Una crónica aragonesa, medieval y moderna a la vez
Gonzalo García de Santa María
Vida de Juan II de Aragón
La guerra en Cataluña de 1461 a 1472
Introducción, edición y traducción del latín de Joaquín Fernández Cacho
Revisión de Álvaro Capalvo
Institución Fernando el Católico, Diputación Provincial de Zaragoza, 2020
Esta ‘Vida de Juan II de Aragón’ es, en realidad, el relato de las desavenencias entre el monarca y su hijo Carlos, el príncipe de Viana, por la cuestión sucesoria de Navarra, continuado después por la descripción de la rebelión de las instituciones de Cataluña, lo que dio paso una guerra civil dentro de la Corona de Aragón. Los acontecimientos que se cuentan pertenecen a la segunda mitad del siglo XV y transcurren durante el reinado de Juan II que lo fue ‘de facto’ de Navarra desde 1441 y de la Corona de Aragón entre 1458 y su fallecimiento en 1479. La crónica, firmada en latín por el humanista Gonzalo García de Santa María, es de inicios del siglo XVI y encargada por Fernando El Católico para enaltecer y publicitar la figura de la Casa Real Trastámara, de la monarquía como institución y de su padre en particular. Es la primera vez que se traduce al castellano este texto latino. La misma traducción que acompaña al escrito en latín, su edición anotada y el trabajo introductorio corren a cargo de Joaquín Fernández Cacho.
Quién es quién
Juan II (Medina del Campo,1398 – Barcelona, 1479)
Segundogénito de Fernando I de Antequera (infante de Castilla, elegido rey de Aragón en el Compromiso de Caspe), es un magnate de la familia Trastámara que reinó como consorte en Navarra desde 1425 y después, en el año 1441, como rey en disputa con su primogénito Carlos, príncipe de Viana, lo que provocó una guerra civil. También en Aragón hubo una facción favorable al de Viana, a quien se quiso nombrar heredero y gobernador general. Disputó contra el monarca castellano y contra el privado don Álvaro de Luna, que lo derrotó. Colaboró con su hermano Alfonso V de Aragón y de las dos Sicilias, llamado El Magnánimo, en la conquista de Nápoles y, a la muerte de este en 1458, heredó la Corona aragonesa, aunque sus principales intereses continuaron estando en Navarra y Castilla, donde participó en la llamada guerra civil castellana de 1437 a 1445. Con dos contiendas civiles a sus espaldas, sesenta años y unas cataratas que le hacían casi ciego, asume Juan la corona aragonesa: es aquí, todavía presentes las disputas con su hijo, en los últimos 21 años de su reinado, cuando da comienzo esta particular biografía, marcada entonces por la rebelión y golpe de estado de la Generalitat catalana que aspiraba a la secesión de Aragón. La GEA constata que su reinado ha sido objeto de juicios encontrados para concluir: “El Balance del reinado tiene poco de positivo para Aragón, que actuó como mediador entre el rey y Carlos de Viana; aunque a regañadientes, Aragón respondió siempre que fue requerido a las demandas de dinero presentadas por el monarca, y se mantuvo invariablemente al lado del trono en las distintas coyunturas bélicas que se desarrollaron en esta etapa”.
Gonzalo García de Santa María (1447 – 1521)
De origen valenciano, tuvo dificultades con la Inquisición tras afincarse en Zaragoza antes de 1481 donde llegó a ocupar cargos de relevancia. De manera pionera, fue firme partidario -antes incluso que Nebrija o que reformistas como Juan de Valdés o Juan de Ávila- de la traducción al castellano de textos religiosos como el Nuevo Testamento. Sus obras históricas no son de menor importancia (Árbol de la sucesión de los reyes de Aragón,Regum Aragonum res geste). Como se dice en la introducción (p. 21):
Un gran humanista, erudito y culto, un gran intelectual de su época. Sus traducciones fueron mayoritariamente de tipo religioso, vidas de santos y de moral cristiana. Cuando ejerció cargos públicos lo hizo al servicio de la realeza. Sus obras históricas refuerzan la tradición monárquica aragonesa y muy en especial la de Fernando el Católico. (…) Siempre nos quedará la duda de si toda su vida, tanto como jurista al servicio del rey, como en su labor de traductor, editor e historiador, buscó hacerse perdonar su ascendencia judeoconversa y granjearse la protección del rey.
