Un puerto de amarre
El poeta Paul Valery recuerda en sus escritos la bella aventura de haber nacido en un pueblo como Sète en el sur de Francia, mirando al mediterráneo. Dejó escrito que “todo poema que no tenga la precisión de la prosa no vale para nada”. Fue nombrado miembro de la Real Academia Francesa. En 2010 la ciudad de Séte le dedicó un museo.

SÈTE ciudad nata de Paul Valery
Habló así de Sète, su querido pueblo natal
“Desde hace muchos años las circunstancias me llevaron a vivir lejos de Sète pero he observado con frecuencia que cuando mi pensamiento profundiza un poco siempre haya en el fondo de mi ser alguna impresión de origen enteramente “setoise”.Todo pensamiento, creedme, tiene un puerto de amarre y por muy académico que se sea basta con ahondar un poco en la reflexión para encontrar alguna hora primitiva y decisiva en la formación del pensamiento.
No diré que baste con ponerse a reflexionar para rejuvenecerse; sería demasiada hermosura.Digo que si de acontecimiento en acontecimiento, de idea en idea, remonto la larga cadena de mi vida, la encuentro amarrada por su primer eslabón en alguna de las anilla de hierro empotradas en las piedras de los muelles de Sète.El otro extremo está en mi corazón”.
Leyendo a Valery una tarde de verano en el Rincón de Prometeo de Biescas, cuando comienzan las luces violetas del atardecer, emergen los recuerdos de una infancia libre que los describió muy bien Rafael Alberti
Serás ya siempre en mi recuerdo
como una barca de claveles
con las velas de albahaca
cabeceante
por un mar de jazmines perdidos
Recuerdo unos largos inviernos en casa Vicente Launa. La vida familiar giraba alrededor de una gran chimenea.Las largas cornizas de pino se iban consumiendo y lanzaban pequeñas explosiones que hacían abrir momentáneamente los ojos de los gatos allí enroscados. Algunos días de desgranaba maíz y otros judías. En la calle caía la nieve y vestía los cables de la luz. En el corral se dibujaban canelones de hielo cerca de la higuera que aguantaba todas las temperaturas excepto la falta de calor humano y cuando abandonamos la casa para vivir en otro lugar dejó de existir, sin decir una sola palabra.
Y con el buen tiempo había que ir con la pandilla de amigos.Todos estábamos doctamente asilvestrados, copiando del paisaje. Monte arriba y monte abajo por el cajicar y la viña Francho Sanz. Saltando barrancos y lomas salpicadas de flores que luego supe que eran prímulas y orquídeas silvestres. Saltaban las ardillas ( allí llamadas esquiriuelos) de árbol en árbol. Salían serpientes al remover la hierba recién cortada.Veíamos como crecía una camada de perros pastor-alemán y como la madre era un libro de amor con sus hijos.
Jugábamos a marro, canicas, fútbol, al pañuelo, churro , media manga y manga entera….Visitábamos huertos con plantíos frutales hermosos y con frutos muy sabrosos.Las cerezas del huerto llamado de “sacos” eran de mi familia.Las de San Román eran manzanas puro néctar y no siempre pedíamos permiso al propietario para la degustación….En el campo de Buenavista crecían unas enormes margaritas. Frente a la casa dos enormes chopos que hubo que cortar.Ya se sabe que los árboles altos atraen mas viento. Como la vida misma.

Invierno en Biescas
En la calle San Julián se inauguró la “Fonda la Parra” quizá en honor de la parra que cubría la pared principal y que daba unas uvas negras buenísimas.Se anunciaba en los años 50 del pasado siglo “con servicio a la carta, agua caliente y garaje”. El promotor fue mi padre Joaquín, Un visionario del turismo. Allí llegaban pescadores franceses muy educados y cariñosos y con unos libros de olor especial que eran los “Livres de poche”. Y algún militar asturiano expedientado que contaba aventuras muy simpáticas, Y algun funcionario ilerdense que el médico le recomendaba cura climática para sus cuadros pulmonares.
Quedan grabados los olores del campo cuando el sol se retira después de un dia caluroso de agosto.Y el olor de la tierra mojada después de las tormentas .Y la búsqueda nocturna de caracoles en la viña Lalaguna.Y el de la hierba recién cortada.Y el campo al amanecer cuando se va deshaciendo el rocío.Y la flor melíflua del cerezo y las rosas que crecen allí muy felices todo el año.
Hay colores difíciles de llevar a una paleta porque pertenecen a la paleta de la naturaleza. El verde rutilante del boj,el gris albino de los abedules que crecen en el camino viejo a Santa Elena.Y la flor del manzano.Y los campos sembrados con la reina de los prados, camino de Orós Alto.Y los claveles , orquídeas y rosales silvestres.Y las zarzamoras en agosto cuyo color dijo Walt Whitman que “podrían decorar los salones del cielo”.Y el estallido hermoso del otoño por Yésero y la subida de Chate como me descubrió Araceli Villacampa de Torla.
Y el ruido del agua en las cascadas del balneario de Panticosa después de tomar un café en casa Belio que algún proyecto sin alma ha hecho desaparecer.Y caminar hasta los ibones con mi primo Paco buscando alguna marmota.Y Ordesa , al amanecer, con los dedos de rosa cuando comienza el día y funde la escarcha que dejó la noche en un paisaje de gnomos.Despues uno de los paseos con cascadas de agua mas bellos que conozco.
La infancia libre sirve para cimentar el concepto de familia,amigos, juegos, naturaleza,colores. olores.Es un primoroso y elaborado tejido donde quedan atrapados en ámbar los mejores recuerdos. Allí estaban desterrados los relojes y los calendarios.Todo estaba en orden, cerca , completo y el horizonte era infinito.
Esta tarde de verano, no soy capaz de recordar nada mas hermoso que la tierra de uno.
El libro de Paul Valery, de lomo azul y letras doradas está cerrado sobre la mesa.Encenderé el fuego de la chimenea porque Valery tiene algo de prometeico. Recibirán calor sus hojas.
He comprendido hoy donde tengo mi puerto de amarre. Lo tengo a mis pies y me da calor.

Paul Valery