15/03/2018

Reeditar es revisar, reconsiderar

Una serie de viejos pero no envejecidos libros han vuelto a nuestras manos recientemente. Es un gozo no haber de depender de exquisitas bibliotecas o, en el peor de los casos, de libreros de lance o rastrillos para acercarse a estos textos. Llevan el valor añadido de introducciones explicativas por especialistas avezados, la edición pulcra y cuidada, las notas en su caso, ricas, eruditas y curiosas.

 

El título conviene en primer lugar a dos reediciones de la Institución Fernando el Católico. La primera, en colaboración con las PUZ, es la Historia de la Universidad de Zaragoza (1869) de Gerónimo Borao, una de las personalidades más atractivas e interesantes de la segunda mitad del XIX. La introducción, de Carlos Forcadell, explica al autor, la época, el libro. Y viene a sintetizar que Borao “no solo escribe la historia de la Universidad de Zaragoza, sino que también la hace… es consciente de estar haciendo… una Universidad en la que se están poniendo los cimientos de la actual, de la cual Borao es tanto historiador como fundador”. Y una humorada que Carlos nos había comentado con frecuencia: en la portada se reproduce un detalle muy ampliado de la puerta de San Miguel, en que se aprecia cómo el escultor, Félix Oroz, quizá enemigo de las ideas progresistas de Borao, le representa como el demonio derrotado. Viene bien, además de sus méritos propios, esta edición con preciosas ilustraciones, en el 475 aniversario de nuestra Universidad.

 

La otra recoge los “Cuentos completos” de Romualdo Nougués, utilizando la edición de 1881 de sus “Cuentos, dichos, anécdotas y modismos aragoneses”, con una rica introducción de su descendiente, Blanca Blasco Nougués (que fuera hace mucho consejera de Cultura en la DGA), quien califica de agitador cultural en el XIX a ese general “soldado viejo natural de Borja” y agudo escudriñador de vidas, gentes y palabras. Blanca, que se hace acompañar por un prólogo de Túa Blesa, concluye que “el cuento inició la faceta literaria de Nougués destacando la singularidad de su deseo de coleccionar y dar y dar a la “estampa” un género muy popular del siglo XIX. Así mismo, su fama y reconocimiento posterior se ha basado precisamente en los cuentos, aunque como escritor de Memorias también tendrá gran éxito entre su círculo social y literario”. El libro es de lectura fácil y amena.

 

Aunque no es propiamente una reedición sino un fabuloso ejercicio de recuperación de aragoneses raros y curiosos, debemos citar el precioso libro de Fico Ruiz, “Aragonautas. Aragoneses olvidados” que recupera a una serie interesantísima de “náufragos de la Historia”. Son capítulos breves que fue ofreciendo como los viejos seriales decimonónicos, en Rolde, y que ahora reúne y ofrece para diversión e instrucción de aragoneses cultos e interesados. También su fantástico blog nos iba adelantando asuntos, historias novelescas, ilustraciones maravillosas. Son 16 personajes (qué casualidad, esa cifra es la de quienes creamos el viejo Andalán de papel en 1972 y también años más tarde el PSA, aunque no exactamente todos los mismos). Hay algunos muy justamente conocidos, como Gavín, Cubero y Alcubierre; pero otros muchos injustamente desconocidos, a pesar de tareas recuperadoras incesantes en el último medio siglo. Como dice José Luis Melero en uno de sus mejores prólogos, “el que esos personajes pertenezcan a mundos muy diversos (hay arqueólogos, cómicos, reyes, poetas, curas, dibujantes, científicas, viajeros, banqueros, maestros…) y a épocas muy distintas, hace que el libro sea rabiosamente entretenido e instructivo… En este viejo país, a lo largo de tantos siglos, ha habido naturalmente de todo, como en botica. Y Fico nos ha traído aquí, para solaz y regocijo nuestro, una muestra de algunos de nuestros mejores paisanos, que ya casi nadie recordaba”.

 

Y, en fin, queremos acusar recibo de la atención con que nos dispensa el muy prestigioso bibliófilo Alfonso Fernández, que aunque viviendo hace ya años en Sabadell por razones familiares no olvida su Zaragoza de siempre, y los amigos y cofrades de su honrosa afición. Este año reproduce un Romance de ciego dedicado a Cascante, contribuyendo a su literatura de cordel valetudinaria, tomando de la Biblioteca Nacional un aguafuerte de Goya (“el ciego de la guitarra”), otro calcográfico de mediados del XIX y un grabado holandés. El romance en cuestión versa sobre el fin de don Juan Macías en Tudela, en perfecto facísimile y muy bien documentado todo.