21/06/2021

Andrés Ortíz Osés: el discurso resquebrajado ante la muerte

Andrés, el filósofo aragonés heredero de Gracián y Molinos, es muy leído, querido, disfrutado en nuestros días. Lo que es mucho, tratándose de un filósofo, un gran ensayista, un escritor prolífico, festivo, estimulante como pocos. Que se despedía de los amigos a fines de septiembre porque, explicaba: “tengo que atender más mi enfermedad, pero ya os enviaré de vez en cuando algunas noticias sobre la cultura, que es mi divertimento serio”.

Contradiciéndose, no ha dejado de escribir el tardientano de continuo, una o más veces al día manda sus textos a los amigos, y cada vez más ha ido del aforismo (“jaculatorias de un rosario laical”) al poema, muy quevedesco. Ama y se vuelca en sus grandes temas filosóficos y antropológicos (citando a Buda, Spinoza, Heidegger y Habermas, Gadamer y Cioran, Mann y Florenski, Voltaire y Unamuno), en lo vasco y lo aragonés (siempre bajo la sombra de Gracián y Goya, la “diosa madre” del Pilar y San Jorge, Pedro Saputo y Miguel Labordeta), bases de su identidad; y sobre España y Europa, cultura y barbarie, fútbol y modernidades.

 

 

Recurre mucho a Dios, un dios muy personal rozando heterodoxias, obseso por la creencia y la fe, por el mal, el eros, la mística teresiana, una busca infinita de un ser que lo sería por definición, y no importa que se trate, ay, de “buscar aun sin encontrar: la búsqueda es amor”. Juega peligrosamente: “Alguien me interpela si creo en Dios: desde luego no en su Dios”…”No creo ni en un Dios ridículo ni en un Dios macabro: los dos dioses oficiales”, para concluir: “No sé si hay Dios: a menudo no lo parece”.

Pero lo que más le preocupa es el amor y la amistad con todas sus variables. Se ríe de todo comenzando por sí mismo: ese Andresio tontisabio, chapucero. Recurre al concepto de fratiarcado, al que dedica muchas páginas, venga a darle vueltas. La fratria, en la que ejerce de hermano mayor, contando alrededor varias docenas de compañeros, receptores de sus envíos: lo son, lo somos, de Aragón, por razones diversas José Luis Calvo Carilla, Juan Domínguez Lasierra, Guillermo Fatás, José Angel Bergua Amores, Carlos Mas Arrondo, o este firmante. Sus discípulos, colegas, amigos vascos: Josetxo Beriain, Luis Garagalza, Daniel Innerarity, Gontzal Mendibil (autor de muy bellas canciones, a veces con su letra), Javier Otaola (que lleva enviados muchos capítulos de un magnífico Diccionario subjetivo), Santiago Zabala, y una larga lista que se me escapa, tengo menor conocimiento de ellos, o de los de otras partes. Y algunos colegas sacerdotes nada escandalizables, como él, Jesús M. Alemany, Leandro Sequeiros, Andrés Torres Queiruga, alguna vez José R. Bada; y un par de mujeres, Lou y Carmen.

Varios de ellos han escrito libros, artículos, entrevistas, y él mismo ha publicado un buen manojo de todo, ordenando (difícil tarea) sus opúsculos, poemas, reflexiones, ditirambos, en libros en que junto a la profundidad reina la voluntad de estilo, la claridad, la belleza. Ha sido objeto de varios homenajes, siempre divertidos, siempre llenos de amistad y bromas.
Y, en la cercanía de la muerte, que le ronda hace tiempo con un cáncer de que lleva tratamientos de usted, medita estos días, y esa grave enfermedad arrastrada hace tiempo, le permite decir: “Sobrevivo al coronavirus en una encerrona abierta”.

