Adiós a la saga de los Labordeta

Familia numerosa: Miguel, Manolo y Luis de pie. José Antonio con su madre y Donato con su padre (1941).
Con la reciente muerte de Donato Labordeta desaparece el último representante de una familia que había dedicado toda la vida a la noble misión de la enseñanza. Conocí a Donato a la edad de diez años cuando entré en su casa una tarde de primeros de octubre de 1949 para iniciar los estudios de aquel largo bachillerato de la época. Su padre, Miguel Labordeta Palacios, director del añorado colegio Santo Tomás de Aquino, y su madre, Sara Subías Bardají, me trataron como uno más de la familia en una época en la que mi orfandad materna necesitaba bastante cariño. En aquel viejo caserón, azotado por nieblas del Ebro y el murmullo constante del cercano Mercado Central de la ciudad, conviví con Donato Labordeta diez años, tiempo suficiente para que la amistad y los afectos se fueran acrecentando. Luego, el camino de la vida me alejó de aquellos lares en donde él quedó anclado a unos deberes familiares que tal vez sin querer le tocó heredar.
Los cinco hermanos Labordeta (Miguel, Manolo, Luis, José Antonio y Donato) al morir prematuramente el fundador de la saga, quedaron un tanto confundidos. Su inesperada muerte, cuando el colegio estaba en gran expansión, les obligó a modificar el itinerario de sus vidas de forma algo precipitada, y tal vez sin quererlo, quedaron unidos para continuar el proyecto que su padre iniciara el año 1920; proyecto que el hermano mayor Miguel, y luego Manolo, rodeándose de un profesorado de variada ideología, consiguieron que su colegio fuera considerado como el más liberal y vanguardista de Zaragoza. A Donato, persona amable y sensible, de parecido físico a su hermano mayor Miguel, le tocó dirigirlo desde 1983 a 2006, época de grandes cambios en la estructura de la enseñanza que obligaba a tener en los centros un Consejo Escolar en el que padres, profesores y personal de servicio iban a poder opinar en la toma de decisiones. La matrícula, debido a la creación de nuevos colegios e institutos públicos en donde la enseñanza era gratuita, fue decreciendo; y si a ello se une las normas que la LODE exigía para mantener en condiciones el centro, llegó un momento en que hubo que cerrar sus puertas tras 86 años de existencia impartiendo educación y cultura en diferentes sedes de la ciudad: calles del Buen Pastor y Espoz y Mina; Paseo de Ruiseñores y Gil de Jasa, y finalmente en Maestro Estremiana.
Cuando me enteré de que el colegio iba a cerrar sus puertas le propuse a Donato escribir un libro que quedara como testimonio de lo que su familia había representado en el mundo educativo de Zaragoza, idea que tiempos atrás ya me había propuesto quien fue jefe de estudios en la década de los setenta, Eloy Fernández Clemente, que llegó al colegio de la mano de su amigo José Antonio Labordeta. Su complejidad para realizarlo era enorme por haber estado ubicado su espacio en cinco lugares distintos aunque siempre con el recuerdo del sitio en donde nació: el viejo caserón del palacio de los condes de Sobradiel, actualmente sede del Colegio de Notarios de Aragón en la plaza del Justicia. Pero Donato me facilitó toda serie de documentos y fotografías para que la idea llegara a buen puerto. Con ello, y tras investigar en la colección de la revista Samprasarana que editaba el colegio desde el año 1950, y con el testimonio de muchos alumnos y profesores que por sus aulas pasaron, me puse a trabajar. Y el libro, con el título de Grabado en la mente, que hacía referencia a un verso del himno del colegio, pudo ver la luz el año 2007 editado por Comuniter.
Con la muerte de Donato Labordeta desaparece el cordón que nos unía a viejos y a más jóvenes, alumnos y profesores, con el recuerdo vivo del antiguo Santo Tomás. Dos veces al año nos convocaba a una comida de amigos para seguir contándonos las cosas de siempre pero con perspectivas distintas. Donato, con su saber estar y su particular visión de los acontecimientos culturales y políticos, era quien sabía poner el equilibrio necesario en las posibles discusiones. Diez años teníamos cuando nos conocimos. Desde aquel primer encuentro en su casa hasta el día de su muerte, han sido muchas las veces que hemos compartido emociones y sentimientos que no se olvidan. A su viuda, María Antonia Ruiz, profesora que fue también en el colegio, y a sus hijos, mi más sentido pésame.