Joaquín Fernández Cacho (Cintruénigo, 1957)
Es un reputado latinista, autor de distintas publicaciones entre las que destacan su Didáctica del latín(2001) y la traducción de Contra el libelo de Calvinode Sebastián Castelio (2009). Medievalista de formación, con casi cuarenta años como catedrático de latín y griego, desde su concienzuda preparación en variados campos de las humanidades ha podido acometer la delicada tarea de esta edición crítica con toda solvencia.
Nuevas preguntas, nuevas respuestas
Antes que Nebrija, Gonzalo García de Santa María consideraba a la lengua compañera del imperio de manera que concibe la crónica como instrumento de legitimación de la realeza para contrarrestar la visión negativa que los historiadores italianos tenían de los reinos peninsulares. Los Reyes Católicos, bajo el impulso de las nuevas ideas culturales del Humanismo, convierten a la historia en instrumento de propaganda y, concretamente, la biografía humanística en exaltación del ideal caballeresco, fundido con referentes clásicos como Tucídides, César, Salustio o Tito Livio. Como tal género es continuadora de la Coronica de Aragóny la Regum Aragonum res de gesteque se interrumpían en Alfonso V, sigue el modelo de la Conjuración de Catilinade Salustio en la que una situación republicana corrupta solo encuentra la salvación en la figura de un César. Y el nuevo César no es otro que Juan II, engalanado por la virtus, la humanidad, la generosidad, la clemencia, el perdón; en definitiva, “la imagen de un rey sereno, templado, ecuánime, cuyos referentes serían los santos y los emperadores romanos, es decir, la representación de un príncipe moderno” (p. 33).
Joaquín Fernández Cacho afirma con rotundidad “que lo que el biógrafo quiere contar es la historia de un golpe de estado contra el poder legítimo”, auspiciado por la oligarquía dirigida por la Generalitat que consigue arrastrar a campesinos y menestrales. La narración de los hechos, la descripción, a veces pormenorizada, de ciudades, villas, espacios físicos y lances militares -alumbrados por un excelente mapa realizado por Álvaro Capalvo, que revisa también toda la edición-, más la caracterización de algunos personajes entretejen el relato que se anima con un veinticinco por ciento de discursos en los que vamos a encontrar las mejores piezas oratorias moldeadas en la precisa tipología clásica e insertadas en los momentos clave de la historia narrada. La lectura se ve auxiliada en todo momento: la Introducción para el marco general; 260 notas para el texto latino; y 360 en el texto castellano. Útiles son también la completa bibliografía consultada y un índice de antropónimos y topónimos.
Conclusión
Puede no extrañarnos porque le conocemos otros amos: en este caso, la Historia se presenta ancilar de la monarquía. Sin embargo, el lector actual va a encontrarse con algo más: una lectura nueva del texto original que lo valora de manera distinta a como se venía haciendo hasta ahora. El maestro Vicens Vives calificó la crónica como de poca utilidad, “preocupado más por los factaque por los dicta”, al decir de Robert B. Tate. Efectivamente, vista desde los dicta, este texto cobra una dimensión distinta, la verdadera, que no es tanto la historia militar y factual ni la biográfica sino netamente ideológica. Responde a una nueva taxonomía de las crónicas medievales y a una tipología de raigambre clásica y humanística que cumple a rajatabla la utilización de variados recursos de propaganda y legitimación de la monarquía, sobre todo la del reinado de los Reyes Católicos. Leída así, desde esta nueva perspectiva, la crónica cumple todos los objetivos que debería incluir para Fernando El Católico quien, como sabemos, la encargó posiblemente antes de 1501.
El otro de los aspectos relevantes tiene un carácter más circunstancial. El secesionismo catalán se nos aparece, preclaro, con su rostro medieval. Fruto de la riqueza, más que de la pobreza, se orquesta desde una oligarquía que arrastra al resto de la población a una vía que, más que independentista, ofrece Cataluña en almoneda. Primero al príncipe de Viana; después al rey de Francia, al de Castilla y, finalmente, al condestable de Portugal. Una Cataluña tan subastada y vencida como acogedora después: Juan II morirá en Barcelona y en el monasterio de Poblet se guardan sus restos.