Cierzo del pueblo
Por naturaleza, tengo querencia a desconfiar de los dogmas que se muestran como incuestionables. Ya sea en el ámbito espiritual, o en algo tan terrenal como la política, existen especialistas del chantaje que no dudan en esgrimir sus «verdades» como puños ante nuestras narices para que nos avengamos a razones. La calidad de sus argumentos es lo de menos. Partiendo de falsas premisas se consigue convencer a la gente, sin razonamientos científicos ni estudios profundos, de la verosimilitud de casi cualquier cosa.
Eso es lo que está ocurriendo con la ideología neoliberal. Esta poderosa religión monoteísta, porque está claro que el dinero es su único dios verdadero, recurre a las prácticas que ya probaron con éxito otros cultos. Primer mandamiento: difundir el terror entre los agnósticos al sistema. Toda secta que se precie sabe mantener secuestrados a sus pupilos a fuerza de reducir su cerebro y meterles el miedo en el cuerpo.
Su discurso viene a ser algo así: ¡Resignaros, incrédulos! Fuera de mí, nada es posible. Renunciad a vuestras fantasías de equidad y justicia social. Habéis enfurecido al Señor de los Mercados y éste exige terribles sacrificios a cambio de no devoraros totalmente.
Uno de estos sacrificios, la reforma laboral, ya ha dejado los derechos de los trabajadores en un puro muñón sangrante. Los razonamientos que se han empleado para esta «mutilación» me parecen tan esotéricos y poco empíricos como los que usan los católicos para defender el misterio de la Santísima Trinidad. Sin embargo se ha impuesto el pensamiento único. El personal no se atreve a plantarle cara a esta falacia y prefiere rendirse a sus exigencias.
Y claudicando, claudicando… nos han colocado otra hipótesis falsa para justificar la reforma de las pensiones. Son las mismas instituciones financieras y empresariales quienes han extendido la alarma de que nuestras jubilaciones corrían peligro. El Banco de España, el BBVA, el Banco de Santander o la propia OCDE han distribuido informes señalando este riesgo. No están avalados por tesis científicas pero, gracias al poder que tienen, logran manipular los datos para establecer la ortodoxia ideológica neoliberal e influir en las masas. La privatización es el «pelotazo» del siglo XXI. Por eso no se quieren explorar otras posibilidades para mantener nuestro sistema de pensiones. Sería necesaria más inversión pública para crear empleo. Mejores salarios y una distribución más justa de la renta. Combatir el fraude, la evasión de capital y los paraísos fiscales. Y una vez limpia y ordenada la casa, proponer medidas para que los impuestos sirvan para ayudar a pagar las pensiones y otros gastos de protección social.
Pero como eso desmontaría el negocio de las mafias financieras, ni se menciona. Insisten en instruirnos en los sagrados principios que más les interesan. Como el hecho de tener una mayor esperanza de vida entre la población española, otra referencia que han empleado para retrasar nuestro jubileo. Pero esta cuestión no resiste ni un análisis superficial. Estos datos salen de los promedios de edad de los fallecidos. Si tenemos en cuenta que la mortalidad infantil y la de la pre-jubilación han descendido notablemente, entenderemos que se haya elevado la media a casi diez años más. Pero eso no significa que vivamos esos diez años extra. Apenas hemos conseguido arañarle 3 o 4 años a la muerte y nuestra calidad de vida ha empeorado en esa etapa. Llegamos a ser algo más viejos pero en peores condiciones físicas. Lo cual, a mi entender, dificultará soberanamente que podamos desempeñar muchas tareas a tan avanzadas edades.
Además no debemos olvidar que la esperanza de vida tampoco es igual para burgueses que para proletarios. Los más privilegiados tienen unas expectativas vitales de diez años más que los obreros o quienes sufren los rigores del paro. Ni siquiera la muerte nos iguala.
En estos confusos tiempos he vuelto a recuperar la poesía de Hernández. Decía el poeta que nunca medraron los bueyes en los páramos de España. ¿Qué escribiría ahora? ¿Se sentiría desilusionado por esos cuellos que aceptan sumisamente el yugo? ¿Qué diría si viera que ni leones, ni águilas, ni toros se levantan con el orgullo en el asta?
Como el león, yo también prefiero morir de la arrogancia antes que hacerlo en el humilde olor a cuadra que acompaña al deceso de los bueyes. Por eso espero que sople un cierzo tramontano que «aviente» a la mierda todas las patrañas.
Y mientras aguardo esas ráfagas del viento de los pueblos, procuro no caer en la desesperanza.