Afirma que no tiene “en esta tierra extrovertida, nada que decir ni hacer un viejo salvo acercarse cauto al Ebro, tomarse un capuchino y un churro, siempre tan churrigueresco. La vida ya está dicha y redicha en su dicha y desdicha: no quiero añadir más ruido… He tenido una vida liberada, aunque no precisamente libertina, y al final he sido cogido por el toro de la vejez enferma, cuya embestida aguanto con cierto temple e incierta templanza. He escrito libros sutiles e inspirados, en una lengua romántico barroca; pero el lector abúlico expira las sutilezas herméticas hermesianas hermenéuticas. He amado y desamado mas he vivido: solo, aunque sea un solitario acompañado”

Se estiliza en sus poemas, que cada vez más parecen letras de canciones. Como en el que comienza: “Cuando yo ya no esté/procurad recordarme/como yo me recuerdo/abierto con retranca”. Y vuelve sobre la muerte, que sabe segura y cercana: “El amor acechado por la muerte: propia y ajena”. Por eso admite: “Comienza la operación cáncer y pierdo confianza en la inmanencia: soy un sacerdote que ama la trascendencia”, y encuentra que “La medicina al principio deslumbra y luego apenumbra”. Y cita a Ernesto Cardenal: “la muerte no nos separa del universo / nos hunde más en él / en una mayor intimidad con Dios”. Por eso trata de luchar como “Job en el Hospital”, contra “el dichoso cáncer” (“Ando jodido pero contenido; que no tontamente contento”), de “asumir la muerte”. Porque “valentía no es luchar contra la muerte ocultando o negando que nos vencerá: sino saberla encajar”. Resuena Gracián.

Cree y se aferra a ese futuro que la religión le ofrece: “Seré ceniza mas tendrá sentido/seré un cenizo mas seré asentido/por un amor extraño que nos ama/desde profundidades infinitas”. Para advertir finalmente que quizás el más allá no sea un presunto trasmundo, sino un más acá interior o intramundo, cohabitado por el silencio de Dios como éxtasis del ser.

Quintaesencia de profunda autocrítica son estos fragmentos de poema quevedesco:
“Como filósofo tu prosa es imprecisa/como aforista tu lenguaje indeciso/como vate tus versos son reversos/(como para leídos en el water)./Qué quieres que te diga: así es tu vida/tambaleándose entre los opuestos/discurriendo a solas entre contrarios/(incapaz de mediar su desatino)./No mereces ni una lápida en tumba/ni siquiera un entierro callejero/por eso das tus huesos a la ciencia/(justificando tu vieja conciencia)./Así al menos tu cuerpo valdrá algo/mientras tu alma se repliegue sola/y tu espíritu vague por los cielos/(como un duende entre ángeles y démones).

“Tu lengua ha sido siempre resquebrada/como tu discurso resquebrajado/por la oratoria como moratoria/(de quien busca decir lo que no puede)./Por lo demás tu estilo es retorcido/refleja tu existencia desgarbada/desgarrada tragicómicamente/(y degradada traumáticamente)./No has sabido decir lo indecible/que es la única meta filosófica/solo has dicho lo dicho y lo decible/(concibiendo solo lo concebible)./Lo íntimo ha quedado intimidado/por un alud de citas y concitas/y un ataúd de estériles palabros/(eres un palabrero almidonado).

“Te disculpo porque yo te conozco/me disculpo porque tú me conoces/me resigno porque soy un desastre/(y mi existencia un cajón de sastre)./El desastre de no saber bastante/la convicción resuelta de saberlo/el embrollo de no saber decirlo/(mas la gloria de poder entreverlo)./¿Decirlo como requiere el necio/escribir como requiere la academia/y vivir como requiere el vulgo?/(mas no valgo para el vulgar vulgo)/Tampoco aprecio ser un académico/tan solo intento ser yo mismo en todo/tan solo intento ser todo en mi mismo/(tan solo intento asumir la nada)./Ser como soy en mi camino abierto/ser como soy un alma ensimismada/ser como soy espíritu alado/(solo vendo mi cuerpo malhadado).”

¿Qué quieren, amigos que comienzan de nuevo a caminar, amainando -parece- la pandemia? Este viejo amigo, este pensador imparable, este Ferlosio aragonés (mas más amable), merece un gran respeto. Y el pequeño homenaje, arriba, de evocar su imagen con la del humanista Justo Lipsio entre dos discípulos (y el busto de Séneca al fondo), pintado hace cuatro siglos por Rubens.