• 01/10/2010

    Nos hemos quedado huérfanos. Aragón ha perdido a uno de sus mejores hijos; todos los aragoneses y aragonesas, sin excepción, a uno de las personas que más hizo por la dignificación y la recuperación de las libertades del país. Y los aragonesistas, especialmente, al abuelo, al padre, al hermano mayor, al colega, al hombre que desde finales de los años sesenta supo despertar la conciencia aragonesista que yacía dormida y entroncarla con los movimientos aragonesistas anteriores a la guerra civil. Y todo eso lo hizo apenas sin proponérselo, sin voluntad de impartir doctrina, sin dogmatismos, sólo con su ejemplo y su conducta. Por eso le quería y le quiere gente de toda condición, no sólo sus correligionarios. Él sabía muy bien que la verdad no es patrimonio de nadie, huyó del sectarismo como de la peste y tuvo amistades de todas las ideologías y en todo el espectro político.