19/11/2017

La Literatura

No sólo de arte disfrutan la vista y el oído (quien no lo tiene bueno no puede escribir de música, hágalo Ludwig). En este otoño por tantas razones conflictivo, la vendimia literaria supone una buena añada. Habrá para beber hasta abril, por lo menos.

 

No es una sorpresa, pero sí una gran alegría, recibir y leer con gran gozo, el nuevo libro de Julio José Ordovás, “Paraíso Alto” (Anagrama). Este ya viejo y querido amigo no se prodiga, pues tiene otros hornos en los que luchar; por ello cada entrega literaria que sale de sus manos va depurada, con una altura poética excelsa. Uno cree estar leyendo el Juntacadáveres de Onetti, o al Pedro Páramo de Rulfo. Bueno, hay más humor, fino, redomado, mucho más cariño por el personaje central, enterrador de suicidas en el cementerio de un pueblo vacío, y por esos extraños visitantes, cada cual con una historia que contar o callar. Es tan original esta novela breve, tan llena de registros y claves, tan pensada y escrita con caligrafía, que uno planea rápidamente una relectura, a las pocas semanas. Hace lustros que eso no ocurría.

 

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Una auténtica joya, que nos alegra mucho porque no solemos ya, ay, leer libros infantiles, es “El tango de Doroteo”, de Antón Castro (cuyo libro “Golpes de mar”, segunda edición maravillosamente aumentada, ya reseñado aquí por Ricardo Lladosa, nos deleitó el verano gallego) y Javi Hernández el dibujante argentino (nieto de altoaragonés) afincado en Huesca (es su tercer libro juntos, tras “La leyenda de la ciudad sumergida” y “El niño, el viento y el miedo”, editados por Nalvay). Se habla de libro objeto, un homenaje a los viajes, lleno de sugerencias, del que ha dicho José Domingo Dueñas que pertenece a ese tipo de “libros llenos de matices, que requieren una segunda lectura”, siendo Antón un “todo terreno de la pluma”, y el dibujante desbordado en “muchos componentes vanguardistas en sus creaciones, utiliza marcos poco habituales, combina extraños elementos y se sirve de muchas metáforas y símbolos. “Es tu trabajo más audaz -diría Antón Castro-, en el que más lejos ha llegado tu imaginación”. Su compañero le devolvería elogios: “Un narrador honesto y fiel a su universo”, que “hace un ejercicio de contención, porque el texto tiene una fuerza enorme y podía haber sido una novela”… y le agradece su amistad, “por sus borbotones de cariño y su sabiduría, porque estar con él es una oportunidad para el conocimiento y el aprendizaje”.

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Gistaín buñuelesco

Mariano Gistáin (nunca sabe uno dónde ponerle el acento, y seguro que él diría: “donde quieras”) es, secreto a voces, una de las plumas electrónicas más surrealistas, llenas de ocurrencias maravillosas, deslumbrantes. “Luis Buñuel. Huesca, Alcañiz y Calanda” es una curiosísima, divertidísima guía geográfico-histórica-anecdótica sobre el gran director, que lleva por tierras suyas turolenses, pero también por la Zaragoza donde fue mozo y la Huesca de sus amigos. Mezcla el autor con genial atrevimiento las principales noticias biográficas (sus padres, su hermana Conchita, su esposa Jeanne, su hijo Juan Luis), los compañeros de aventuras y películas (Dalí, Lorca, Pepín Bello, Julio Alejandro, Ramón Acín, Alatriste y Silvia Pinal, Paco Rabal, Fernando Rey), quienes le han estudiado (Max Aub, Carlos Saura, Carrière, Gibson, Sánchez Vidal, Amparo Martínez, Emilio Casanova). Me falta Rotellar. Interactuando todos y en todo, se produce, -la imaginación es todopoderosa-, la vuelta del cineasta “al mundo de los aparentemente vivos”, al que dice puede venir y marchar con mucha libertad.

En resumen, que como dice don Luis a un amigo: “Un día sin reír es un día perdido”, y no es el caso. Este libro, primero que vemos de una nueva colección editada por el Departamento de Cultura de la DGA, añade unas rutas culturales, gastronómicas y turísticas, con breves buenos textos y límpidas fotografías. Ah: la gran cabeza del Centro Buñuel de Calanda es del escultor Iñaki, y no lo veo citado…

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Aragón en la Literatura

Los veranos cunden bien si se programan las lecturas. Entre docenas de tentaciones, estaba pendiente una detenida al voluminoso “Aragón en la Literatura. Huella y presencia aragonesa en el planeta de las letras”, de Juan Domínguez Lasierra, otro viejo y querido amigo. Como recuerda José Luis Melero en un espléndido prólogo, Juan publicó “excelentes libros sobre Aragón” legendario, Jarnés, las revistas literarias, o el auroral “Los biznietos de Gracián”. Curioso pertinente, lector incansable, apasionado por todo lo aragonés, de juicio prudente y amable, ha reunido muchos viajes por el tiempo y el espacio, y nos ofrece, con cierto aspecto de album laberíntico, una suma de saberes, noticias conocidas y no tanto, reflexiones y valores. Un libro imprescindible para los historiadores no sólo de la literatura sino de todo saber sobre Aragón. Esa huella, variadísima, se nos muestra en Marcial y el poema del Cid, Lope y Quevedo, Shakespeare, Lord Byron o Víctor Hugo, Virginia Woolf, Orwell o Ken Follet por citar de cerca. O de Galdós, Martí o Juan Ramón, hasta García Márquez. Mitos, leyendas, librotes y poemas sueltos. Cerramos de nuevo con Melero: “Un inventario excepcional de escritores y, en muchos casos, una antología de textos que se leen con pasión… Con pocos libros podremos disfrutar más los aragoneses amantes de nuestra historia y de nuestras letras”.

