25/06/2011
No es del todo cierto que se ama lo que se conoce. Somos hijos del cabezo pelado, del aire seco y del sol abrasador. De la sombra de la ginesta o el olor del tomillo. Del vuelo del “esparvero”, del canto de la cardelina, de estíos secos o vales yermas. Es el paisaje cultural de nuestra niñez. Lo conocemos, pero sólo como un decorado donde nuestras fotos se hacen sin ni siquiera pensarlo. No lo desconocemos, pero tampoco lo pensamos, no lo interiorizamos como propio.