayoría de gente que quiere irse, alguna cosa se ha hecho mal y hay que dar respuesta al problema. Y el instrumento legal es la Ley de Claridad canadiense. Un instrumento revolucionario que permite dar salida a estas situaciones. La soberanía de un país quiere decir, es cierto, que la casa-que por lo menos de momento es España-, es de todos. Si esta casa es de todos, lógicamente decidimos todos. Por eso los estados democráticos no reconocen el derecho de autodeterminación. Ahora bien, dice la sentencia del Tribunal Supremo canadiense en la que se basa la Ley de Claridad canadiense, si en una parte de este territorio existe una mayoría clara y continuadamente expresada de ciudadanos que quieren marcharse, lo que no puede hacer el Estado es hacer oídos sordos a esa reclamación. Hacerlo no sólo es injusto, sino peligroso. ¿Cuál es la solución? Coger la soberanía de todos y prestársela un día a los quebequenses para que decidan. Y si deciden que quieren marcharse, entonces empieza la negociación con el Estado. Hasta que se llegue a un acuerdo que deberá ratificar toda la nación-Canadá o España, porque España también es una nación, no sólo Cataluña-, que es la propietaria de la soberanía. Es un procedimiento largo, pero seguro. Un precedente que se impondrá con el tiempo, o eso creo. Y es la vía civilizada. Lo que hacemos aquí no lleva a ninguna parte. Fin de las palabras de Cercas.

Según Ruiz Soroa «La manera de hacer frente a un reto secesionista es aceptar su propio planteamiento, es decir, estar dispuesto a poner la nación a votación. Aceptar que un referéndum de independencia como un seguro fracaso para la unidad española, y negarse por ello a aceptarlo siquiera como algo posible, supone confesarse derrotado de antemano en ese debate. Quien no está dispuesto a poner su idea de nación a votación popular es porque no confía de verdad en ella, porque, como escribió Manuel Aragón, «un pueblo de hombres libres significa que han de ser libres incluso para estar unidos o para dejar de estarlo». Por ello, que la gente hable y exprese su opinión, siempre es positivo para un sistema democrático. Parece que muchos políticos tienen miedo a que la gente hable.

Evidentemente este paso no lo va dar la derecha español. ¿Por qué no lo inicia la izquierda- PSOE-UP? Si lo hiciera, tendrían que sumarse los partidos catalanes y con Bildu, rozan la mayoría absoluta. ¿Por qué no? A grandes problemas políticos, grandes soluciones. Es una solución la expuesta.

En momentos de zozobra nacional viene bien recurrir a aquellos que mucho antes debatieron sobre la cuestión catalana. Lo malo es que el esfuerzo lleva a la melancolía, porque 80 años después poco o nada se ha avanzado. Manuel Azaña en 1930 en un discurso en el restaurante Patria de Barcelona tuvo el coraje de decir «Yo concibo, pues, a España con una Cataluña gobernada por las instituciones que quiera darse mediante la manifestación libre de su propia voluntad. Unión libre de iguales con el mismo rango, para así vivir en paz, dentro del mundo hispánico que nos es común. Y si algún día dominara en Cataluña otra voluntad y resolviera ella remar sola en su navío, sería justo el permitírselo y nuestro deber consistiría en dejaros en paz-» Azaña sacó adelante el Estatuto de Cataluña en el Parlamento, el 27 de mayo de 1932, en uno de sus discursos más importantes y mejor construidos, una auténtica obra maestra de la oratoria y una gran lección de Historia de España, del que extraigo «Cataluña dice, los catalanes dicen: «Queremos vivir de otra manera dentro del Estado español». La pretensión es legítima. Este es el problema y no otro alguno. Se me dirá que el problema es difícil, ¡Ah!, yo no sé si es difícil o fácil, eso no lo sé; pero nuestro deber es resolverlo, sea difícil, sea fácil… » Para eso está la política. El político de verdad no esconde ante un problema la cabeza como el avestruz y es consciente que todos los problemas políticos tienen un punto de madurez, antes del cual están ácidos; después, pasado ese punto se corrompen, se pudren. ¿Sería el problema el mismo, sin el recurso de inconstitucionalidad al Estatuto aprobado en referéndum en Cataluña? Azaña abordó el problema, antes de que se pudriera. Por ende, tras la publicación del Estatuto el 21 de septiembre de 1932 en la Gaceta, 5 días después en la Plaza de la República de Barcelona, desde el balcón de la Generalitat en una Alocución a los catalanes, terminó con un Viva España. Azaña en la Guerra Civil modificó su pensamiento. Quien había sido autor del régimen autonómico de Cataluña, se siente traicionado por la actitud de deslealtad mantenida por las autoridades catalanas con la creación de un ejército propio, desconectado del ejército de la república, las reivindicaciones territoriales sobre Aragón y otros históricos Països Catalans. Este cambio drástico aparece en el Cuaderno de la Pobleta escrito entre el 20 de mayo al 5 de de diciembre de 1937; en dos artículos, «Cataluña en guerra» y «La insurrección libertaria» y el «Eje Barcelona-Bilbao» ambos de los «Artículos sobre la Guerra de España» escritos entre 1939 y 1940, durante su exilio en Francia, poco antes de morir; y en su obra cumbre literaria y de pensamiento «La Velada de Benicarló», escrita en 1937, donde no permite el que se expresen ni el nacionalismo ni el anarquismo, por haber ido contra el Estado.