La concepción del poder en el Renacimiento francés

Jean Bodin
En la Francia de los Valois hasta el fin del reinado de Enrique II en 1559 se desarrolló una teoría específica sobre el reforzamiento del poder monárquico. Los juristas franceses se nutrieron de la idea del Imperium romanum. En Francia se superó la idea de que el monarca era el primer señor y el vértice de la pirámide de las relaciones de vasallaje, aunque no se abandonó realmente. Tampoco se olvidó que el monarca francés era el Ungido de Dios, descendiente de San Luis y escogido por el santo entre los santos, siendo el Justo al que los súbditos podían recurrir ante los agravios en una concepción paternalista del poder. A todas estas connotaciones medievales se unía o se sobreponía la idea del poder imperial absoluto. El monarca se convirtió en una especie de héroe, alguien ajeno a las contingencias terrenas. Era un modelo de virtudes que, precisamente, por ello, le permitían estar al frente y a la cabeza del reino.
En este tiempo es fundamental la figura de Guillaume Budé, que en 1518 escribe L’Institution du Prince. En esta línea estaba el canciller Duprat que remarcaba la obediencia al rey y el no cuestionamiento de sus órdenes. Bodin insistió en que el monarca no tenía ningún compañero en su poder soberano.
Pero también es cierto que esta concepción no podía esconder algunas limitaciones. El rey tenía obligaciones. En primer lugar, estaba obligado con la propia Corona pero también hacia sus súbditos. Esas obligaciones eran asegurar la recta administración de la justicia, el bienestar o prosperidad de todos y la obligación de contribuir a su salvación. El rey no podría hacer lo que deseara solamente lo que era bueno y equitativo. Las leyes de Dios le obligaban, pero también las denominadas “buenas costumbres”, y el respeto a las “leyes naturales” de los súbditos.