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Y la Literatura en Aragón

Como si fuera un complemento oportunísimo, hemos conseguido (por amable gestión de Eva Cosculluela) el número de septiembre de la revista Leer dedicado en parte a “La edad de oro de las Letras Aragonesas”. Cuenta el grupo editor que conoció el asunto en un viaje a los premios de Cálamo hace dos años, y de ahí esta querencia. Un tercio aproximado lo dedican al fabuloso Lovecraft, curiosa coincidencia; otro a sus noticias habituales (sembradas a veces de guiños al Ebro) y otro a nuestras letras. Un gran reportaje de Maica Rivera bien trabado da cuenta del panorama y escucha a Notivol sobre la larga trayectoria de Vilas, Del Molino y Melero; que muchos han superado las barreras de la edición regional (dice P. Lasheras); o que, como dice Daniel Gascón, conviven “el existencialismo en Pérez Heredia, la perversión de Ordovás, la precisión de Sanmartín”.

Detrás de casi todo está, me parece, José Luis Melero, hombre bueno o notario de todo eso, reflejado en sus frases (“Yo sé de esas cosas que los demás no saben, lo que no está en el canon. Me gustan mucho los saberes inútiles, no codificados, arrabaleros”; “Somos gente que queremos mucho lo nujestro pero no nos miramos el ombligo”). Una excelente entrevista con Labordeta, montada sobre recuerdos, ideas, palabras; otra con Javier Sierra (“el más insaciable de los lectores); un reportaje sobre los principales foros literarios (el paraninfo, el Museo Pablo Serrano, la Aljafería) y su asombrosa red de librerías, bibliotecas y clubs de lectura, la agenda de citas y premios anuales; Bolea que habla de su Aragón negro, alguna reseña trufada entre las habituales (Sanmartín); otro muy buen reportaje sobre los libros infantiles y juveniles, y alguna publicidad presentable, conforman el total. Nos gusta que nos conozcan y estimen: gracias, amigos.

Muy interesante dar rostro a los más jóvenes, de cincuenta para abajo (Gascón, Alcolea, Ordovás, Saldaña, Sierra, Vallejo bien consagrados ya, y otros; o la jovencísima María P. Heredia), junto a los históricos con gloria (Pisón, la Puértolas, Vilas, Notivol, Lasala) y aun el ensayo (Melero, Pérez Lasheras) son todos los que están, seguramente. Pero me chirría el olvido (salvo para hablar de los comics, y en estos olvidar a toda la generación de Andalán, que varias veces se nombra) de Conget, confirmando que es para algunos de culto por maldito.

Y luego, sobre todo, la casi clamorosa ausencia de Antón Castro, a mi juicio la voz más potente, en conjunto, de nuestras letras, que ya tarda ese premio para él. El mayor difusor, defensor, estudioso (premiado por dirigir el mejor suplemento cultural de España hace unos años), poeta intimista excelso, narrador de templada pluma, entrevistador feliz. No puedo entender que apenas se le cite en los cuentos infantiles, en que también es maestro. Pero…

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Mosén Bruno Fierro y otras noticias culturales

Nuestro viejo amigo del Andalán de papel, Carlos Azagra, nos manda muchas cosas, o llegan por otros caminos. Destacamos el divertidísimo libro (editorial GP de Daniel Viñuales) sobre Mosén Bruno Fierro, el cura trabucaire del Pirineo, historiado por José Llampayas y cantado con mucha sorna por la Ronda de Boltaña.

 

También, aunque con retraso, queremos felicitar a Mario Sasot por su premio Guillem Nicolau del Gobierno de Aragón por sus escritos en catalán de Aragón. Y recoger la magnífica Jornada de puertas abiertas en la Casa del Traductor en Tarazona con motivo del Día Internacional de la Traducción a fines de septiembre. Se presentó la historia de esa valiosa institución, por Enrique Alda y Juan Antonio Fuentes, director de la Casa, y otras intervenciones de quienes fueron miembro o la apoyaron siempre, como Ahmed Abdullatif, Pilar Cardos, Kenneth Jordan Núñez, Inés Ramia Latorre, Trinidad Marcellán, Rada Panchovska, Antón Castro, Alfredo Saldaña y Ricardo Díez.

 

Y al evocar esa hermosa historia y esa jornada, queremos saludar un año más la llegada de nuestros muy queridos amigos Paco Uriz, dos veces premio nacional de traducción, y su esposa, Marina Torres, también excelente traductora, ambos del sueco y otras lenguas nórdicas europeas. Como las hermosas aves migratorias, vienen a pasar el duro invierno de allí y a ver a los amigos, hablar de cine y literatura, política y música. Bienvenidos.

Paco Uriz, del blog de Eugenio Mateo